Jóvenes y vulnerabilidad: sus oportunidades perdidas son también las nuestras
¿Qué factores o sucesos nos hacen más vulnerables? ¿Cómo podemos protegernos de la vulnerabilidad? ¿Quiénes están más expuestos a la vulnerabilidad? ¿Y quién cuenta con las mayores oportunidades para salir adelante frente a la adversidad? El Índice de Desarrollo Humano 2014 expone que vivimos en un contexto cada vez más cambiante e impredecible, y la reducción de la vulnerabilidad y el aumento de la resiliencia (la capacidad de sobreponerse a las circunstancias adversas) son cuestiones cada vez más importantes: en un mundo en que se produce una cada vez mayor inestabilidad climática, donde los conflictos internacionales e internos se complejizan, y donde otras catástrofes generadas por el sistema en el que vivimos, como la crisis económica a nivel mundial, la vida de muchas comunidades, colectivos y países enteros se ve condicionada por estos reveses, cercenando sus posibilidades de satisfacer sus necesidades básicas en el presente y en el futuro.
Pero, ¿nos afectan estas crisis y cambios a nivel mundial a todos por igual? Evidentemente, no: hay muchos factores que inciden en el incremento de la vulnerabilidad, y estos factores a su vez interaccionan entre sí, retroalimentándose. Por ejemplo, una mujer afectada por una emergencia humanitaria es más vulnerable que un hombre ante ese mismo contexto que súbita o gradualmente ha cambiado a peor. Y lo es aún más si pertenece a una minoría étnica, si es discapacitada o vive varias de estas situaciones a la vez.
Pero la vulnerabilidad no sólo nos puede afectar más o menos según nuestra identidad: ciertos momentos en nuestras vidas, como la infancia y la juventud, nos hacen también más vulnerables. De este modo, vernos sometidos a una restricción de nuestros derechos en un momento vital específico no sólo puede privarnos de acceder a oportunidades más amplias en ese momento puntual, sino que puede condicionar de forma irrecuperable la capacidad de satisfacer nuestros derechos el resto de nuestras vidas. No es lo mismo para el organismo humano padecer desnutrición durante la edad adulta que durante la primera infancia, ya que en este caso, esta situación puede condicionar tu desarrollo físico e intelectual durante el resto de tu vida, y con ello la capacidad de aprendizaje, las oportunidades de trabajar en condiciones dignas y, por tanto, de afrontar circunstancias adversas en el futuro.
Lo mismo sucede con una etapa de transición tan crítica como es la juventud: es en este momento de la vida en el que jóvenes y adolescentes definen sus proyectos vitales profesionales y personales, que condicionarán en gran parte cómo será el resto de sus vidas. Evidentemente, esta definición de un proyecto vital se realiza en base a las oportunidades formativas, laborales y sociales disponibles. Y el coste de no garantizar el acceso a oportunidades a los jóvenes no sólo impacta en sus vidas en muchos casos de forma irreversible, sino que también es profundamente nefasto para la sociedad en su conjunto.
Si consideramos nuestra responsabilidad social hacia las generaciones que en este momento acceden a la edad adulta, no cabe sino concluir que la forma en que tratamos a la juventud actual deja mucho que desear: a nivel mundial, la tasa de desempleo juvenil se estimaba en un 12,7% en 2012, cifra que casi triplica la tasa relativa a los adultos. En los países desarrollados el número de jóvenes sin trabajo es actualmente tres veces mayor que en 2007, y la tasa de desempleo supera el 25% en nueve de dichos países, incluyendo Irlanda, Italia, Portugal, Grecia y por supuesto, España, quien desgraciadamente ocupa desde este verano el primer puesto de países con mayor tasa de desempleo juvenil, con un escandaloso 53,8%, más que duplicando la ya de por sí elevada media de los países pertenecientes a la zona Euro (23,2%).
Esta falta de oportunidades para desarrollar un proyecto vital elegido y no forzado se ha intensificado desde el inicio de la crisis: según el más reciente Informe sobre la Juventud en España, un 21,5% de los jóvenes abandonaron sus estudios por razones económicas, un 10% más que los datos arrojados por el mismo informe en 2008, al inicio de la crisis económica. Según el reciente informe sobre educación emitido por la OCDE, la proporción de jóvenes que ni trabajan ni estudian se sitúa en un 33% en España, lo que supone un reflejo de la asfixiante falta de oportunidades de acceder a un empleo, a pesar de la elevada preparación académica de la juventud en nuestro país: si se comparan las cifras de desempleo de España con las de la OCDE, se observa que en los niveles superiores de formación (universitaria y post secundaria) el desempleo español es aproximadamente 2,8 veces superior a la media de la OCDE, mientras que en el nivel inferior (primera etapa de educación secundaria) es 2,3 veces superior a la media de la OCDE. Estas cifras dan como resultado una conclusión muy preocupante: el esfuerzo realizado por los y las jóvenes en nuestro país por adquirir una formación universitaria o especializada no les garantiza mayores oportunidades de acceder a un empleo digno.
Este desalentador panorama está teniendo consecuencias directas sobre la capacidad de los más jóvenes para emanciparse y poner en práctica un plan de vida autónomo e independiente: según el Informe de la Juventud de España 2012, siete de cada 10 jóvenes vivían con sus padres en el año 2011, lo que convierte a España en el país europeo con más jóvenes viviendo con sus padres. Este dato pone de manifiesto un incremento de la ya de por sí la elevada dependencia familiar de este colectivo desde el inicio de la crisis económica internacional en 2008. Este poco esperanzador escenario socioeconómico no está siendo respondido por políticas específicas que apoyen a los jóvenes en su proceso de emancipación y planificación de un proyecto de vida. Aparte del impacto que los recortes y desmantelamiento de servicios públicos clave para el desarrollo de capacidades y oportunidades de los más jóvenes, no existen apenas políticas o ayudas que incentiven la autonomía de los jóvenes a la hora de diseñar su plan de vida: según el Centro de Estudios Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, tan solo un 2% de los jóvenes españoles cuenta con una beca o ayuda de formación como fuente de ingresos económicos, muy lejos de la media europea (8%), o de países como Suecia (37%), Dinamarca (22%) o Finlandia (20%). Lo mismo sucede en cuanto a la percepción de otro tipo de ayudas sociales o la prestación del desempleo: en España tan sólo un 3% de los jóvenes entre 15 y 29 años acceden a este tipo de recursos, por debajo de la media europea.
La ausencia de un tratamiento específico por parte de las instituciones responsables de garantizar el cumplimiento de sus derechos no sólo es una cuestión de falta de dotación de recursos en un momento crítico de sostenimiento de la futura generación de personas adultas. Esta insuficiencia de políticas públicas viene acompañada de una patente ausencia de voluntad de responder al descontento y la insatisfacción de la sociedad en general y los jóvenes en particular. Un claro ejemplo de la falta de prioridad que la situación de la juventud en nuestro país tiene en la agenda política nos lo ofrece el reciente cierre del Consejo de la Juventud de España, después de 30 años de existencia. España se ha convertido en el único país europeo sin una plataforma participativa de organizaciones y asociaciones que representen a los jóvenes, haciendo así caso omiso a las recomendaciones al respecto realizadas por diversos organismos internacionales, como Naciones Unidas, el Consejo de Europa y diversas instituciones comunitarias.
¿Cuál es la respuesta de la juventud ante este panorama restrictivo? ¿Cómo reaccionan ante una patente falta de oportunidades para la construcción de una vida digna? ¿De qué forma afecta la falta de oportunidades a la configuración de sus valores? Podríamos pensar que esta situación incentivaría las estrategias individualistas, la preocupación por sus propios intereses, o el aumento de la atención por el entorno más inmediato. Pero una revisión de los valores predominantes entre los jóvenes en España nos dibuja un escenario muy diferente: la familia, los amigos, los estudios y el trabajo siguen constituyendo los valores a los que los jóvenes siguen concediendo más importancia. Sin embargo, se constata un aumento de los valores relacionados con la participación social, el activismo y la solidaridad internacional: el interés por la política ha aumentado un 3,2% entre 2010 y 2012, así como la sensibilización sobre la situación en otros países del mundo (5,6%) y la implicación en la comunidad (5,6%).
A la hora de canalizar su participación en expresiones colectivas, los jóvenes españoles dan también otro ejemplo de solidaridad y empatía no solo con su contexto inmediato, sino con causas globales: España está por debajo de la media en cuanto a participación juvenil en asociaciones deportivas, asociaciones tiempo libre, asociaciones culturales, asociaciones locales y comunitarias, partidos políticos. Sin embargo, se encuentra ligeramente por encima de la media europea en cuanto a participación, entre otras, en asociaciones de derechos humanos y desarrollo, y asociaciones medioambientales y de lucha contra el cambio climático.
Ante tal contexto de falta de oportunidades, las generaciones más jóvenes de nuestro país plantan cara a la desidia de de las instituciones, al descaro de una clase empresarial que les trata, en el mejor de los casos como moneda de cambio internacional, y se articulan en movimientos acéfalos y deslocalizados con estrategias efectivas. Juventud sin Futuro, Oficina Precaria, Marea Granate o Faltan 45.000 son sólo algunos de los ejemplos más visibles. No son pocas las simpatías que generan estos movimientos en las generaciones “menos jóvenes”. Pero como individuos, como organizaciones y como sociedad en general deberíamos plantearnos que su lucha por defender sus derechos y oportunidades son las que definirán la sociedad de nuestro mañana inmediato. Está en nuestras manos y en nuestras conciencias contribuir a proteger las esperanzas, las ilusiones y las ganas de cambiar las cosas de una juventud que lo tiene muy crudo. Porque ¿Queremos vivir en un país donde la mayoría de la gente joven se encuentre en la diáspora? O, lo que es peor, ¿En un país donde las y los jóvenes hayan claudicado? Sencillamente, no podemos permitírnoslo. Como sociedad debemos posicionarnos de forma decidida en la defensa de sus derechos y en la creación y sostenimiento de un entorno que genere oportunidades propicias para que los y las jóvenes construyan sus proyectos de vida.
Nota: Economistas sin Fronteras trabaja junto organizaciones sociales de otros cinco países europeos altamente endeudados y con apoyo de la Comisión Europea, en el proyecto “Desafiando la crisis”, que pretende fortalecer la participación social y política de los más jóvenes a través del apoyo a sus propias iniciativas a nivel europeo para producir cambios relevantes en la configuración del sistema en el que vivimos. Puedes visitar la web de esta iniciativa si quieres más información.web de esta iniciativa
(Dedicado a Jara, a Ana, a Jorge y a todos los jóvenes que persisten en cometer la maravillosa osadía de vivir de su vocación en los tiempos que corren)
Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.