Buenos tiempos para la lírica
Mientras los andenes del metro se convertían en ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Mientras se hacía entrega de la Oficina del Español a un promotor del ayusista Vargas Llosa. Mientras los bares atronaban de pantallas exultantes conectadas al Qatar de la homofobia y de los obreros muertos en acto de servicio esclavo. Mientras unos y otros socios del Gobierno nos tomaban el pelo con la aprobación de una Ley de Bienestar Animal que deja fuera de su protección a un sinfín de animales. Mientras históricas feministas se alineaban con el PP para seguir su cruzada inquisidora contra las mujeres trans y las personas que autodeterminan su género. Mientras el Poder Judicial conservador (antes conocido como facha) maniobraba para que no haya rescate de la democracia con la renovación del Tribunal Constitucional, ese lugar en el que los fachas (ahora conocidos como conservadores) pueden tumbar leyes que protegen derechos. Mientras Twitter convulsionaba de insultos por todas las esquinas. Mientras todo eso sucedía en una tarde oscura de diciembre, no muy lejos de donde todo eso sucedía, se reunieron poetas. Y en la Capilla de CentroCentro del Palacio de Cibeles de Madrid quedó patente que estos días de hoy son, como siempre, buenos tiempos para la lírica.
Sentadas en semicírculo ante la poeta Noni Benegas, que dotaba a la sociedad de su último libro de poesía -titulado Falla la noche y publicado en Bartleby por el editor Pepo Paz-, se diría que las poetas presentes formaban una logia de insomnios, de sueños, de palabras, una hermandad atemporal, tejida por el hilo de plata que va uniendo los versos que componen otra mirada, otra forma de estar, de percibir, de ser, de vivir en el aguacero como si todo fuera París, aquel París. Concha García, Ada Salas, Rosana Acquaroni, Nieves Álvarez, María Antonia Ortega, Bárbara Aranguren, Encarnación Pisonero. Habían acudido a la llamada que se hizo en el marco de actividades de la exposición Ciudad Adentro [en la Galaxia Rural], comisariada por José Tono Martínez, que reflexiona sobre la sociedad contemporánea a través de la obra de la propia Noni Benegas, del filósofo Javier Echeverría y del artista sonoro Llorenç Barber. Cuando las poetas oyen campanas, saben dónde hay que estar.
Mientras los de la riada del Metro echaban balones fuera en la pantalla de cualquier bar, mientras los de la lengua española se llenaban la boca de vacío, mientras unos y otras conspiraban contra la libertad de ser -idiomas, animales, mujeres, democracias-, Noni Benegas y las poetas discurrían desde otra posibilidad, la del poema: Lo que está debajo del discurso, / del discurrere: correr de aquí a allá, / enlace / entre una cosa y otra, / sacar conclusiones / juzgar, / debajo de la ruina. / Lo que está y busca ocultarse: / la caída. Todo eran ruinas, salvo en la Capilla. La “falla” del título del libro que se recibía, escrito en el insomnio (¿quién podría conciliar el sueño?), era error y era lugar telúrico, fallo sistémico y lugar que se rompe y construye otro espacio. El de las palabras de la poesía, fulgor que surge en la caída abisal de este insomnio, que crece en este abismo, en este cuerpo social que, como el de la poeta insomne, se siente como un miembro ausente. Duelen el gol y la toga y el tuit, duelen el presidente y el director general, duelen el promotor y la promotora, el vecino y la vecina duelen. Como miembros ausentes que ensordecen afuera, en el cuerpo social. Adentro, en la Capilla, cada poeta decía con Noni Benegas, busco equilibrarme / como loca, y también, despojarme del atributo monstruoso de las profundidades, cada poeta se semicirculaba alrededor del poema para emerger algo cercano a la armonía.
Todo tiempo es bueno para la lírica. Mejor, más imperioso, si es un tiempo anegado, arbitrado, oficinado, contrario al animal, desfeminista, facha. Pensé allí que si esos señoros, esas señoras y señorías, esos perfiles y avatares, hubieran dejado todo afuera esa tarde de aguacero y se hubieran recogido en la Capilla, en la ciudad adentro de las campanas y las ideas y los versos, en esa galaxia alternativa al desconsuelo, habría una posibilidad cierta de transformar socialmente ese no saber ser feliz, ese asustar lo que tocas, una posibilidad cierta de vivir, desde la caída al abismo, en ese otro lugar que brilla después como recién nacido. Pensé en la relevancia política de esa reunión de poetas insomnes y extranjeras.
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