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'Many sides, many sides'

Un menor ucraniano refugiado.
7 de abril de 2022 23:35 h

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La noche del 11 de agosto de 2017, cientos de personas, la inmensa mayoría hombres blancos, se pasearon por Charlottesville, en Virginia, con antorchas de plástico y gritos de “los judíos no nos reemplazarán”, “sangre y tierra” y otros cánticos copiados de la Alemania nazi. Al día siguiente, participaron en la marcha convocada por varios grupos de extrema derecha para protestar contra la decisión del Ayuntamiento de retirar de la calle una estatua dedicada al general confederado Robert Lee, que había sido construida a finales del siglo XIX en pleno apogeo del Ku Klux Klan y el empuje de leyes racistas en el sur de Estados Unidos. 

Al día siguiente, la marcha de los supremacistas de Unite The Right avanzó por toda la ciudad con saludos nazis, símbolos confederados y gritos contra negros, judíos e hispanos mientras otras personas protestaban a su vez contra ellos. Hubo varios incidentes violentos. Un hombre que participaba en la marcha de extrema derecha arrolló con su coche a los contra-manifestantes: así mató a Heather Heyer, una asistente legal de 32 años, e hirió a otras 19 personas. Dos policías murieron cuando su helicóptero se estrelló mientras trataban de responder a la emergencia.

El presidente Donald Trump dijo días después en una célebre rueda de prensa que había “gente muy buena en los dos lados” y que había que poner “la culpa en ambos lados”. Según Joe Biden, éste fue el momento que le convenció de que tenía que ser candidato a las elecciones para que alguien capaz de reaccionar así dejara de ser presidente. 

Pero la expresión que más he recordado de aquellos días que los que vivíamos en Estados Unidos recordamos como traumáticos y especialmente reveladores es de la declaración, en teoría más medida y que estaba por escrito, que hizo Trump justo después del atropello

“Condenamos en los términos más fuertes posibles este vergonzoso despliegue de odio, racismo y violencia”, dijo Trump, que a continuación añadió, levantando la vista, haciendo un gesto de énfasis con el brazo y subrayando con la voz, “de muchos lados, de muchos lados” (“on many sides, on many sides”). Esa expresión mezquina para equiparar los racistas que hacían el saludo nazi en una marcha que había acabado con la muerte de una persona y los que protestaban contra ellos se me quedó grabada. Se convirtió para mí en una coletilla que entendían unas pocas personas. A veces, todavía me sale decir “many sides, many sides” cuando escucho a personas que evitan mojarse o intervenir por incomodidad o ignorancia ante injusticias en situaciones cotidianas. 

Por supuesto, ni Charlottesville ni nada de lo que pasa en nuestras acomodadas vidas en Estados Unidos o en gran parte de Europa es comparable a las masacres de la guerra de Putin en Ucrania. El horror de esta guerra es un ejemplo nítido de que hay circunstancias en las que no hay dos lados equivalentes ni equiparables y que hacer como si los hubiera es solo una excusa de villanos, tiranos, oportunistas y perezosos. Sigo pensando que nuestra labor como periodistas es buscar información con la mayor distancia humanamente posible y comprobar los hechos con todos los recursos disponibles. Y con el mínimo posible de adjetivos y palabras cargadas. Para cualquier reportero, los matices son siempre lo más interesante de contar y la búsqueda de los grises es parte de nuestra misión para evitar que la realidad parezca una caricatura. Pero eso no es lo mismo que decir que hay dos lados más o menos equivalentes de odio o de violencia. 

Es raro encontrar casos tan flagrantes como el de la guerra de Ucrania donde un líder ha elegido sin motivo coherente alguno invadir un país y tratar de aniquilar a su población con una fantasía que mezcla el resentimiento personal con las ansias de “liquidar” al vecino. Claro que hay que informar y chequear los vídeos, como ha hecho el New York Times, del maltrato y las ejecuciones de los soldados rusos por parte de las tropas ucranianas que violan las convenciones de Ginebra. Igual que cualquier otro abuso que encontremos en el camino. Pero no, lo que estamos viendo hasta ahora del lado ucraniano no es equivalente a atacar a un país, intentar derribar su gobierno elegido democráticamente y martirizar a su población con asesinatos, torturas, violaciones y deportaciones

Y, no, tampoco hay una guerra entre Rusia y la OTAN -que es una organización defensiva, algo absurda y la mayor parte del tiempo bastante irrelevante que está aterrorizada con meterse en una guerra y lo único que ha hecho desde hace 14 años es congelar la petición de entrada en 2008 de Ucrania en la organización-. Ni tampoco entre Rusia y Estados Unidos, cuyo presidente está en mínimos históricos de popularidad entre una población que no quiere guerras en el exterior, era el que se oponía a cualquier intervención militar cuando estaba en la Administración Obama y no se atreve a mandar aviones polacos para que Rusia no decida que eso es una entrada oficial en el conflicto. 

El “on many sides” de Trump era su manera de disculpar el horror que representaban aquellos racistas y neonazis que aunque fueran pocos le podían venir bien para movilizar a sus seguidores. El many sides suele ser para políticos como él un reflejo de su vileza o de sus intereses. Y eso nunca hay que perderlo de vista. En la mayoría de los conflictos o sucesos a nuestro alrededor, por suerte, hay múltiples aspectos y lados que contar y que merecen ser tratados de manera equivalente: su existencia es, de hecho, una buena señal de normalidad. Pero en unos pocos casos no es así. Y contarlo de otra manera es no reflejar la realidad. 

Un año después de Charlottesville, Yochai Benkler, profesor de la Universidad de Harvard y autor de uno de los estudios más acertados sobre las fuerzas de la desinformación detrás de victoria de Trump, nos habló a un grupo de periodistas sobre los retos de informar acerca de un Gobierno tan fuera de la norma como el del entonces presidente. Nos pidió que pensáramos en la objetividad no como “una presentación de neutralidad”, sino como “rendición de cuentas transparente” sobre nuestras fuentes, nuestra mirada justa y nuestro trabajo de comprobación. Pero que no hiciéramos como si hubiera dos lados iguales de la realidad.

“Si eso significa que vuestras historias favorecen consistentemente a una parte, puede que no signifique que no sois ecuánimes sino que la realidad está muy sesgada. Si no informáis sobre la realidad muy sesgada correctamente, acabáis donde estaba el periodismo sobre el cambio climático hace 20 años, creando la falsa impresión de que hay un desacuerdo científico auténtico cuando los hechos ya son conocidos”, nos dijo. “No hagáis eso. Tenéis una responsabilidad real y una posibilidad real de marcar la diferencia”. 

Y en ello estamos.

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