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Rabia

Salmerón, el miércoles, a las puertas de los juzgados, agradeciendo las muestras de apoyo.

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María Salmerón, víctima de violencia machista, ha entrado en prisión. Hace 20 años decidió divorciarse y escapar del maltrato del hombre con el que se había casado y había tenido una hija, entonces una bebé de solo cinco meses. Ese hombre fue condenado por maltrato a 21 meses de privación de libertad, aunque jamás ha pisado la cárcel por este delito. La mujer, sin embargo, ha sido condenada por un delito grave de desobediencia a la autoridad, al no cumplir con el régimen de visitas de la menor, y no ha logrado el indulto del Gobierno, que ha alegado reincidencia. Su delito, no dejar a su hija en manos de un maltratador, como la niña le suplicó durante toda su infancia: le tenía pánico. Un maltratador al que un juzgado llegó a conceder su custodia durante dos años. Parece el guion de una película de terror. Es el guion de la película de terror que es el sistema patriarcal.

Miriam, la hija de María, tiene ahora 21 años y dice que siente “rabia”. Hasta su mayoría de edad, escribía cartas a jueces a quienes explicaba por qué no quería ir con su padre, y les insistía en que el objetivo de la existencia de él era destrozar la de su madre. Ante el ingreso de ella en prisión, dice que ya lo ha conseguido. Era su peor pesadilla, tal y como declara en una desgarradora carta que ha hecho pública. Acusa, con razón, a la ministra de Justicia, no solo por no haber concedido el indulto a su madre coraje sino por haberlas “humillado” en los medios, al alegar que María Salmerón tenía “antecedentes penales”. Acusa, con razón, a la ministra de Igualdad, quien, aun estando a favor del indulto, ha llegado tarde al admitir que en la resolución de este caso ha habido “fallos”. Un caso, por otra parte, que viene a demostrar la necesidad de la ley contra la violencia en la infancia, impulsada por Montero y aprobada por el Gobierno, que recoge que los padres condenados por violencia machista no tienen derecho al régimen de visitas. Parece de sentido común, pero muchas madres han tenido que obedecer y dejar a sus hijas en manos de los violentos. María Salmerón tuvo sentido común y desobedeció.

La rabia de Miriam nos invade a todas. Porque el grado de violencia institucional que supone el comportamiento judicial y político contra María Salmerón, lo es también contra su hija y contra todas las personas que defiendan a las mujeres y a los menores. La Justicia de la ministra Pilar Llop nos avergüenza, porque nos maltrata y humilla como maltratan y humillan los violentos. En ella habríamos de confiar, y nos traiciona. A ella acudimos, y nos abandona. Un servicio que es público, constitucional, democrático, se comporta como cómplice de un delito que se inscribe en la lacra social de la violencia de género. La traición de la justicia solo puede generar desconfianza, impotencia y una rabia como la de Miriam. Que a María Salmerón ni siquiera le hayan dado el expediente de su resolución, pero ella haya tenido que pagar 3.000 euros a su maltratador y entrar en prisión, nos deja sumidas en la desolación y alimenta esa rabia. No hay justificación ante esta injusticia.

¿Es que hay alguien incapaz de entender el terror que viven las niñas y niños forzados a convivir con un padre violento? ¿Es que hay alguien incapaz de comprender a una madre que trate de evitar ese terror? Lo que es incomprensible es que se permita que hombres condenados por violencia machista puedan siquiera acercarse a sus hijas e hijos. Es una auténtica vergüenza que permitamos esa situación de terror en la infancia. Y que nos llevemos la manos a la cabeza con la violencia vicaria. Muchas niñas y niños han sido violadas y asesinadas por padres que habían sido condenados por maltrato pero a los que se permitía llevarse a sus hijos. Solo hay conciencia cuando estalla así la tragedia de la violencia final. Pero hay una tragedia sorda, contenida, sostenida que muchas madres evitan con el escudo de su cuerpo, de su coraje y hasta de su libertad. Una de ellas es María Salmerón. Que esté en la cárcel por ello solo puede hacernos sentir una rabia infinita.

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