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22.442 bodas después

José María Calleja

22.442 bodas después y tras siete años de darle vueltas al asunto, el Tribunal Constitucional establece que el matrimonio entre hombre y hombre, el matrimonio entre mujer y mujer es eso: matrimonio.

Resulta difícil describir las angustias y temores que desde hace siete años habrán tenido no menos de 44.884 personas, la sensación vertiginosa de que una libertad recién estrenada podía irse al garete por culpa del recurso reaccionario presentado por el PP en su día.

Rajoy dijo, muy serio, que recurrían la ley del matrimonio homosexual por sentido común, que es un latiguillo que emplea Mariano tanto para justificar los variables y contradictorios objetivos de déficit, como para definir al contrincante, o para justificar que iba de la mano con Rouco por las calles de Madrid contra esa algarabía de que un hombre se casara con un hombre y, no contentos con eso, una mujer se casara con una mujer.

Ahora, diputados del PP dicen, también serios, que hoy en España nadie se escandaliza porque un hombre se case con un hombre. ¡Bien! Es posible que esto sea cierto, pero no lo es, desde luego por mérito suyo. Si por el PP fuera, el matrimonio entre gays o entre lesbianas, seguiría siendo una aberración contra natura, un acto contra el sentido común, una ocurrencia de los progresistas, un truco para no hablar de otros temas.

Breve resumen de las cosas dichas por el PP/jerarquía de la Iglesia católica respecto del matrimonio de personas del mismo sexo: romperá la familia, atentará contra el justo equilibrio de las cosas, no existe en ningún país del mundo, nadie lo demanda…

Hoy sabemos que España ha sido tratada en el resto del mundo como ejemplo de progreso en esta materia, precedente a seguir en otros países donde el matrimonio gay no estaba legislado, modelo a imitar con el mérito añadido de que el avance provenía de un país que siempre había vivido entra la grasa y la miseria en lo tocante a sexo, costumbres y progreso.

Muchas veces he pensado en cuáles serían los sentimientos de los homosexuales realmente existentes -tanto en el PP, como en la Iglesia católica-, al ver como otros daban salida a lo que podían ser sus deseos más o menos atormentados.

Lo cierto es que con la ley de los matrimonios gays hemos comprobado como países a los que siempre habíamos mirado desde abajo, ahora nos copiaban; como España era noticia en el resto del mundo por una medida progresista.

Los recursos presentados por el PP ante el Tribunal Constitucional han sido una de las vías de envilecimiento de la vida política y también uno de los ingredientes del desprestigio de los políticos.

No parece serio, por otra parte, que un tribunal tarde nada menos que siete años en emitir su veredicto, tiempo suficiente como para que a todos se nos haya pasado el arroz, empezando a los propios miembros del tribunal.

Siete años después, no hemos visto que ninguna familia convencional se haya roto alegando que no estaban dispuestos a formar parte de una institución en la que cabían también gays y lesbianas; nadie nos ha comunicado que perdiera calidad de vida familiar por la llegada de nuevas parejas, nuevas familias, nuevos hijos, en su caso; la ley de la gravedad permanece inmutable y las cosas tienden a seguir cayéndose como antes. En suma, siete años después comprobamos que el Apocalipsis ha vuelto a no consumarse y sí podemos decir que 44.884 personas, como mínimo, han visto ensanchada su calidad de vida, miles de personas han alcanzado sus derechos y muchos sentimos que todos hemos progresado. Falta saber ahora si el PP cambiará la ley para que donde dice “matrimonio” diga “unión de hecho”, o si será consecuente con la felicidad de algunos de sus gays, que dicen que ya nadie en España se escandaliza porque un hombre se case con un hombre, una mujer se case con una mujer y a eso la ley le llame matrimonio.

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