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Un minuto real

El rey Felipe VI preside el desfile del Día de la Fiesta Nacional, este miércoles, en Madrid, acompañado por la infanta Sofía y por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
14 de octubre de 2022 22:32 h

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Cada minuto mueren en el mundo 12 niños menores de 15 años, según cálculos de la ONU. Son 146.000 personas de todas las edades las que fallecen a lo largo de los 1.440 minutos de cada día. Y 350.000 las que nacen. Hoy, como a diario, se han gastado 14.800 millones de dólares en sanidad pública. 10.000 millones en educación pública y 4.400 millones se han dedicado a gasto militar. Se han vendido más de 5 millones de teléfonos celulares, 468.000 televisores y se han usado 284 millones de dólares en compras o usos de videojuegos. Eso dicen al menos las estadísticas globales, con fuentes múltiples y fiables que se recogen y actualizan cada segundo de los 60 que tiene un minuto. De forma que en el último que valorar han abierto los ojos 700 seres humanos en el ancho mundo a quienes les espera sin duda una muy vida diversa.

Todos los días, con todas sus horas, hay casi 865 millones de personas desnutridas, que padecen hambre en la mayor parte de sus minutos. 28.000 mueren por esa causa tan remediable cada 24 horas. Diez millones fallecen por enfermedades infecciosas. Entretanto, 1.734 millones viven con sobrepeso. Y se invierten 136 millones de dólares en programas para adelgazar.

Respiramos siete veces por minuto como media. Y un corazón funciona de forma óptima con 72 latidos en ese mismo tiempo. En 60 segundos se vacía una vejiga y se da un abrazo con beso de tornillo. Un minuto da para lo que da, puede llenarse de la nada o cambiar la historia.

Alguien tratará de impulsar avances y alguien de frenarlos. Unos abrirán puertas, otros las cerrarán. Imaginen el minuto en el que En los márgenes se espera uno de los 100 desahucios que se producen al día en España. Del que ha de ir a materializarlo, vigente aún, aún, la Ley Mordaza del PP. 

En un minuto, alguien tomará una foto de la vida o del arte de vivir la cultura. Hará sonar una música que pedirá otro y otro minuto más. Encontrará los caudales de palabras en donde es posible explicarse todo, o sentir todo. Quebrará el gesto con preocupación o volverá a sonreír. Soñará, tendrá. Desfallecerá y, ojalá, sepa cómo levantarse.

En cualquier minuto de este día y en muchos más de otros días, la ciencia tratará de avanzar en soluciones para numerosos problemas o puntales de nuevos desarrollos. Veremos cómo la maltratada sanidad pública de Madrid ha logrado trasplantar en el Hospital La Paz un intestino a una bebé por primera vez en el mundo que es pieza humana dada a averías o cómo un equipo de científicos en EEUU injerta neuronas humanas en el cerebro de ratas y logra influir en su comportamiento, llenándonos de incertidumbres.

Biden dirá algo raro mientras firma mandatos de guerra. Putin mandará bombas de destrucción. Zelenski pedirá más dinero para armas. Borrell lo buscará donde sea para dedicarlo a la confrontación bélica. En la Cancillería de Berlín estudiarán caminos para soslayar la recesión que dan por cierta. El resto de los países temblará pero igual no dicen nada. Toda Europa pensará en restricciones. El PP español, solo de medidas sociales.

Un señor se hizo famoso en su época por decir que “cada minuto nace un idiota” y “a la gente le gusta que la engañen”. Phineas Taylor Barnum, millonario norteamericano que vivió en el siglo XIX.

Precisamente, y en 1 minuto y 25 segundos, un político muy español hace el ridículo en Europa. García-Gallardo pongamos el caso, a la sazón vicepresidente de Castilla y León por parte de la ultraderecha. Se fue a abroncar al Comité Europeo de las Regiones por su “catastrofismo climático” y aseguró que la “ingeniería social verde” está “debilitando a las democracias” y que “el futuro es de los patriotas”.

A Cuca Gamarra, portavoz del PP, le sobrará un minuto para soltar alguna manipulación insultante pertrechada de su maquillaje de cemento armado. A la presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso, para zafarse con chulería de haber sido sorprendida con las manos en la masa del protocolo de la vergüenza. A Feijóo, para cambiar algún nuevo requisito que impida la renovación del Poder Judicial secuestrado. En un minuto se puede dar un nuevo jirón mortal a nuestra fe en la justicia al librar del banquillo a la creadora del Régimen de Madrid. S.A., que no se enteró, dice el magistrado, de cómo robaban sus huestes. Y nadie en las alturas del sistema mueve un dedo.

Si se da con el minuto preciso, un informador de TVE colgará un “dicen” a los políticos de izquierda –sin contar un solo dato que permite acercarse a la realidad- y soltará tal cual lleguen las opiniones de PP y Vox –sin su “dicen” y sin informar si lo que dicen es verdad o mentira-. Los socios del Gobierno suelen quedar fuera, digan lo que digan.

En las mesas de dirección de los medios escritos, en los informativos río de los audiovisuales, andarán pergeñando qué maldad pueden inventarse contra el Gobierno. Algo habrá de caerle a Podemos para abrir boca. Un minuto cuesta cargarles la violencia machista… de Irán.  Sin pestañear.

Alguno verá de estirar “el plantón al Rey Felipe VI, la insolencia, el desplante” –dicen- el día de la Fiesta Nacional. El jefe del Estado español por herencia familiar –y vaya herencia edificante- tuvo que esperar un minuto al presidente del Gobierno de España salido de las urnas. Un minuto que para colmo solo tenía 50 segundos. El Rey y la Reina se vieron forzados  a permanecer, en tensa espera, obligados y encerrados… dentro de un Rolls Royce de la Casa Real a que Pedro Sánchez apareciera. 50 segundos de su regia vida. Han pedido cambiar el protocolo reajustado en su día por la pandemia –al que Sánchez atribuyó la demora- para que jamás vuelva a ocurrir que el Rey se encuentre en esa agobiante tesitura y haya de perder 50 preciosos segundos para aparecer el último en escena y que sean todos los demás quienes, puestos en pie, le reciban.

El Ejecutivo de un país tiene el poder otorgado por los votos y ha de ejercerlo. En bien de la mayoría. Los gritos ultras de la Fiesta Nacional el día 12 han embaucado a unos cuantos ciudadanos para decir que Pedro Sánchez es el presidente más desprestigiado de España. Es guiarse por la hojarasca diseminada. Menos de la que parece, aunque dispongan de tan potentes surtidores porque no la ven, por ejemplo, en Europa. Y es que aquí sacan del cómputo nada menos que a Aznar, señor de las Azores, de la burbuja inmobiliaria y del Yak-42, y Rajoy, señor de los hilillos y del mayor destrozo al Estado del Bienestar de la historia. Por no entrar en más detalles.

Ahora que el Gobierno empieza a sonar más a progresista, un minuto debería dar para que el versátil Pedro Sánchez se vuelque en el coraje que le recordamos cuando los colegas le montaron el golpe. Es que, en un minuto, se podrían vaciar las mochilas del desván del partido, siempre que no haya ninguna propia de sustancia. Y ese andar ligero nos puede llevar mucho más lejos.

Cuántas cosas se pueden hacer en un minuto, incluso de 50 segundos. Buscar una mayoría alternativa y renovar en serio el Poder Judicial y sus tribunales. Para que no haya dejaciones, ni asomo de favoritismo, para que se cumplan las leyes. Hasta las que habría que promulgar para meter un multazo histórico a quienes, mintiendo en la información, envenenan la convivencia, como ha ocurrido en los Estados Unidos, con uno de esos voceros de los que aquí tanto se prodigan. Son mandatos precisos.

Un minuto basta para firmar tres ceses ministeriales que impiden avances. Y emprender limpias, podas y siembras. Para aunar fuerzas de país diverso que no orille a esas comunidades con personalidad propia donde apenas anidan los fascismos. Es que menos de un minuto ha bastado en Italia para nombrar presidente del Senado a un fascista orgulloso de serlo.

Hay que volver a la carretera, Pedro Sánchez, y hacer la larga marcha pendiente con el mejor equipo de relevos. En un segundo se enciende la luz, y en un segundo se apaga. Y en otro se vuelve a prender.

Es el tiempo real, ése que no vuelve nunca cuando pasa. El minuto real que no coincide con el minuto regio, tenso en cinco suspiros de espera.

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