'La otra mitad de los catalanes'
Mucho le gusta al PP hablar de “la otra mitad de los catalanes”. Esa que, según el discurso conservador, está en contra de la independencia, quiere educar a sus hijos en español y vive oprimida por el proyecto separatista. Pablo Casado pretende hacer creer que él y su partido representan a ese colectivo: que siempre estarán a su lado frente a la adversidad, que jamás permitirán que se les desgaje de España. Algunos intelectuales acompañan con entusiasmo al PP en su cruzada y se les ha empezado a escuchar la novedosa teoría de que lo que existe no es un problema de Catalunya con España, sino un problema interno de Catalunya que la tiene partida en dos.
Es cierto que Catalunya está dividida casi a partes iguales frente a la disyuntiva de la independencia, si bien en los últimos meses parece haber crecido el número de los contrarios a la secesión. Según una encuesta publicada por La Vanguardia en enero pasado, el 49% de los catalanes rechaza la independencia, frente al 43% que la apoya. Tradicionalmente, esos porcentajes han estado bastante parejos, con lo que el argumento de que es inaceptable una declaración de independencia con la mitad de la población en contra también podría aplicarse en sentido inverso; es decir, que resulta inaceptable la pertenencia a un Estado con la mitad de la población en contra. Sin embargo, por encima de cualquier discusión aparece inexorablemente la Constitución, que consagra la unidad de España y establece que cualquier modificación territorial solo podría hacerse mediante votación de toda la población española, no exclusivamente de la región afectada. C’est la loi. Hay que recordar que los nacionalistas catalanes apoyaron masivamente dicha Constitución, con su artículo 155 incluido; al mismo tiempo, hay que admitir que algo ha ocurrido en los últimos años para que la mitad de ellos no se sienta hoy parte del proyecto colectivo español.
En realidad, existen dos mitades de catalanes. La que quiere vivir en España y la que no. El PP, muy dado a la hipérbole cuando le conviene, describe a la primera mitad como un bloque monolítico que sufre en silencio cada día persecuciones y suplicios, como los primeros cristianos bajo el yugo romano. Más allá de lo que cada cual piense sobre el fenómeno independentista, la realidad es más compleja que la caricatura que dibuja el PP. Ni los independentistas ni los españolistas son grupos homogéneos. En el primero confluyen desde secesionistas radicales hasta quienes asumen la independencia como un mero ideal sin horizonte temporal; en el segundo se pueden encontrar desde votantes de pulsera rojigualda y nostalgias isabelinas hasta federalistas que apoyarían una consulta de autodeterminación pero votarían en contra si esta llegara a producirse. Cuando el PP dice representar a “la otra mitad de los catalanes”, suponemos, por mero cálculo aritmético, que incluye a todos los que se oponen a la independencia. ¿Tiene razones para arrogarse ese papel?
Veamos la realidad.
En las elecciones catalanas de febrero pasado estaban citados a las urnas 5,3 millones de electores. La abstención ascendió al 46,4%. De los 2,87 millones de votos contabilizados, el PP obtuvo 109.067. Esto significa tan solo el 3,8% de los votos y el 2,03% del número total de electores en Catalunya. El partido de Pablo Casado quedó a la cola, de lejos, en las cuatro provincias. Sus tres agónicos escaños los obtuvo todos en Barcelona. No ha habido en Catalunya, para salvar la cara, una Álava, la provincia vasca donde predominaba el voto españolista de derechas y que el PP se encargaba de airear como símbolo de resistencia frente a los secesionistas. Un relato, por cierto, que se hizo añicos en las últimas elecciones de Euskadi al quedar los conservadores de cuartos en su tradicional bastión. Con el descaro a que nos tiene acostumbrados, Casado podría alegar que “la otra mitad de los catalanes”, a la que representa el PP, se encuentra mayoritariamente en la enorme bolsa del abstencionismo; en tal caso, el líder conservador tendría que explicar su fracaso para movilizar a semejante masa de acólitos, lo que evidentemente dejaría mal parada su capacidad de liderazgo.
Hace pocos días, en un arrebato de furia contra los empresarios por apoyar los indultos del procés, Casado proclamó que “la soberanía reside en el pueblo español, en los diputados y senadores”, no en grupos de presión y asociaciones privadas. Es cierto que, cuando está más tranquilo, se pasa por el pito del sereno tal soberanía, tachando de ilegítimo al presidente investido por el Congreso o poniendo al mismo nivel el estado de derecho de la República y la sublevación franquista. Pero tomémosle la palabra, así lo haya dicho con la razón nublada por la ira, y asumamos que la soberanía reside en los cuerpos de elección popular. Extrapolémoslo al Parlamento catalán. El partido más votado en las últimas elecciones fue el PSC, con 652.858 votos -seis veces más que el PP- y 33 escaños, 10 veces más que el PP. A su vez, los partidos independentistas sumaron 74 de los 135 escaños, lo que ha dejado en sus manos el control del Parlament. Toda la derecha –Vox, Ciudadanos y PP- apenas consiguió el 18% de los votos válidos.
Seamos sinceros: el problema del PP es que no representa a casi nadie en Catalunya, como también le sucede en Euskadi. Los españolistas votan de modo mayoritario al PSC, porque entienden la pertenencia al Estado español de un modo radicalmente distinto al que promueven el PP y sus aliados. Guste o no a la derecha, lo que reflejan los resultados electorales es que los socialistas son hoy el principal muro de contención contra el separatismo, aplicando el principio orteguiano de la conllevancia en vez de la política de confrontación que atizan el PP y Vox. Para erigirse en representante de “la otra mitad de los catalanes”, Casado deberá trabajar mucho más, ensayando un discurso más orientado a convencer que a vencer, salvo que crea que el artículo 155 bastará para resolver eternamente las desafecciones territoriales. De momento, lo que demuestran los fríos datos es que “otra mitad de los catalanes” no se ha dado por aludida de que el PP la representa.
54