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Nacidos para sentirse provocados

El rey y Mariano Rajoy llegaron a la manifestación con minutos de diferencia y fueron recibidos con abucheos

Antón Losada

No les descubro algo nuevo si les digo que España es un país lleno de gente nacida para ser provocada. Somos líderes europeos en escandalizarnos y sentirnos provocados por cuanto hagan o digan quienes piensen o quieran algo diferente a aquello que queremos o decimos nosotros o los nuestros, que siempre somos los más demócratas, los más tolerantes, los más educados y los más honestos; excepto en los casos de corrupción, que siempre vemos una sucia maniobra política detrás si el caso afecta a los nuestros.

En España hay demasiada gente que ya se levanta por la mañana provocada y ya exige reparación y castigo antes de salir de casa. Si por el medio anda metido el nacionalismo –ahora se trata de Catalunya, pero antes fueron Euskadi o Galicia y seguro que la rueda vuelve girar–, ya se han acostado provocados y a la hora del desayuno ya están pidiendo que se aplique el 155 de la CE y la Guardia Civil entre a poner orden.

Los mismos que al día siguiente del atentado ya estaban mezclando el procés con el terrorismo inventándose unas declaraciones del president Puigdemont, los mismos que han bautizado “comisario Paellas” a Josep Lluís Trapero, el mayor de los Mossos, los mismos que se escandalizan porque un correo personal de un policía local belga a un sargento de los Mossos no encendiese todas las alarmas, pero les parece perfecto que la Policía pinchase el teléfono al imán de Ripoll en 2005 y no informase ni siquiera a la Guardia Civil, los mismos que acusan al president Puigdemond y a la Generalitat de comparecer demasiado y hacer un uso político del atentado, mientras le reclamaban a Mariano Rajoy que haga lo mismo o le tachan de manso si no lo hace, los mismos que la víspera de la masiva manifestación del 26A inflamaban páginas y editoriales avisando al rey y al Gobierno de una encerrona donde peligraba incluso su integridad física, ahora se sienten provocados porque se pitó al rey y al Gobierno, o se vieron esteladas y pancartas recordando a ese Gobierno y a ese rey sus amigables lazos con la dictadura Saudí.

Cuando ellos critican con trazo grueso a las instituciones catalanas se trata de democracia y libertad de expresión. Cuando los manifestantes critican a la monarquía o al Gobierno con trazo grueso, supone una provocación y una falta de respeto a las víctimas. Al parecer, decir públicamente que si los TEDAX de la Guardia Civil hubieran entrado en Alcanar a las once de la mañana se hubiera evitado el atropello masivo de las Ramblas a las cinco de la tarde representa una muestra de respeto por las víctimas, pero recordar los buenos negocios que hacemos con los países que financian el salafismo implica usarlos políticamente.

Se acusa a los manifestantes de ir a hacer política a la manifestación. Lo mismo que fueron a hacer el rey, Mariano Rajoy, Carles Puigdemont o Ada Colau. Nunca he entendido la presencia de autoridades en las manifestaciones, a no ser que se estén manifestando contra ellos mismos. A unos les pitaron y a otros no. Cuando ocupas un cargo público que te piten y te critiquen va en el sueldo y constituye un derecho de los ciudadanos, no se suspende en caso de terrorismo.

Primero les dijeron a los catalanes cómo debían sentirse y qué debía importarles, al no hacerles caso, se sintieron provocados. Luego les dijeron qué idioma debía utilizar en las ruedas de prensa y, al no hacerles caso, volvieron a sentirse provocados. Luego les dijeron qué banderas, qué pancartas y qué consignas se podían emplear durante la manifestación y, al no hacerles caso de nuevo, han vuelto a sentirse provocados. Todo resulta una provocación cuando uno piensa que comparecer con la bandera o hablar en la lengua de tu país es aprovechar el atentado y el dolor de las victimas para impulsar el independentismo, pero utilizar los atentados para reclamar a los catalanes que olviden sus pretensiones de más autogobierno y nos den las gracias representa un ejercicio de democracia y un gesto de respeto por la víctimas.

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