Naranjas, azules, todos quieren ser los campeones
Nada describe tan bien la pugna desatada en el seno de la derecha española como la mítica canción de Torrebruno: “tigres, leones, todos quieren ser los campeones”. La disputa entre naranjas y azules se reduce a resolver quién gana el campeonato. Si el Partido Popular no fuera un partido asolado por la corrupción, Ciudadanos tendría serios problemas de plagio con su programa y con su discurso “liberal progresista”. De ahí que la única discrepancia seria que mantienen se refiera a una reforma de la Ley electoral que el PP no quiere tocar, porque mantiene el peso del electorado de la España interior que todavía conserva, y Cs quiere cambiar para que pese aún más ese electorado conservador urbano que cree dominar.
A falta de discurso o políticas diferentes que discutir en Catalunya, azules y naranjas se pelean por la cesión de un diputado bajando al barro de echarse en cara si unos lo piden sólo por la pasta y otros lo niegan por traidores. El PP ha tenido tan difícil encontrar un punto de discrepancia por donde empezar a arrear a Cs que han recurrido a la inflamable cuestión de la prisión permanente revisable. Los populares, abanderados de ese derecho penal cipotero que recorre España desde hace años alimentándose sin compasión del dolor de las víctimas, echan en cara a Ciudadanos su abstención; ni siquiera pueden reprocharle haber votado a favor de su derogación.
Lo cierto es que Cs y Albert Rivera afrontan un dilema complicado: han crecido dejando gobernar al PP y al PSOE pero para seguir medrando tienen que dejar de hacerlo. Puede que Rivera se vea gobernando con PP y PSOE, pero puede también que ellos no se vean gobernando con él. El oportunismo que ahora les reprocha Mariano Rajoy, sabedor de lo mucho que sus votantes desprecian esa cualidad, se acaba de convertir en su mayor problema.
Cuando aspiras a ganar las próximas elecciones generales, no parece que los demás te vayan a seguir concediendo la ventaja de jugar con una estrategia que te permite votar con la oposición en las cuestiones simbólicas para quedar bien y votar con el gobierno en los asuntos de dinero para apuntarte los tantos económicos y fiscales.
El dilema del PP y Rajoy es diferente. Les interesa que la legislatura se complete para que el ciclo económico se ajuste mejor al ciclo electoral, pero nada ni nadie puede asegurarles que el tiempo, esta vez, corra en su contra empujado por los casos de corrupción y las carreras de ratas para rebajar las penas delatando a quién haga falta.