Negacionistas fachas vs trabajadores pobres
A veces a una le da por pensar con absoluta convicción que nació en el peor país del mundo, aunque normalmente después se me pasa, sobre todo desde que no vivo allí. Es lo que tiene vivir, padecer un territorio, por eso a veces me da por pensar que elegí el peor país del mundo para migrar, pero luego también se me pasa. Y también hay días en que pienso las dos cosas a la vez, que nací en el peor país del mundo y se me ocurrió mudarme a otro por el estilo. Tampoco me preocupa mucho, a todo el mundo le acosan ese tipo de pensamientos por ratos, seguro que hay hasta suecos y uruguayos y finlandeses que lo piensan.
Por ejemplo hoy es un día en que se me cruzan los cables, en los que desearía nacionalizarme culebra como decía un escritor al que siempre le cito la misma cita. Y esto viene a cuento porque acaban de confinar Perú y el 'trending topic' desde ayer parece redactado por Miguel Bosé: #desobedienciacivil. Gente llamando a dejar de usar mascarillas. Gente llamando a romper el confinamiento y el toque de queda. Gente llamando a hacer manifestaciones para oponerse a la cuarentena cuando mueren por COVID casi cuatro personas por hora. Más del 50% de encuestados diciendo que no piensa vacunarse. Gente llamando a usar ivermectina preventivamente. Voces pidiendo que las vacunas se comercialicen por lo privado. Gente hablando de recorte de libertades y dictadura.
El discurso es el mismo que han manejado los negacionistas de por aquí: la cuarentena es peor que el virus, la vacuna es una conspiración de Bill Gates y hay que reactivar la economía a cualquier precio. Ahora se sabe que, por ejemplo en Brasil, donde han muerto ya más de 200 mil personas, Bolsonaro implementó un plan para expandir el virus y potenciarlo. Sus estrategias: difundir argumentos económicos, ideológicos y morales, 'fake news' y pseudociencia para desacreditar a las autoridades sanitarias, promover la desobediencia a las recomendaciones sanitarias y el activismo contra las medidas de salud pública para contener el avance de la COVID, como cuenta Eliane Brum en El País. Necropolítica y no otra cosa está detrás de estos posicionamientos.
Y he aquí el fenómeno detectado con dolor: fachas, burgueses, ricos y millonarios presuntamente esperan lo mismo que pobres, trabajadores y precarios: que no haya confinamiento. Pero solo aparentemente. Los primeros para mantener su alto o buen nivel de vida, los segundos para llevarse un pan a la boca y sobrevivir. Los primeros piden que la rueda de la economía siga girando a la misma velocidad y en su dirección; y los segundos que los dejen salir a la calle a vender algo para comprar la comida del día. Los primeros pueden permitírselo, al final estarán en sus casas mientras el resto trabaja para ellos. Los segundos enfermarán y en muchos casos morirán porque ya no hay camas UCI. Los primeros pueden pagarse una clínica, los segundos jamás. Hasta en un 50% más muere la gente en barrios pobres que en los barrios pudientes, según estudios. Esto es lo que el neoliberalismo llama igualdad de oportunidades.
Este fenómeno es aprovechado por los grupos ultras, ultra todo, ultraimbéciles, para construir la falacia, en Perú, en España de que “el pueblo”, así en general, en universal, no cree en el virus y no cree que algo se vaya a solucionar encerrándonos y se unen bajo el lema: “no a la cuarentena”, cuando en realidad son solo parte de la guerra política que subyace a la gestión de la COVID. Pero las medidas duras no afectan a todos por igual.
La realidad, mucho más compleja, es que el 72% de personas en el Perú trabajan de manera informal, es decir, no pueden dejar de salir a la calle a trabajar en mercados normalmente abarrotados y sin control. Y el gobierno ha tenido el cuajo de confinar las principales ciudades de aquella manera, es decir sin otorgar bono universal para la supervivencia, sin subvencionar a las pequeñas empresas y sin cobrar un solo duro de impuesto a las grandes fortunas. Y la gente ya no acata nada y ya no cree en nada, en la primera ola, el otro presidente que luego fue vacado, ya les prometió bonos y se cumplió mal o peor. Esta es la consecuencia de años de desmantelamiento de lo público en el Perú y de que el ritmo lo imponga como siempre el mercado y no los derechos y los cuidados de todes. La gente sale, se arriesga y sabe que puede morir. Es aterrador.
Contra lo que sostienen los negacionistas que van a aprovechar esta coyuntura de caos absoluto, el confinamiento es una medida extrema para una situación extrema que sí ha funcionado con eficacia probada y evitado más muertes y contagios en muchas partes del mundo; pero en el Perú es mayoritariamente un privilegio de clase y más aún si no viene acompañado de políticas públicas de asistencia y sostenimiento de la vida de los más vulnerables. ¿Son los ricos y los dueños del Perú los que están saliendo a ofrecer lo suyo para ayudar a los demás, abriendo sus clínicas y farmacias, patrocinando emprendimientos, facilitando moratorias de pagos de servicios y alquileres? No, son las mujeres pobres que se están organizando solidariamente alrededor de ollas comunes en los barrios y pueblos para alimentar a otras personas pobres y a sus hijos para que el hambre no sea motivo de contagio. Solo el poder de lo colectivo y el apoyo mutuo puede ahora mismo hacer la diferencia. Agarrémonos de ese clavo ardiendo.
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