No nos vamos a ninguna parte
Escribía el sábado en Twitter que, en algunas ocasiones, el machismo es como llevar comida entre los dientes: hace falta que alguien te señale que lo llevas para que te des cuenta. Pero claro, hay personas a las que les encanta llevar comida entre los dientes. Otras que se ofenden si les dices que llevan comida entre los dientes. Y algunas, pese a mirarse en el espejo con un trozo verde en el colmillo, continúan diciendo que sus dientes están perfectamente limpios.
La mayoría de los hombres (y mujeres, porque por supuesto hay mujeres machistas) que conozco no niegan el machismo; no niegan la existencia de la brecha salarial de género, el acoso, la sexualización o la violencia contra las mujeres. Pero algunos no se reconocen dentro de las conductas machistas, incluso si una o varias mujeres le han señalado que con sus actitudes se han sentido incómodas o violentadas. El machismo existe pero yo no soy machista. El feminismo es necesario, por supuesto, pero tú estás exagerando.
Pongamos el ejemplo del trabajo. La mayoría de las mujeres pueden identificar lo que es ser tratadas negativamente por ser mujeres en el entorno laboral. Pero la mayoría de los hombres no tienen una experiencia vivida de esa discriminación. Por eso algunos sostienen que no existe techo de cristal, que nuestra progresión laboral no se ve afectada por la maternidad o que interpretamos erróneamente comentarios inocentes como sexistas, por ejemplo. Si tú nunca lo has sufrido, cuesta entender cómo esos pequeños brochazos sexualizantes afectan a un nivel más profundo, minando la autoestima profesional y personal de la mujer.
Estamos en un momento bastante crítico para el feminismo porque la reacción a la ola está siendo contundente. No es ya solo que haya personas que sigan sin reconocerse en el machismo, negando evidencias o denuncias, es que algunos han pasado a negar directamente el machismo atribuyendo cualquier reclamación de las mujeres a un lloriqueo estructural, un invento ideológico, el coladero económico de chiringuitos institucionalizados. Una y otra vez, repiten que el feminismo sataniza a todos los hombres, tratándoles como presuntos violadores, mientras alienta a las mujeres a verse a sí mismas como víctimas. Otros condenan el machismo PERO. Ese “pero” en el que se muere todo lo dicho o escrito previamente.
Creo, además, que parte del movimiento feminista se siente cansado, hastiado de divisiones internas, de una batalla que avanza pero también retrocede, con leyes que no funcionan como deberían funcionar, con el foco puesto a menudo en cuestiones absurdas, y con la sensación constante de que derechos adquiridos pueden perderse en cualquier momento si un partido u otro llega al poder.
Durante años, además, hemos sentido el despertar feminista de los jóvenes, pero ahora vemos también cómo muchos chavales de la Generación Z recrean o comparten mensajes machistas en sus Tiktoks. El último barómetro del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), concluía, de hecho, que uno de cada cinco chicos de entre 15 y 29 años entiende que la violencia machista es un invento ideológico. Es el 20%, en 2019 el porcentaje era del 11,9%. Además, uno de cada cuatro chavales piensa que el feminismo es un fenómeno que busca perjudicar a los hombres, como una tarta en la que si uno come, el otro dejará de comer.
Los argumentos feministas pueden volverse pesados, periódicamente recursivos y repetitivos, con una pátina de enfado que exaspera, pero siguen ahí por algo. Seguimos ahí por algo; concretamente seguimos ahí por nosotras y nuestros derechos.
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