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Las tres opciones de Podemos

Pablo Iglesias en el acto de Podemos sobre el debate del estado de la nación / Marta Jara

Antón Losada

Pablo Iglesias quiso protagonizar el relato de la formación del nuevo gobierno y ganar la negociación con los socialistas. Jugó a todo o nada y la jugada no ha salido. Discutir ahora si tenía o no razón carece de utilidad. Suele pasar cuando no se calibran bien los riesgos, ni se entienden bien las opciones y los limites de la otra parte. Esperar que Pedro Sánchez aceptara gobernar con Podemos dependiendo de los nacionalistas catalanes era tanto como invitarle a hacerse el harakiri.

El líder socialista no le compró la sonrisa del destino y la decisión del PSOE y Ciudadanos de negociar desde ahora conjuntamente deja claro que no se la comprará en el futuro. Ahora Podemos debe tomar sus propias decisiones y dispone al menos de tres opciones.

La primera pasa por mantenerse firme en su apuesta a todo o nada y no sentarse a negociar hasta que Ciudadanos salga de la mesa. El resultado previsible serán unas nuevas elecciones. Tanto PSOE como Podemos se verán obligados a enredarse en un juego de la culpa que nadie sabe a quién puede beneficiar o perjudicar más, aunque parece seguro que ambos pagarán algún precio porque al voto progresista le entrara la desilusión y al voto conservador las ganas de poner orden.

Es una apuesta de resultado incierto puesto que nadie sabe muy bien cómo se tomará mucha gente que la obliguen a votar otra vez, como si no hubiera valido la primera. Seguramente provocará cierta tensión en las filas de la formación morada por efecto de las dudas que, les guste o no, provoca el efecto de la teoría de la pinza sobre una parte de sus votantes. Agitar el fantasma de la gran coalición contra el fantasma de la pinza tiene una credibilidad limitada viendo la actitud de Rajoy y el PP. Requiere además que ni IU, ni Compromis opten por buscar su propio camino.

La segunda alternativa consiste en mantener su negativa a entrar en un Ejecutivo donde figure Ciudadanos pero negociar las condiciones de su abstención para facilitar la investidura. La opción ofrece la gran ventaja de que permitiría a la formación morada influir en el gobierno para promover aquellas políticas que encajen en su proyecto, mientras ejerce de oposición distanciándose de aquellas medidas que contradigan sus postulados.

La opción de sentarse con el PSOE y Ciudadanos para negociar la abstención de los naranjas, que ahora no excluye el propio Iglesias, estaba disponible antes del primer intento de investidura. Él mismo la mató con su inopinado veto a cualquier negociación con la formación de Albert Rivera. Ahora ya estamos en otra pantalla.

La tercera opción pasaría por cambiar la mano. Asumir que ahora se trata de obtener un acuerdo transversal para evitar el riesgo y el coste de unas nuevas elecciones. Volver a la mesa de negociación con una estrategia y una oferta que lleve a socialistas y Ciudadanos a preferir la aproximación del programa de gobierno y su incorporación a un ejecutivo tripartito, antes de asumir el coste de una negativa que tendría difícil explicación ante la mayoría de una sociedad que empieza a mostrarse cansada de tanta esterilidad.

Se trata de una alternativa que tendrá sin duda un coste inmediato entre aquella parte de sus votantes que prefiere ir a nuevas elecciones. Pero suministra a medio plazo la recompensa de llegar al gobierno y disponer de la oportunidad de ejecutar un programa de gobierno del cual sería coautor y corresponsable.

El reloj corre y ya se ha acabado el tiempo de los experimentos, las ruedas de prensa incendiarias, los vetos absolutos y las frases grandilocuentes. Estamos en ese tiempo cuando la política o es el arte de lo posible, o se vuelve melancolía.

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