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El panorama podría estar empezando a cambiar

Pablo Iglesias y José Luis Ábalos se estrechan la mano en el Congreso de los Diputados durante la moción de censura contra Mariano Rajoy.

Carlos Elordi

Pasadas las emociones del momento, parece que la situación política vuelve a estar en el mismo sitio que estaba antes de la moción de censura. Pero esa es una impresión superficial. La iniciativa de Unidos Podemos ha removido intensamente el agua del estanque. En varias direcciones, además. Y aunque esas dinámicas no vayan a producir efectos tangibles a corto plazo, pueden cambiar el panorama, e incluso la situación, en un periodo posterior. Y seguramente no muy lejano.

El efecto más claro del debate de estos días ha sido la indudable mejora de la imagen del partido de Pablo Iglesias y de sus socios en la opinión pública y en el marco político. La indiscutible solvencia parlamentaria de sus portavoces y la buena articulación de sus argumentos han confirmado la madurez de Unidos Podemos, algo que la organización necesitaba imperiosamente tras meses de dudas y un congreso que había dejado demasiadas preguntas en el aire.

Con una claridad que hasta ahora no había existido, se ha visto que ese partido tiene por fin un programa digno de tal nombre. Y que éste no es una suma de fantasías radicales, sino una propuesta que un gobierno de coalición de izquierdas podría aplicar en un futuro. Con dificultades, obviamente, pero sin necesidad de romper la baraja.

Y ese es un gran paso adelante. Si, además, el portavoz socialista Ábalos asegura en su réplica a Iglesias que hoy el PSOE estaría de acuerdo con la mayoría de los puntos de ese programa, ese paso se convierte en un salto cualitativo, en algo realmente nuevo. Ciertamente solo en el terreno de las palabras, pero éstas, y más tal y como están ahora las cosas, tienen su valor, y no es pequeño.

Es también importante el impacto que la iniciativa parlamentaria de Unidos Podemos y su brillante explicitación ha tenido justamente en el Partido Socialista. El PSOE, al menos hace algunas semanas, se tomó el anuncio de la moción de censura como una maniobra destinada a aguar la fiesta que el partido vivía tras el éxito de Pedro Sánchez y la ola de simpatía que este generó en la opinión pública, particularmente en el amplio y polisémico electorado de izquierdas.

Es obvio que frenar las consecuencias negativas que esa ola podía tener sobre Unidos Podemos tuvo que sobrevolar la mesa en que Iglesias y los suyos decidieron presentar la moción. Pero la denuncia de esas eventuales intenciones estuvo ausente del debate parlamentario, desmintiendo a los agoreros habituales, que una vez más se han equivocado. El PSOE no quiso ir por ese camino, prefirió mostrar su cara más dialogante con Podemos, reconociendo su derecho a existir e incluso la validez de no pocos de sus argumentos. Como era de esperar, algunos exponentes del conglomerado derrotado en las primarias de mayo han manifestado su rechazo a esa actitud, que consideran poco menos que una bajada de pantalones.

Casi como un segundo capítulo de la moción de censura, llega ahora el congreso socialista. Y muchos esperan que de la reunión salga un mensaje nítido que anuncie la posibilidad de un pacto de izquierdas que confirme que el buen tono que se registró en el Parlamento no ha sido un hecho circunstancial y aislado. Pero lo más probable es que queden frustrados.

Sobre todo porque el congreso va a dedicarse básicamente a normalizar el panorama interno del partido, a articular y concretar hasta donde le sea posible el cambio drástico que han sancionado las primarias. Y eso, por mucho que ahora manden Sánchez y los suyos, es una tarea bastante ingente. Porque el organigrama del PSOE es muy amplio y la asignación de cientos de puestos de responsabilidad, muchas veces quitándoselos a quienes antes los ocupaban, es una tarea complicada.

Pero también porque más allá de ese objetivo orgánico, el congreso socialista tiene el objetivo político prioritario de fijar las bases y los instrumentos para lograr una recuperación electoral. Y aunque ese empeño implique también trabajar en otros frentes, y particularmente el del centro, mejorar la situación en ese terreno implica dar una batalla sin concesiones a Unidos Podemos. Esa es la prioridad de la dirección, de los cuadros y de los afiliados socialistas y frente a ella cualquier referencia a pactos de izquierda será mera retórica en la fase actual de las cosas.   

Nada nuevo, por otra parte. Entonces, ¿por qué el nuevo tono en las relaciones públicas entre el PSOE y Unidos Podemos y entre Unidos Podemos y el PSOE? Porque ambos partidos, cada uno a su manera, han comprendido que sus respectivas fronteras electorales son muy permeables, que tras la victoria de Sánchez y tras el éxito parlamentario de Iglesias e Irene Montero son muchos los votantes de uno y otro partido que dudan a qué carta quedarse. Y que un insulto o un desplante al rival puede decidir a no pocos.

Pero también porque para ninguno de los dos es ahora oportuno cegar cualquier posibilidad de acuerdo futuro. Porque nadie puede descartar que más adelante llegue la ocasión de dar ese paso. Está claro que tanto el PSOE como Unidos Podemos aspiran a estar un día en el gobierno. Y es también bastante evidente que eso solo será posible si dan el paso juntos. Hoy por hoy sus estrategias son irreconciliables: Podemos no quiere saber nada de que en el pacto está también Ciudadanos, el PSOE rechaza cualquier posibilidad de entendimiento con los independentistas.

Pero no está dicho que esas posiciones no puedan modificarse dentro de unos cuantos meses. Por la acción de dos factores que están en el aire y que, además, pueden sumarse. Uno es el deterioro creciente del PP. Para solaz de los suyos y de los que no quieren ver cómo están las cosas, Mariano Rajoy ha hecho una eficaz defensa de su bastión en el debate parlamentario reciente. Pero ha sido incapaz de decir nada distinto de que está dispuesto a resistir. Y puede que dentro de no mucho deje de poder hacerlo. Aunque el PP sigue dando la situación de que manda, tiene cada vez peor las cosas.

El otro es Cataluña. Parece claro que es inevitable el choque de trenes al respecto. Pero de lo que no hay ningún indicio, aunque son muchos los que le están dando vueltas a este asunto, es de lo que va a pasar después que este se produzca. Frente a la de que la crisis catalana va a reforzarle, una hipótesis perfectamente plausible es que esta le propine a Rajoy un golpe del que no pueda levantarse. Y si eso ocurre habrá que hablar de alternativas al PP. Sobre nuevas bases y con un nuevo horizonte. La moción de censura podría haber sido un paso en esa dirección.

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