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Corrupción para comprar reputación, una genialidad

Pedro Antonio Sánchez, en una imagen de archivo.

Isaac Rosa

“Presidente regional, investigado por corrupción y salpicado por escuchas de la Púnica, busca empresa de comunicación que limpie su imagen, contrarreste informaciones negativas, mejore su reputación online y su posicionamiento en google. Interesante retribución (3.000 euros/mes). Urgente. Preguntar por Pedro Antonio”.

Si hay por ahí algún profesional del asunto, no dejen pasar la oportunidad: el presidente murciano Pedro Antonio “a tope” Sánchez necesita con urgencia a alguien que le limpie la reputación, que la tiene por los suelos. Hace dos años estuvo a punto de conseguir un profesional que le lavase la imagen, pero tuvo mala suerte y no llegó a firmar el contrato: la mala suerte de que el juez ordenase la detención de los implicados en la trama Púnica justo cuando estaba a punto de formalizar el contrato. Qué mala suerte. Si la Guardia Civil hubiese empezado las detenciones una semana más tarde, Pedro Antonio habría cerrado el trato, y hoy tendría quien le limpiase la imagen.

Eso sí, seguramente la tarifa habría subido: si hace dos años le pedían “3.000 pavos al mes” por mejorar su reputación, hoy la trama tendría que echar muchas más horas para “mejorar su imagen, su reputación en redes sociales y el posicionamiento en google”, que es lo que por lo visto hacía la trama Púnica con los políticos. Porque si hoy Sánchez es trending topic no es precisamente por su buena gestión. Y en cuanto a google, sus 7.000 primeros resultados dicen de todo menos bonito.

De entre todas las tramas de corrupción de la última década, mi favorita es esta, la del “conseguidor” Alejandro de Pedro vendiendo reputación a políticos, y estos pagándola con dinero público de forma fraudulenta. No me digan que no es genial: corrupción para comprar reputación, el endecasílabo que mejor resume el paso del PP por Madrid, Valencia y Murcia.

Pero la verdadera genialidad es la de los llamados “conseguidores”: después de rascar en todos los pozos de los que sacar dinero (urbanismo, obras públicas, campañas electorales, contratos municipales, hospitales, colegios…), agotados todos los yacimientos a golpe de operación policial, aún quedaba un último filón por explotar: la vanidad de los políticos. ¿Qué otra cosa iban a conseguir con esas campañas de reputación, sino vanidad?

La trama usaba bots y cuentas falsas en Twitter, y una docena de diarios zombis (periódicos digitales ficticios, dedicados a rebotar noticias ajenas), así que lo único que podía ofrecer a los políticos era la calderilla de unos cientos de comentarios favorables en redes, unos cuantos titulares de diarios fantasmales, un poco de cariño en la entrada de wikipedia, y un efímero trending topic a precio de oro.

Y aun así, estaban dispuestos a pagar para que el espejito, espejito de las redes les dijera que eran los más bellos. “Tres mil pavos al mes” en el caso de Pedro Antonio Sánchez. Normal que los aprovechados celebrasen con risotadas: “¡Madre mía, Murcia a tope!” Y tanto. ¡España a tope!

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