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Perdonen la expresión

Pegatina con el epitafio del protagonista de Matadero 5. Foto tomada por Jason White, 2007 cc

Begoña Huertas

El pasado fin de semana, en el discurso de clausura del XIV Congreso Regional del PP valenciano, Mariano Rajoy sorprendió con estas palabras: “Ya podemos hacer cosas que no podíamos cuando estábamos, y perdonen la expresión, en la indigencia”. Llamó la atención la palabra elegida. Podría haber utilizado otros sinónimos: estrechez, penuria, incluso pobreza. Pero optó por la más extrema. Alguien pobre puede ir tirando, un indigente malvive con una mano delante y otra detrás. Tanto es así que tuvo que preceder el término con un “perdonen la expresión” (algo también insólito, dicho sea de paso, porque es como decirle a alguien “tiene usted un cáncer, con perdón”).

Desde luego el hecho no es fortuito ni es la primera vez que se emplea una palabra conmovedora para crear emoción y enturbiar el pensamiento racional. Pura Retórica. Cuando se cuenta un cuento se endurece la caída del protagonista para que brille más el final feliz. Con una sola frase, el presidente del Gobierno nos contó toda una historia. Y sí. Es el tipo de historia más simple y la que más gusta a la gente.

Con su habitual sentido del humor e inteligencia, el escritor estadounidense Kurt Vonnegut ideó un brillante sistema para dar cuenta de las distintas curvas emocionales que podían adoptar las historias. En su artículo 'Ahí va una lección de escritura creativa', recogido en el libro Un hombre sin patria, pueden verse sus conocidos diagramas. Éstos se conforman por un eje vertical que va de la buena suerte, en la parte superior, a la peor de las suertes, en la inferior, y un eje horizontal que indica el comienzo y el final en el tiempo. En la historia más simple, la del “hombre en el hoyo”, un protagonista situado en un punto intermedio de la buena suerte cae en desgracia y al final remonta. “Hemos salido de la indigencia”.

Entre otras posibilidades de historias, Vonnegut señalaba la que comienza desde la mala fortuna (por ejemplo Cenicienta) y se alza imparable (después de la mediación del hada madrina) hasta que una vez arriba cae en picado (las campanadas), para volver a subir en una apoteosis final hasta la felicidad infinita. El diagrama para la Metamorfosis de Kafka es menos optimista. Se inicia en la parte inferior, la de la desgracia, y sencillamente cae un poco más. Fin.

Esta semana he leído sobre el sociólogo alemán Wolfgang Streeck cuyo libro How will capitalism end? (cómo terminará el capitalismo) no es precisamente un cuento con estructura simple de hoyo. Precisamente Streeck escribe la palabra “recuperación” siempre entre comillas, ya que desde su punto de vista no indicaría más que la sustitución de desempleo por empleo de baja calidad. (¿A eso se referirá Rajoy? ¿Salir de la indigencia para entrar en la precariedad?). También alude Streeck a las estrategias que llevan a cabo los 'megarricos' para mantener su situación de poder. Lo hacen por ejemplo, dice, comprando legitimidad social mediante actos de filantropía, que vienen a llenar en parte los huecos en servicios sociales que deja su propia evasión de impuestos.

Estos últimos días ha sido noticia la donación de 320 millones a la sanidad pública por parte de Amancio Ortega. Además de a las curvas emocionales, habría que atender también al campo semántico de nuestra historia: indigencia, donación... Nos movemos en el plano de la caridad, no de los derechos. El caso es que Ortega donó 320 millones para máquinas oncológicas y no seré yo quien no lo celebre. Pero hay que poner los números en su contexto. Porque 320 millones para mí son una cifra desorbitada, pero el año pasado Ortega recibió 1.108 millones sólo en concepto de dividendo por las acciones de Inditex. Por otro lado, con su política de inversiones inmobiliarias maneja unas cantidades que a mí se me escapan: estamos hablando de compras de edificios por 100, 300, 500 millones, hablamos de una fortuna de más de 60.000 millones, perdonen la expresión.

A la gente le encanta la historia de un tipo que se ve en problemas y los remonta. Es comprensible: alguien que vivió por encima de sus posibilidades, alguien que se quedó en la indigencia y alguien que ahora se recupera de nuevo. Deseamos seguridad, por eso queremos explicaciones claras y sencillas. Pero este es un enfoque simplón y mentiroso (la mayoría no nos reconocemos en él), un enfoque además que anula el pensamiento crítico y la creación de nuevas ideas, o sea la resolución de los problemas. Y es que no todas las historias son tan simples.

Vonnegut terminaba analizando Hamlet a partir de su ingenioso diagrama y resultaba no solo complicado sino más bien imposible: porque muchas veces no se sabe realmente si lo que le está sucediendo al protagonista es bueno o malo, o las dos cosas a un tiempo. ¿Es bueno lo que nos dicen que es bueno? Más allá de que sea cierto o no, ¿es bueno volver a donde estábamos?

*Ya en 1995 Kurt Vonnegut dio una pequeña charla en la que describió su teoría sobre las formas de las historias, dibujando sus famosos diagramas en la pizarra. El vídeo puede verse aquí.

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