El pobre Cebrián y los llantos del 'establishment'
El mundo vive tiempos salvajes y los más afamados representantes del establishment –político, económico, mediático: ¿quién decía que la Santísima Trinidad era un invento?– no salen de su asombro: se oponen al Brexit y gana el Brexit; apuestan por Hillary Clinton y gana Donald Trump; piden el sí a la reforma constitucional en Italia y arrasa el no... Y siempre a pesar del terrible e inminente Apocalipsis que predicen a partir del mismo momento en que se vote en sentido contrario al que quieren los estupefactos mandarines.
Hasta ahora la respuesta del establishment para tratar de explicar las causas de tan asombrosa e inédita insumisión era doble: tratar a los votantes de gilipollas u organizar grandes simposios sobre el populismo y sus peligros. Pero desde anoche cuentan al menos con una nueva herramienta que les puede ayudar muchísimo a entender al menos un poco qué está pasando y por qué cada vez menos gente sigue sus indicaciones: pueden visualizar tantas veces como quieran el estupendo Salvados que el periodista Jordi Évole dedicó a Juan Luis Cebrián.
Basta con ver el programa y empezar a entender qué les está pasando: es imposible creerles, por mucha predisposición que se tenga. Cebrián es quizá el mayor símbolo del periodismo en España y el fundador de El País, el diario de referencia durante cuatro décadas. Pues su exhibición de cinismo y su actitud de perdonavidas –esta combinación letal que caracteriza al establishment al menos desde la Gran Recesión mundial que arrancó en 2007– fue tan indigesta que cualquier respuesta es una invitación a la desconfianza y hasta a optar por el camino contrario.
Los editoriales de El País siguen siendo muy influyentes a la hora de decidir el voto, pero ahora casi actúa en sentido contrario. ¿Que El País dice que no se puede votar a Podemos? Pues a votarle. ¿Que mejor que Ramón Espinar pierda las primarias de Podemos en Madrid? Pues que gane. Es un fenómeno insólito y reciente, del que debería tomar buena nota Susana Díaz: antes, el apoyo de El País y del establishment te ungían. Ahora empiezan a condenarte.
El retrato que dibujó Cebrián de la situación de El País y de sí mismo es tan sonrojante que el desparpajo con que lo expuso sólo puede revelar hasta qué punto no ha entendido que a la gente no le gusta que le tomen por idiota. Este “periodista de izquierdas” se presentó prácticamente como un pobre hombre al que obligan a seguir al pie del cañón en la dirección de Prisa en contra de su voluntad, al que le obligan a cobrar 13 millones de euros en pleno ERE de El País aunque ni recuerda la cifra exacta que se embolsó. Un tipo que no pinta nada en el diario que fundó, del que es apenas un mero lector; que dirige una multinacional que empieza a estar en buena salud financiera y sin la más mínima influencia de la banca; un humilde ilusionista capaz de hacer desaparecer hasta la condición de consejero de Caixabank a su buen amigo –¡y tan parecido!– Alain Minc; un pobre periodista que jamás ha llamado a ningún político para pedir nada y que no considera noticia de primera página que Zapatero indultara ilegalmente en su último Consejo de Ministros a un banquero vinculadísimo a Prisa que de lo contrario habría tenido que dimitir ipso facto. Un pobre diablo al que obligaron a quedarse unas acciones en Luxemburgo de una petrolera con intereses en uno de los conflictos más sangrientos y sucios de África; un pobre ciudadano víctima de la jauría global al que injustamente asociaron a los Papeles de Panamá cuando sería cosa de su exmujer, con la que estaba casado en régimen de gananciales; un “guardián de la libertad” decepcionado hasta con los reporteros de El País porque optan por la cobarde autocensura.
Después de todo esto: ¿es posible volver a creer algo de lo que diga Cebrián, uno de los portavoces más reputados del establishment?
Es cierto que en algunos momentos de la entrevista parecía que a Évole le faltaba rematar. ¿Cómo no repreguntó por ahí? ¿Y por acá? Sin duda ello envalentonaba a Cebrián, que creía estar jugando con un aficionado, simpático pero de cuarta en comparación con el Astro. Justamente otra de las debilidades de los más insignes representantes del establishment en estos tiempos confusos: van tan sobrados que menosprecian a los demás. Pero paradójicamente esto fue uno de los mayores aciertos de Évole y lo que permitió que aflorara de verdad el retrato de cínico perdonavidas en toda su magnitud, sin perderse en detalles que, por importantes que sean, podían haber dificultado la contemplación del retrato en su conjunto.
Cebrián incluso quiso situarse en el mismo plano que Évole y hasta creyó haberlo conseguido: ambos periodistas, ambos integrantes del establishment y hasta presos ambos del mismo tipo de contradicciones confesables sólo ante el psicoanalista. El presidente de Prisa creyó tenerlo bien atado con esto y hasta le mostró la patita para asustarle: ¿insinúas que estoy arrodillado al poder financiero? ¡Pues tú también porque la familia Lara, que controla Atresmedia, está vinculada al Banco Sabadell!
Balas a su disposición ciertamente no le faltaban y no tuvo ni que sacarlas de la recámara. Por ejemplo: ¿me vas a acusar de opacidad offshore si en Atresmedia están los dueños de Mediapro que confiaron toda su estructura fiscal a la boutique financiera TMF en Holanda? ¿Me acusas de querer hacer y deshacer en la política si en tu grupo está nada menos que Maurici Casals, el número uno de la promoción?
De poco le sirvieron tantas balas: el fresco del personaje estaba muy bien acabado. Una obra de arte. Todos vimos que Cebrián y Évole no están en el mismo plano, sino exactamente en planos contrarios: uno nos trata de tontos para evitar que aflore la verdad; el otro es capaz hasta de hacerse el tonto con tal de regalarnos una buena fotografía que se aproxima a la verdad.
Y, ojo, esta vez el regalo es también para el establishment: si se atreven a ver la entrevista sin prejuicios, igual hasta pueden ahorrarse el próximo seminario sobre populismos.