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La política de piojos

Cristina Pardo

Celia Villalobos quiso hacer una especie de chiste, después de la constitución de las Cortes, y dijo que le daba igual que los diputados llevaran rastas mientras estén limpias y no le peguen los piojos. Cierto es que nada debería sorprendernos, viniendo de una persona que ha abrazado la campechanía hasta reducirla a pura simpleza. Pero sí me pasma que ella, que no lleva rastas y siguiendo su argumentación se le presupone más altura política, caiga en ese tipo de discurso piojoso.

Si Villalobos fuera la política de traje y corbata que cree ser, habría expuesto otro tipo de razones para cuestionar el alma limpia que se adjudican en Podemos. Por ejemplo, podría haber explicado que ella está en el Congreso desde que se inventaron las pinturas rupestres y que por allí ya había “gente” o “pueblo” antes de que naciera Íñigo Errejón. Esa gente que aprobó una Constitución ya achacosa. Esa gente que no se arrugó cuando lo de “¡Quieto todo el mundo! ¡Al suelo!”. Si Villalobos encarnara lo que se reivindica como política de traje y corbata, podría explicarle a Pablo Iglesias que no puede enfadarse por el reparto en la Mesa del Congreso con el argumento de que no hay que pactar nada con el PP. Porque, si Villalobos levantara la cabeza de la tablet, le podría recordar también que Rajoy ha ganado las elecciones. Y nadie capaz de respetar las urnas en lugar de corregirlas, debe arrinconar a millones de votantes. En todo caso -y ya que a Villalobos le gusta tanto alejarse espontáneamente de la disciplina de partido-, podría haberle preguntado a Iglesias qué están haciendo mal los demás candidatos para que tanta gente siga apoyando al PP, a pesar de la peste a corrupción. Puestos a defender su política de traje y corbata, la vicepresidenta del Congreso podría recordarle a Iglesias que no está siendo del todo transparente a la hora de rebatir las dudas sobre la financiación de Podemos que está planteando la UDEF.

Pero claro, Villalobos no puede hacer este tipo de discurso. Porque no sería coherente con muchas de las cosas que ha hecho en los últimos años su partido de traje y corbata. Sin ir más lejos, situarla de nuevo en la vicepresidencia del Congreso. No es que quedara inhabilitada para el puesto el día que le pillaron con el Frozen, que también. Es que mintió descaradamente cuando dijo que no estaba jugando a las princesas, sino leyendo la prensa. En la misma entrevista en la que habló de los piojos, admitió la verdad. Llegados a este punto, mantengo un escepticismo político crónico, independientemente de dónde se compran la ropa o cómo se atusan el pelo. Y también soy gente. Gente anonadada.

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