Cuando la política señala la luna hay que mirar el dedo
Hemos oído mil veces el tradicional proverbio chino que dice que cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo. Aplicado al mundo de la comunicación política, en los tiempos actuales hay que cambiar por completo el consejo. Ahora, no hay duda: cuando un político señale la luna, lo inteligente es no caer en la trampa. No debes distraerte y mirar hacia donde quieren dirigir tu atención. Quédate mirando ese dedo porque ahí está la esencia de lo que ocurre. Fíjate en quién realiza la acción y descubre qué pretende. La recomendación debe extenderse igualmente a cualquier portavoz o analista de la actualidad. Mientras escuchas lo que dice, párate a pensar quién es, a quién representa y a dónde pretende llevar tu atención. Solo así puedes acercarte a entender la realidad política condicionada por los medios.
Hoy en día, toda la acción política se centra en buscar condicionar la impresión que los ciudadanos tengan de lo que pueda suceder. En el clásico y tradicional debate filosófico destinado a determinar qué es más importante, si la realidad o la apariencia, en el mundo de la política actual no cabe discusión. La impresión que los potenciales votantes tengan de lo que ocurre es ineludiblemente lo que va a determinar su decisión ante las urnas. Por tanto, es inapelable. Más determinante que lo que se hace es lo que la gente cree que has hecho. Evidentemente, hay una solución que solventa el posible dilema ético. Bastaría con mostrar en público exactamente lo que eres, pero eso parece ir no contra la clase política, sino contra el género humano.
Un ejemplo palmario de esta cuestión lo hemos vivido estos últimos días con la polémica abierta en torno al pin parental. La provocadora propuesta de Vox se fundamenta en una realidad inexistente. Sus líderes lanzan ante la sociedad una supuesta urgente solución para un gravísimo problema que cualquier persona de bien debería apoyar. Se trata de detener la extendida práctica de grupos de maléficos radicales que en su afán de destruir los fundamentos básicos de la sociedad, se dedican a adoctrinar traicioneramente a nuestros hijos en la perversión y el delito sexual. Han llegado a afirmar que se promueve con fondos públicos la pederastia entre nuestros inocentes retoños.
La necedad está en aceptar ese debate y en acabar discutiendo de quién depende la autoridad para impedir semejante atropello. Denuncian un régimen político depravado que quiere impedir que los padres moralmente responsables se puedan movilizar ante la dictadura que nos imponen. Se sitúa sobre este escenario la lucha de individuos libres, honestos y desarmados frente a un Estado corrupto, perverso y autoritario. Esa es la luna que nos señalan. El dedo que apunta es el de un aparato de propaganda que no duda en movilizar a todos sus portavoces del partido y de sus ramificaciones mediáticas. Asimismo, se promueve la difusión en las redes de vídeos extranjeros descontextualizados y manipulados, como prueba visible del atropello. Las apariencias podrían sustituir a la realidad si sigues el juego.
La respuesta no puede ser participar en un debate en el que solo por argumentar en contra de sus postulados pretenden situarte en el bando de los que niegan la libertad individual para defender tus creencias, para desear lo mejor para tus hijos y para enfrentarte a quienes promueven vilmente la maldad. En este mundo de falsas apariencias no podemos admitir jugar bajo esas reglas. La clave está en desmontar con calma la estrategia y la supuesta bonhomía de quienes la promueven. Además, es fundamental cambiar el contenido pasional y bélico del debate y trasladarlo al mundo de los hechos y la realidad. Es fundamental presentar la evidencia de las pruebas y los datos incontrovertibles. Es determinante dar voz a quienes conocen a fondo la cuestión y pueden exponerla con absoluta autoridad eludiendo toda muestra de tensión y agresividad.
El único objetivo de este tipo de prácticas políticas es el de llevar la discusión al territorio donde quienes las defienden se sienten ganadores. Consideran que la mejor manera de acabar con un sistema de libertad y democracia es socavarlo en su base. La democracia se sustenta en tres valores encadenados: la capacidad de escuchar a quien opina diferente a nosotros; la libre difusión de opiniones contrapuestas; y, finalmente, la aceptación de las votaciones que determinan qué postura tomamos como sociedad. Todo ello revestido del cuidado en las formas y en el fortalecimiento de la convivencia. Quienes promueven la provocación, desprecian la discrepancia y alientan la tensión pretenden acabar con un sistema que tiene su grandeza en no posibilitar que las ideologías minoritarias, autoritarias y radicales se hagan con el poder.
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