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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

¿Una plaga de termitas?

Rosa María Artal

Las termitas son insectos. Se agrupan en nidos y se alimentan de la celulosa contenida en la madera. Con enorme constancia y eficacia, horadan su objetivo –un árbol, por ejemplo- hasta dejarlo hueco y muerto, aunque exteriormente parezca que sigue vivo. Saben infiltrarse con gran discreción. Pueden devorar una viga completa atravesando incluso el hormigón, sin que sea perceptible hasta que se cae. Una organización, perfectamente jerarquizada y dividida en castas, les ayuda en sus fines.

Quienes viven realmente bien son, claro está, los jefes: las reinas y los reyes, como les han llamado los científicos. Son los únicos que se solazan en la labor de reproducirse y no hacen otra tarea para la colectividad. Las termitas obreras realizan todo el trabajo. Construyen y mantienen el nido y los túneles, los limpian también. Comen para ellas y para los demás. Como son las únicas que pueden digerir el alimento, se lo pasan ya deglutido a las otras castas: los reyes y los soldados. También los cuidan y hasta los acicalan. La mayoría son ciegas. Las pobres tienen un cuerpo poco esclerotizado, poco duro. Y eso cuenta en la especie. Porque el de los soldados sí es esclerotizado. Y mucho. En particular su enorme cabeza. Poseen potentes mandíbulas para morder al enemigo o repelerle con chorros de una secreción viscosa y tóxica.

Hay 3.000 variedades de termitas que se conozca. Lo mismo que existen un millón de categorías descritas de insectos, especie a la que pertenecen las termitas, y que es la de mayor éxito biológico de la tierra; pero los científicos estiman que podrían existir hasta 30 millones más todavía sin identificar. De momento, al menos. Dado que muchas veces se constituyen en plagas –que destruyen cuanto tocan buscando lo que les interesa- modestamente propongo a los investigadores que evalúen algunos datos de otra variedad que estamos experimentando los humanos.

Son aquellos que se infiltran por el Estado del Bienestar que disfrutábamos en Europa. Con discretas pero firmes dentelladas van engullendo la sanidad, la educación, los transportes públicos, la ciencia y la investigación –por ahí igual les animamos a iniciar el estudio si inicialmente no lo ven claro-, la cultura, el empleo, los subsidios para los parados, las pensiones, la ayuda a la dependencia, a la cooperación, los derechos de los ciudadanos –del país e inmigrantes-. Los precios asequibles. Los del medio ambiente, en costas, aguas y aire. Todo. Un sistemático y constante triturado en todas las direcciones.

La variedad española del fenómeno, ataca, además, el progreso logrado en múltiples aspectos esenciales. La educación que empezaba a acercarse a Europa y ahora regresa medio siglo atrás. La sanidad que era modelo ejemplar en el mundo. La justicia. Las libertades. A la función pública con la fruición de una colonia de roedores enfebrecidos. Con especial virulencia corroe los derechos de las mujeres, que habrán de volver a pedir permiso y esgrimir justificaciones para comportarse como tales en algunas circunstancias en las que como seres humanos decidían. Los de quienes, en circunstancias más favorables, se embarcaron en comprar la titularidad de una casa que en realidad tenía el banco. Y este banco es alimentado, cuidado y acicalado con los impuestos de la gente, mientras los hipotecados pierden su hogar.

Se infiltran sin que buena parte del conjunto se dé cuenta, afanados en su tarea cotidiana. El Estado del Bienestar luce con su corteza más o menos impoluta, pero por dentro se está vaciando. Al paso que vamos, por completo. Atraviesan el duro hormigón de muros que parecían sólidos e infranqueables, los engullen y los pudren sin remedio. De ser un mueble de madera maciza se ha convertido en una pila de serrín, aunque parezca conservar su fachada.

La casta que les sustenta, que construye, trabaja, ordena, asea y protege, es mayoritaria, pero parece tener dificultades de visión o de criterio. O estar permanentemente distraída intentando olvidar sus zozobras. O pensar que “así ha sido toda la vida” y no hay más qué hacer. De una forma u otra, colaboran en la tarea devastadora. No todos. Hay quienes sí se dan cuenta y corren de un lado a otro alertando. Protestan, pero les mandan los soldados a morder y emponzoñar, si es preciso, dado que han pasado a ser considerados sus enemigos. El Estado carcomido solo refuerza lo que llaman seguridad, la capacidad de usar la caja, o la de recaudar impuestos cada vez más elevados y con menos contraprestaciones.

¿Son termitas? Los científicos pueden ayudarnos a identificarlas y tratar el problema, estoy segura. Las dimensiones del fenómeno no pueden pasarles desapercibidas. Y urge tomar medidas. Caso de serlo, las termitas, una vez que empiezan, nunca dejan de acribillar sus objetivos para usarlos en su provecho.

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