A propósito de la crisis de 'El País': ¿Qué constituye valor en nuestra sociedad?
El País que conocemos hoy se parece poco a lo que fue. Hoy forma parte de un proyecto editorial que malgasta y vive de los valores progresistas que le dieron prestigio e identidad, girando mes tras mes hacia el conservadurismo ideológico más ramplón. Hace años que su posicionamiento en América Latina es ya claramente reaccionario.
Para resolver su crisis ha decidido aplicar las mismas medidas que adopta el Gobierno en España: ajuste brutal sin horizonte, desaparición de la generación de trabajadores (periodistas) que ha construido una cabecera de prestigio mundial. Apunta claramente a un modelo de negocio futuro que lo convierte en un proyecto puramente mercantil, sin alma. Camina a ser uno más, un producto “fabricado” por periodistas todoterreno con sueldos devaluados a los que se les bloquea una mirada independiente y crítica de la realidad.
¿Qué constituye valor en la sociedad actual?
Dice la noticia publicada por el diario que “la cifra de negocio de El País en el conjunto de las operaciones [del grupo PRISA] es inferior al 10% de las misma”. La misma referencia podríamos utilizar comparando su facturación con la del PIB español, lo que nos llevaría a concluir que El País es algo despreciable para la sociedad española.
¿Es ese realmente el valor de El País? ¿No ha sido su prestigio, junto al de la Cadena Ser, conformado por profesionales durante décadas, el que ha aupado a su grupo al nivel de liderazgo internacional del que disfruta?
¿No han sido durante treinta años el referente de la cultura liberal progresista en España? ¿No ha sido, incluso, como se jactaba su presidente y fundador, Jesús Polanco, el “intelectual orgánico de la izquierda”? ¿No ha sido una pieza fundamental en la construcción democrática?
En esas estamos. Y por eso conviene preguntarse qué tiene valor hoy, cómo jerarquizamos nuestras actuaciones.
La misma pregunta se la hacía hace años Manuel Castells: “¿Qué constituye el valor en la sociedad red? ¿Qué mueve el sistema de producción? ¿Qué motiva a quienes controlan la sociedad? Valor es lo que las instituciones dominantes de la sociedad deciden que sea”. (Manuel Castells. Comunicación y Poder).
Exactamente, así es. Valor es lo que la clase dirigente decide que sea. Los valores dominantes no son las ideas más justas, ni las más elaboradas y profundas, ni siquiera las mayoritarias. Valor es lo que las instituciones dominantes deciden que sea: ya se ocuparán de encontrar los modos de convertirlas en hegemónicas.
En esa jerarquía, los valores públicos, los valores ciudadanos, van después, forman parte de una retórica. También se devalúan los valores de cambio o de uso de las cosas, propios de la economía productiva, progresivamente difuminados.
El valor hoy está asociado al valor financiero de las compañías. Y la creación de valor, a “crear plusvalía para el accionista”.
Si nos centramos en las empresas, ese valor es una capacidad que se desarrolla en el corto plazo por unos pocos, los primeros ejecutivos, los financieros, algo desvinculado del trabajo de muchos a largo plazo, algo efímero, que sube y baja, desvinculado del empleo productivo y que parece no tener nada que ver con la calidad de lo que se hace.
La ludopatía de los primeros ejecutivos
Volviendo a El País, esta realidad la anticipaba magníficamente el periodista Eric González, después de una asamblea de la redacción y poco antes de ser “desplazado” a la corresponsalía de Israel.
“Cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños”.
Ya estamos en ello. Esa ludopatía es la que ha conducido a un grupo saneado, con marcas y productos de prestigio consolidadas, a un endeudamiento de 5.000 millones de euros a base de operaciones financieras ruinosas. Muchos años después, El País sigue sin generar pérdidas, a pesar de haber descendido en un 43% sus ingresos desde que comenzó la crisis. Es más, ha aportado al grupo 500 millones de euros de beneficio en los últimos 10 años, aunque ello no ha evitado que PRISA entrara en pérdidas.
Llegó la crisis ¿Cómo afrontarla? Pues depende de la mirada que nos induzcan los valores dominantes.
¿Deben condicionar los resultados la retribución de los primeros ejecutivos? En absoluto. Cebrián, el primer ejecutivo, se blindó durante tres años, los de la crisis, una retribución estratosférica: en 2011, se embolsó 14 millones de euros, un 50% más que César Alierta, presidente de la rentable Telefónica, pese a que PRISA perdió mucho dinero. Además, se reservó acciones y bonus pactados en el acuerdo firmado con el accionista financiero, Nicolás Berggruen, a la cabeza del Grupo Liberty.
¿Se están jugando los accionistas su dinero? No, desde luego, ni el Grupo Liberty ni el señor Berggruen, que dice la Wikipedia que es un inversor filantrópico. Sus rentas no dependen de los beneficios generados sino que, en función de los pactos firmados con Cebrián, están también blindados con independencia de los resultados de la compañía: pase lo que pase, tienen asegurada una retribución del 7% para sus acciones durante los tres años de la crisis.
Este comportamiento, típico del capitalismo de casino dominante no es ilegal en absoluto, está convenientemente sancionado por los valores dominantes. Como bien señala la nota de PRISA reproducida por El País, “los sueldos de sus consejeros y ejecutivos son votados anualmente en la asamblea general de accionistas”. Además, por si no quedaba claro, “en las sociedades como las que edita El País, quien aprueba o reprueba a su presidente y ejecutivos es la asamblea de accionistas, no la de los trabajadores” y que “por el contrario, son sus ejecutivos los que deben evaluar el trabajo de sus periodistas”. Según el Comité de Empresa, “las remuneraciones conjuntas de los 16 consejeros de PRISA ascendieron a más de 20 millones, esto es, la mitad de toda nuestra masa salarial”.
El poder creciente de las cúpulas
Mientras las tecnologías de red facilitan la participación de usuarios y trabajadores en la construcción de valor social y económico, los valores dominantes sacralizan la aportación de las cúpulas directivas. Se santifica lo financiero y el corto plazo sobre la calidad y la credibilidad de las marcas y la sostenibilidad de los modelos a largo plazo.
El pensamiento elitista está en plena ofensiva. Desde el modelo exportado de las grandes empresas, como PRISA, paradigmas organizativos impuestos como símbolos de modernidad, se nos bendice a los primeros ejecutivos que controlan todo el poder. Poco importa que el conocimiento y el capital humano sea el activo esencial, una realidad especialmente cierta en un sector como el de los medios de comunicación, donde el periodista es la empresa.
Los valores dominantes sancionan legalmente la discrecionalidad de las cúpulas directivas como principio organizativo elemental de las compañías, algo que la reforma laboral recientemente aprobada en España defiende como objetivo indisimulado.
La unilateralidad se sacraliza sobre el diálogo social, se minusvalora la importancia de la cohesión social y la estabilidad internas. La sociedad y las empresas sólo confían en resolver sus problemas mediante políticas duras (y represivas).
No nos engañemos, los valores dominantes son los que las clases dominantes deciden que sean. A los ciudadanos no nos queda otro remedio que convertirnos en contrapoder, empezar a confrontar nuestros valores a la lógica dominante, cada vez más cerca del oscurantismo autodestructivo basado en el miedo, cada vez más cerca de Joseph Fouché, llamado “el príncipe de las tinieblas” porque defendía que “en las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en la luz”.
No lo crean, es una locura. Pero puede ser nuestro futuro si no lo evitamos.