Lo que puede cambiar el triunfo de Pedro Sánchez
Las dimensiones de la victoria de Pedro Sánchez –imprevistas por quien firma estas líneas– modifican el análisis de la situación política española que se había hecho antes de la misma. ¿Poco o mucho? En las próximas semanas y meses se verá, a medida que la nueva dirección socialista vaya conformando su actitud y adoptando decisiones. Pero, por el momento, ya permite plantear hipótesis y preguntas que hace tan solo diez días carecían de fundamento alguno.
El programa con el que Sánchez ha ganado a Susana Díaz era demasiado escueto y genérico como para saber qué línea política va a adoptar su partido a partir de ahora. Habrá que esperar a que concluya el congreso socialista para hacerse una idea precisa de la misma. Pues, aunque cabe suponer que el nuevo secretario general lo ganará sin mayores problemas, no cabe excluir que el debate que se producirá en el mismo le obligue a retocar algunos extremos.
Sánchez ha ganado a su rival porque ha sido capaz de suscitar y encabezar una revuelta interna contra los poderes tradicionales que han dominado el PSOE desde hace décadas. A diferencia de Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Luis Rodríguez Zapatero y buena parte de los barones regionales, él detectó que en la militancia socialista existía un clima de revuelta sin precedentes, que una mayoría de afiliados había dejado de estar dispuesto a someterse a los dictados de siempre y que quería una nueva etapa.
La abstención en la investidura de Rajoy ha sido el catalizador de esos sentimientos. Pero la oposición a la misma, a la idea de una “gran coalición” con el PP que los citados dirigentes habían venido propugnando, no constituye un proyecto político. Sánchez y los suyos tienen que construirlo a partir de ahora.
Y van a encontrar oposición interna si quieren que ese plan sea verdaderamente novedoso y permita al partido recuperar posiciones electorales perdidas. El que los derrotados en las primarias hayan proclamado su aceptación de los resultados era lo que cabía esperar. Cualquier otra postura habría sido ridícula como lo fue la primera reacción de Susana Díaz. Pero los derrotados siguen estando ahí y lo más probable es que todos ellos esperen que un día llegue su momento.
Sánchez ha ganado con poco más del 50% de los votos. Eso quiere decir que cerca de otra mitad no le ha votado. El congreso federal y el reparto de poder que se derive del mismo, así como los futuros congresos regionales, pueden ser las ocasiones para que los perdedores hagan valer su fuerza, para que se reabra el conflicto. La tarea prioritaria de Sánchez es taponar esa posibilidad. Y seguramente eso va a concentrar buena parte de su atención en esta primera fase de su vuelta al poder en el PSOE.
Pero también está obligado a transmitir desde ya mismo a la ciudadanía, a sus votantes potenciales, mensajes claros de que algo ha cambiado en el PSOE. No hay duda de que su victoria ha tenido un gran impacto en la opinión pública, de que ha sido una noticia que ha animado a mucha gente y de que ha cambiado la percepción política, e incluso las simpatías, que antes de la misma tenían muchas personas, particularmente en el ámbito de la multifacética izquierda. Pero esas sensaciones pueden durar muy poco si no se producen hechos que las confirmen.
La moción de censura que ha presentado Unidos Podemos va a ser una primera cita en ese contexto. Si la iniciativa constituye un gran reto para Pablo Iglesias, también lo va a ser para Sánchez y para su partido. Votar contra ella, sin más, podría indicar que todo sigue igual en el PSOE. Sobre todo teniendo en cuenta que buena parte de lo que hará Iglesias en el debate parlamentario será denunciar la corrupción del PP.
El grupo parlamentario socialista no podrá mirar para otro lado mientras eso ocurra. Sus intervenciones tendrán que equilibrar la coincidencia con esas denuncias con su consabida crítica a la inoportunidad política de la iniciativa. Y probablemente lo más conveniente para los nuevos aires que quiere traer Pedro Sánchez sería que esa actitud concluyera en una abstención a la propuesta de Unidos Podemos.
Veremos qué ocurre. Porque está claro que el mayor rival político del PSOE en estos momentos no es el PP sino Unidos Podemos. Que todo intento de recuperación electoral de los socialistas pasa por quitarle votos al partido de Pablo Iglesias. Los socialistas quieren que el éxito popular cosechado por Pedro Sánchez en las primarias sirva para eso. Pero volver ahora a dar caña a “los populistas” no les va a ser útil a esos fines, podría decepcionar a mucha gente.
El PSOE tiene que encontrar la manera de combatir electoralmente a Podemos con algunas maniobras que sugieran que no está cerrado a un entendimiento con la otra izquierda. Iglesias y los suyos deben saber que eso puede ocurrir y que van a tener que modular su discurso si ocurre.
La victoria de Sánchez también puede ser el fin de la complacencia que el PSOE, dirigido por su gestora, ha venido manteniendo en el Parlamento en relación con el PP. No va a ser fácil con tanto diputado que ha votado a Susana Díaz, pero no tiene más remedio que cambiar radicalmente de registro en ese contexto y ponerle las cosas difíciles a Rajoy día tras día en el Congreso. Esa actitud podría tener consecuencias en el panorama político general.
Pero donde un cambio de postura del PSOE tendría mayor impacto a corto y medio plazo sería en el contencioso con el independentismo catalán. Sánchez ya ha dicho que quiere un estado plurinacional y reformar la Constitución para que tenga cabida en la misma. Es un gesto significativo. Pero lo verdaderamente importante será lo que haga el PSOE si, como todo indica, Rajoy lanza toda la caballería legislativa y quién sabe si más cuando Puigdemont convoque el referéndum. Es decir, dentro de cuatro meses.
El PP ha contado hasta hoy con que los socialistas secundarían su iniciativa por dura que está fuera y sin rechistar. Ahora es perfectamente posible que eso no ocurra. Que Sánchez ponga algo más que pegas procedimentales a una respuesta brutal del poder central a los independentistas. Sectores significativos del PSOE apoyarían ese cambio de postura, esa nueva sensibilidad hacia el problema catalán y autonómico en general. Otros, y seguramente no sólo los derrotados el pasado domingo, se opondrían férreamente. Sánchez tendrá ahí una primera prueba del fuego. Y una gran ocasión de demostrar que ha dejado de ser el dirigente incierto y dudoso que fue durante su primer mandato.