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En lo que puede terminar este guirigay

El senador Javier Maroto haciendo oposición en el Senado.

Carlos Elordi

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Lo único positivo es que dentro de dos semanas no habrá otro pleno como el de este miércoles. Y el de hace 15 días. Y el de hace un mes. Y el de… Todos idénticos. Sin un solo avance. Alejando cada vez más a la ciudadanía de la política. Sí, el Gobierno de coalición se va salvando. Y seguramente lo seguirá haciendo. Hasta es posible que logre que se apruebe su presupuesto. Pero, ¿estará en algún momento en condiciones de hacer frente al reto de la mayor crisis económica en ni se sabe cuantas décadas? Seguramente no. Con lo cual, el futuro puede ser peor.

Ya caben pocas dudas de que ese es el escenario por el que trabaja con denuedo la derecha. Cree que es posible repetir la situación en la que se encontró Zapatero en 2010, cuando la crisis económica le ahogaba y cada semana crecía vertiginosamente el número de españoles que creían, votaran lo que votaran, que un cambio en el Gobierno era lo mínimo que se podía hacer para empezar a salir del agujero, que así no se podía seguir.

Ese es el planteamiento táctico de Casado. Seguramente inspirado por José María Aznar, que lo aplicó con saña más de una vez en el pasado. El del acoso y derribo sin concesiones. Proteste quien proteste. Y contando con el mismo instrumento decisivo del que ahora dispone el actual líder del PP: el poder de los medios de comunicación de la derecha, alineados sin el mínimo matiz diferencial con la estrategia de la derecha. Y sin hacer distingos entre el PP y Vox, que día tras día coinciden en su acción política, en esa estrategia, dejando aparcados sus piques para más adelante.

Casado no puede estar pensando en provocar un adelanto electoral. Sus asesores han debido de explicarle que eso no va a producirse en un horizonte previsible. Porque la mayoría que dio la victoria a Pedro Sánchez en la votación de la moción de censura volvería a conjuntarse aun a regañadientes para impedirlo. Por el riesgo de una victoria de la derecha.

Ese no es el juego en estos momentos. Las elecciones llegarán cuando el Gobierno de coalición no pueda más. Y a conseguir esto último se van a dedicar el PP y Vox, cada vez más unidos en la práctica, aunque no se sabe hasta cuándo. Por todos los medios, por infames que sean.

Desde esa perspectiva, las tormentas de las últimas semanas, la del acuerdo con EH-Bildu y la del cese del coronel Pérez de los Cobos, son seguramente sólo un anticipo de lo que puede venir. Aunque este último capítulo tiene un componente adicional inquietante por sí mismo: el de que lo más negro del aparato del Estado puede estar trabajando en sintonía con los planes de la derecha.

La clave del éxito de esa conspiración está en provocar, poco a poco, pero sin retroceso, el desánimo de la mayoría de la ciudadanía. No tanto la movilización entusiasta de sus seguidores, que eso pueden haberlo logrado aunque seguramente no tanto como pregonan sus portavoces. Sino que los ciudadanos corrientes, hasta no pocos votantes potenciales de la izquierda, lleguen a la conclusión de que el gobierno Sánchez ya no tiene nada que hacer. Como ocurrió con Zapatero.

En esas condiciones, cualquier proyecto de pacto para hacer frente al desastre económico es pura utopía. La marcha de la comisión parlamentaria para la reconstrucción habla bien claro al respecto. No avanza, ni va a avanzar. No sirve para nada. Como se sabía desde su nacimiento. Hasta el punto de que no se entiende por qué el PSOE y Unidas Podemos accedieron a su creación. Tenían que haber dicho que no, aunque eso pudiera sonar mal. Pero seguramente el Gobierno temió la campaña de la prensa de derechas que eso había provocado.

El pacto que España necesita es una operación de enorme calado. Implicaría cambios en la estructura fiscal de la hondura de los que no se han hecho en décadas. Y no sólo en la línea de las ideas que siempre ha propuesto la izquierda, sino atendiendo también a algunos de los planteamientos que en esta materia hacen los sectores más cabales de la derecha y del mundo empresarial. Obligaría también a revisar algunos de los criterios del gasto público. Obviamente sin menoscabar la atención a los sectores más golpeados por la crisis, desde los muchos pobres a las empresas que sin ayuda pública no podrán salir del agujero.

Todas las partes tendrían que hacer sacrificios en sus posiciones de principio. Porque el Estado necesita mucho más dinero del muchísimo que le va a llegar de Bruselas. Porque del hoyo no se va a salir sin reformas importantes. De la legislación, en los más diversos terrenos, y de las bases sobre las que hasta ahora han funcionado algunos sectores económicos cruciales. Y del funcionamiento del estado de las autonomías.

Pero tal y como están las cosas, la izquierda y sus socios circunstanciales de mayoría se van a ahorrar el dramático debate interno que les supondría hacer frente a sus responsabilidades para hacer posible ese pacto. Porque la derecha no va a mover un dedo para avanzar por ese camino. Porque su estrategia es la otra y porque, en su lógica política primitiva, que es la única que tiene, entiende que la consecución de un acuerdo de ese tipo supondría una consolidación de su rival.

A la vista de ese panorama, la izquierda no tiene otra que atarse los machos. Dejarse de sonrisas y de tratar de quedar bien. Porque no le van a dejar y porque eso no vale para nada. Y prepararse para combatir con lo que tiene. Que no es poco. Para empezar, y si no mete la pata, debería contar con el apoyo de sectores cruciales de la cúpula de la UE. Para continuar, y aunque alguno esto le parezca un sueño, no es de descartar que el Gobierno pueda coincidir con exponentes de la gran empresa y de las finanzas si elabora un plan convincente para hacer frente al desastre.

Pero tan importante como lo anterior es que la izquierda y sus socios, y todo el entramado organizativo que pulula en su entorno, se dediquen con un interés prioritario a evitar que la gente se aleje de ellos, a que se pierda en el desánimo. Este es un terreno crucial, es el que ha escogido la derecha para hacer su guerra. Y no está dicho que no pueda ganarla. A menos que sus rivales sepan reaccionar.

Ya mismo. Renunciando a intereses partidarios y llamando a las cosas por su nombre, sin zarandajas para aparecer como políticamente correctos. Porque ya se ha pasado el tiempo de demostrar que ellos son los buenos. Porque lo que hay que decir a la gente es que son los que valen para sacarles las castañas del fuego y los que están decididos a hacerlo.

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