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Rabian por no dar el brazo a torcer

El ministro alemán de Economía, Sigmar Gabriel.

Rosa Paz

Tras la victoria de Syriza en Grecia, los conservadores europeos, incluidos los de los países del sur, han desempolvado aquel argumentario que esgrimieron sin piedad para justificar la imposición de la austeridad suicida a los ciudadanos griegos: que si falsificaron las cuentas para poder entrar en el euro, que si cobraban pensiones por encima de sus posibilidades, que si tenían un número desmedido de funcionarios, que si no pagaban impuestos... Defectos todos que, según los que agitan estas tesis, debe de compartir toda la población helena sin excepciones, ya que es a ella a quien se le está infligiendo el castigo de los tijeretazos salariales y sociales, causándole un sufrimiento extremo, como admitieron hace un año responsables del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Es evidente que no fueron los ciudadanos griegos de a pie los que mintieron sobre la contabilidad pública, ni los que decidían la cuantía de las pensiones, ni los que fijaban el contingente funcionarial, ni los que protagonizan el gran fraude fiscal. Pero son ellos los que sufren las consecuencias de las condiciones de un rescate que el ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, ya definió en 2010 como “no económico, sino punitivo”. Son las clases medias y las capas sociales desfavorecidas las que se han empobrecido hasta la miseria con esas políticas.

Sin embargo, esos Gobiernos europeos del norte, tan estrictos a la hora de juzgar la mentira y el despilfarro, no emprendieron medidas sancionadoras contra los dirigentes políticos griegos que cometieron tropelías en su gestión. Se puede argumentar que no tenían como hacerlo, que no cabe la injerencia en asuntos de otros Estados –lo que tras las intervenciones económicas parece una broma– y que en democracia son los ciudadanos los que tienen que ajustar cuentas con sus políticos en las urnas. Pero lo cierto es que esos Gobiernos europeos y el FMI han intentado por todos los medios que esos gestores que falsificaron y malgastaron siguieran en el poder, quizás porque comparten ideología, sin cortarse a la hora de amenazar a los griegos con los males del infierno si no votaban lo que ellos querían. Un intento vano de amedrentarles, porque los griegos votaron el domingo lo que les vino en gana.

Ahora, desde Alemania le envían mensajes al Gobierno de Atenas. El ministro alemán de Hacienda, Wolfgang Schäuble, le niega la posibilidad de una quita, pero también la de renegociar la deuda para pactar otros plazos y otros intereses de pago; y el vicecanciller, Sigmar Gabriel, agita el fantasma de la salida del euro: “No lo deseamos, pero depende del Gobierno griego”. Se ve que no les ha gustado el resultado electoral y que rabian de pensar que a lo mejor tienen que dar su brazo a torcer.

Grecia, que representa el 2% del PIB europeo, ¿les hará rectificar? No es fácil. François Hollande obtuvo en 2012 una abrumadora mayoría absoluta en Francia con un programa que prometía cambiar las políticas económicas, alargar el plazo de la reducción, el del déficit público y suavizar la austeridad, pero fue abducido por Angela Merkel. A lo mejor esta vez hay más suerte.

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