Un respeto para la España abandonada
Mi parte favorita de las campañas electorales españolas es cuando todos enloquecen con la ley D'Honht. Los medios se llenan de politólogos y matemáticos frustrados –a veces cuesta trabajo distinguirlos– con números y supuestos construidos específicamente para demostrar sus propias tesis; juegos de salón que se derrumban estrepitosamente a nada que les cambias una variable, pero que permiten montar y emitir unos gráficos superchulos, llenos de animación y color.
Los analistas y tertulianos hablan sobre Lugo, Ourense o Soria más de lo que han hablado en toda su vida y de lo que hablarán en lo que les queda. Disertan, además, con una convicción y un conocimiento de causa que seguramente emociona y estremece a lucenses, ourensanos o sorianos; siempre agradecidos de que vengan las mejores mentes de la capital a alegrarles un poco sus monótonas vidas y explicarles cómo se vive allí y cómo se debería vivir.
Los estrategas de los partidos reclaman ansiosos microtargetings urgentes, segmentaciones de público a vida o muerte, para saber qué preocupa a un palentino, a una lucense o a un turolense. Los Facebook de Ourense, León o Huesca echan humo y los boots rusos toman posiciones en el Twiter de Zamora y los Instagram de Ciudad Real. Aunque nada tan entretenido como esas impagables fotos que los candidatos nos regalan sonriendo junto a una vaca como si acabaran de proponerle matrimonio, subidos a un tractor buscando el Bluetooth o paseando en plan casual por los mercados de ganado preguntándose dónde estará la tienda de Zara.
La España abandonada se convierte durante la campaña en un parque temático lleno de “candidatos turistas”. Lo curioso es que non van a pedirles el voto para poner en marcha políticas que desarrollen una economía sostenible o con propuestas para reducir los kilómetros que deben hacer para ir al médico, a la escuela, al banco o al comercio, ni tampoco para que puedan encontrar cuidadores, acompañantes, amigas o compañeros de juegos.
El argumento prioritario y más repetido para pedir el voto en la España abandonada es que, si no se les vota a ellos, van a perder un senador allí o un diputado aquí. Ese es una nueva versión de la clásica máxima de JFK: no, no te preguntes qué pueden hacer los candidatos por Lugo, Albacete o Palencia; pregúntate qué pueden hacer Lugo, Albacete o Palencia por los candidatos.
Al menos los tramperos tenían la decencia de llevar cuentas de colores y agua de fuego cuando acudían a las reservas a engañar a los Sioux. Si todavía se pregunta por qué la España abandonada debe elegir los diputados y senadores que elige, ahí tiene la respuesta; imagínense cómo la tratarían si no la necesitaran tanto.