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El rey ha venido a hablar de su libro

El rey, en su discurso navideño.

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Lo dejó claro desde el primer minuto, no fuera a ser que no se le entendiera. El rey sabe que hay cosas que nos preocupan a todos como el coste de la vida, la sanidad, la educación, la vivienda o la violencia machista; pero Felipe VI venía a hablarnos de lo que le preocupa a él: la Constitución y España. Entre todas las maneras de arrancar un discurso, había elegido la peor. Reconocer la certeza de aquello que le importa a la audiencia, pero anunciar que vas a centrarte en aquello que te importa a ti.

Cuando tanto afirma defender valores constitucionales como la integración o el pluralismo político, el rey podía haber elegido celebrar el ejercicio de integración y pluralismo que viene de acreditar un sistema político que ha sido capaz de investir a un presidente con mayoría más absoluta apoyado en acuerdos donde se suman hasta ocho fuerzas políticas distintas, desde la izquierda al nacionalismo moderado, aprobar que se puedan utilizar todas las lenguas oficiales en el Congreso donde reside la soberanía de quienes las hablan, o figurar como primer receptor de fondos europeos Next Generation por la rapidez y eficiencia en la gestión.

En su lugar prefirió ignorar esa realidad y avisarnos que algo malo viene detrás; abonando el relato de una derecha que lleva dos décadas alertándonos que la Constitución y España están en peligro. ¿Necesitaba España ahora con urgencia otro intérprete de la Constitución? No. ¿Interpretar la Constitución es una de las funciones del Rey? Tampoco. 

Hay retiradas dialécticas que únicamente ganan aplausos porque preceden a la derrota. La contraposición entre un pasado constitucional idealizado, donde reinaban la igualdad, la justicia, la unión y la concordia, frente a un presente constitucional inventado, donde campan la desigualdad, la imposición, la desunión y la discordia, además de ser una falsedad infantil inasumible, únicamente sirve para legitimar el discurso de los salvadores dispuestos a rescatarnos para devolvernos a esa arcadia feliz de donde vino a expulsarnos esta democracia que funciona mal porque está rota y hay que arreglarla.

En la idea de España del rey no queda espacio ya ni para las nacionalidades históricas –cuidadosamente no mencionadas en su mensaje–: sólo para las comunidades autónomas. Ya que tanto la preocupan la Constitución y España, Felipe VI debería, al menos, conocérselas mejor. Su majestad vive en un país diferente al de esos millones que votamos en julio a favor de una idea de España tan distinta y contra la falsedad de ese discurso que iguala discrepancia y desunión o equipara discrepancia y discordia. 

La única discordia que ahora mismo germina en España es esa que alientan quienes no han aceptado el resultado electoral, deslegitiman al adversario y comienzan a blanquear la violencia; la de esos mismos que tanto le aplauden al día siguiente este mensaje de navidad del 2023, convencidos de que les está dando la razón. Es su discordia y su responsabilidad, no la discordia de todos y la responsabilidad de todos. 

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