Rusia, El Salvador, Argentina y las “nuevas democracias”

15 de noviembre de 2025 22:25 h

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Esto de las democracias está cada día más complicado. Cuanto más neoliberales se proclaman, menos liberales son. Se trata de un fenómeno en auge y, en general, muy popular. Hablamos de sistemas que podrían denominarse “dictaduras electas” y comparten un rasgo común: el presidente, o el caudillo, o lo que sea, inspira terror en la ciudadanía. Y, por alguna razón, la ciudadanía considera ese terror como algo necesario y hasta terapéutico.

El ejemplo más veterano lo ofrece la Rusia de Vladímir Putin. Hastiados por el salvaje saqueo al que su país fue sometido, desde fuera y desde dentro, durante la terrible década de los 90, los rusos decidieron que hacía falta mano dura. No era una novedad: Rusia ha sido una autocracia, del zar o del partido, a lo largo de prácticamente toda su historia.

Por otra parte, la humillación tras la derrota en la guerra fría trajo consigo el ansia por recuperar algo del antiguo orgullo imperial. Putin, antiguo jefe de la KGB (hoy FSB), experto en manipulación, juego sucio y guerras brutales o virtuales (según sea la fuerza del enemigo), ofreció a los rusos exactamente lo que deseaban.

El putinismo comportaba detalles como el asesinato de los opositores o la represión de cualquier disidencia. Simples detalles: hasta la fecha, la población rusa no muestra síntomas de descontento generalizado.

Hay otro ejemplo más novedoso y con un particular interés: Nayib Bukele. El Salvador padecía un problema existencial a causa de las maras o pandillas de delincuentes, que parasitaban la bolsa y la vida de los salvadoreños. Bukele, un hijo de la burguesía local que en otro tiempo fue izquierdista y militó en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, prometió resolver el problema. En 2019, desplazado a la derecha neoliberal, ganó la presidencia. Y en poco tiempo resolvió el problema.

Ciertamente, pactó con las maras en secreto. Ciertamente, pagó cuando hubo que pagar. Pero las maras fueron encarceladas y la seguridad volvió a las calles. Bukele se hizo popularísimo, no sólo en El Salvador, sino en toda Centroamérica e incluso en otros continentes, como Europa.

Ocurre, sin embargo, que sobre esa popularidad ha edificado una tiranía carcelaria: 90.000 presos sin amparo judicial, muertes abundantes en las cárceles, abusos policiales, opositores y periodistas exiliados (ahí está el ejemplo de El Faro, el mejor periódico centroamericano: todos fuera del país) y un catálogo notable de excentricidades políticas y económicas. Los salvadoreños admiten que le tienen miedo, o terror, a Bukele: una palabra crítica puede llevarte a presidio. Nadie duda de que Bukele ganará holgadamente las próximas elecciones, si le apetece convocarlas.

Argentina es otra cosa: un país lleno de riqueza y talento que lleva muchas décadas fracasando de la forma más abyecta. Javier Milei hizo campaña con una motosierra y con un programa radicalmente neoliberal y un discurso hecho de insultos, amenazas y barbaridades. Ganó la presidencia frente al candidato peronista.

Sin dejar de soltar insultos, amenazas y barbaridades (“zurdos de mierda” es lo más suave de su repertorio), tras tropezar en las elecciones de la provincia de Buenos Aires ganó recientemente las generales. Milei prometió reducir la inflación y lo ha hecho, con una cura de caballo que ha implicado enormes sufrimientos por parte de la ciudadanía.

A veces parece perturbado. A veces parece loco de atar. Pero los argentinos han decidido que a grandes males, grandes remedios. Habrá que ver cómo acaba el remedio de Milei. Admira a Carlos Menem (presidente entre 1989 y 1999), otro neoliberal cuyo mandato desembocó en la quiebra nacional y el “corralito”. Da lo mismo. La mayoría está con Milei.

Nos queda, entre los grandes ejemplos de este fenómeno populista, autoritario, electoralmente exitoso y posmoderno, citar a Donald Trump. Para qué contarles, si ya saben. De si el sistema estadounidense, una democracia liberal y capitalista a ultranza, resiste el embate del trumpismo o, por el contrario, se transforma poco a poco en una Rusia con barras y estrellas, depende probablemente el futuro de estas “nuevas democracias” tan poco democráticas.