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La sanidad madrileña funciona de puta madre (circulen)

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
6 de diciembre de 2025 21:40 h

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Trabajé hace un par de meses con una vieja amiga, a la que conozco, a su vez, en un eterno ciclo estajanovista, de haber trabajado antes con ella, y me explicó con todo lujo de detalles una mamografía que se había hecho en Madrid y que había tardado muy poco en hacerse. Le pregunté, retóricamente, si había ido a la privada, y me dijo “mejor aun, pública-privada”. “A mí me da igual”, me decía, “si es público o privado el servicio, mientras me hagan las cosas rápido”. “Y mientras no tenga que pagar por ello, claro”, le faltó decirme, pero creo que es un factor que no ha terminado de tener en cuenta. Su conclusión fue que la sanidad de Madrid funciona de puta madre. Y estoy de acuerdo.

Las personas de izquierdas solemos tender a criticar de los gobiernos de la derecha lo mal que funcionan los servicios públicos bajo sus mandatos; sus errores, sus malas praxis, su obsesión torticera por matar gente; señalamos hasta la última irregularidad –bien– y tratamos de convencer a sus votantes de que esos a los que votan son unos inútiles gestionando lo público; y ahí es donde perdemos. Como suele decir Jorge Dioni, todos estos casos que han ido sucesivamente apareciendo en la sanidad pública en los últimos meses, más allá de los 7.291 muertos en las residencias de Ayuso, la crisis de los cribados en Andalucía –y lo que iremos sabiendo de otras Comunidades próximamente– no son un error de gestión en absoluto. Son el modelo de gestión.

El caso del Hospital de Torrejón, con un directivo dimitido tras la difusión de audios en los que se instruía al personal a modular la atención según criterios de rentabilidad, no ilumina ninguna anomalía. Esa naturalidad con la que se habla de seleccionar, retrasar o redirigir pacientes revela que no había escándalo hasta que se filtró el contenido, que todo encajaba dentro de una cultura de gestión donde el éxito no se mide en salud, sino en el cumplimiento contractual. Las explicaciones oficiales no mostraron inquietud ni propósito de enmienda, sino un grado de familiaridad con lo ocurrido que resulta, en sí mismo, la verdadera noticia. No hubo por parte de la Comunidad Autónoma esa reacción instintiva de quien descubre una grieta inesperada, ni hubo la más mínima señal de que el sistema hubiese sido sorprendido por prácticas ajenas a su espíritu. La maquinaria respondió sin titubeos porque reconoció su propio reflejo en el escándalo.

La sensación general es que todo esto sucede dentro de un acuerdo tácito. La administración produce un marco, las empresas ocupan el tablero, la ciudadanía acepta la jugada y la izquierda insiste en explicar que la partida no funciona. El deterioro crece a un ritmo suficiente para justificar la privatización progresiva y a un ritmo lo bastante lento para no generar desbordes sociales. El resultado es un ecosistema político sin fricción, un terreno donde ninguna alternativa puede abrirse paso porque el propio concepto de alternativa ha perdido sentido. La idea de que la sanidad puede organizarse desde otra lógica se desvanece en cuanto la experiencia cotidiana confirma que la solución inmediata llega desde un circuito híbrido. Este circuito se presenta como respuesta a un problema que él mismo produce. La ciudadanía lo adopta porque ofrece alivio. La izquierda lo combate desde un diagnóstico que no altera nada, el gobierno de la comunidad lo defiende sin necesidad de explicarlo y la inercia lo normaliza todo.

El modelo ya no se molesta en explicar nada porque ha conseguido lo más difícil: que el paisaje parezca natural. Los hospitales mezclan logos públicos con terminología empresarial (es la primera vez que escucho hablar de un CEO de un hospital público), y sus pasillos funcionan como arterias de un organismo que delega, deriva y externaliza sin que nadie pregunte en qué punto exacto empieza el servicio público y en qué punto deja de serlo. El gobierno regional solo se limita a sostener la luz sobre el decorado y el decorado se encarga del resto. La sanidad madrileña funciona de puta madre porque ese es el veredicto final de una estructura que ha logrado borrar el antes y blindar el después. Ya no hay giro posible. Solo queda avanzar por el corredor que han construido. Circulen.

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