El sentido del terrorismo
En el debate sobre terrorismo, la derecha ha sido exitosa al limitar el debate a dos ejes de oposiciones significativas: libertad vs. seguridad, y “nosotros civilizados” vs. “ellos bárbaros”. Si a estas tensiones añadimos la venganza por motivos personales, tenemos resumidos casi todos los argumentos del cine y series de acción mainstream. Es decir, la industria cultural machaca con contundencia en que no escapemos a estos dilemas, o en todo caso, que el dolor personal legitima el recurso a la violencia.
Frente a estas estructuras de significado en las que nos movemos casi sin darnos cuenta, como no nos damos cuenta de que estamos rodeados de aire o hablamos en prosa, conviene colocar también algunos datos. Por un lado, con diferencia, la mayor parte de las víctimas del terrorismo islamista son musulmanes, por lo que cuesta entender que si es un choque de civilizaciones se dediquen más a matarse entre ellos. Pero tampoco está muy claro qué quiere decir “ellos”, cuando, por ejemplo, la violencia entre chiíes y suníes se cobra muchas más víctimas que la violencia entre musulmanes y cristianos. Por otro lado, dado el gran número de musulmanes con los que convivimos, si tuviésemos un problema con gran parte de ellos, y no con una minoría infinitesimal, Occidente estaría ardiendo, no solo por atentados, también por “kale borroka” y otros problemas de orden público. No es el caso.
Lo peor de todo es el doble rasero con el que empleamos los derechos humanos. Por un lado, no podemos negociar con los bárbaros, porque no respetan dichos derechos. Por otro, nosotros no respetamos los derechos humanos de los millones de refugiados e inmigrantes que escapan precisamente de los bárbaros y la miseria. Aquí el argumento es el de la seguridad. Pronto estuvo Percival Manglano, el popular, en afirmar que como un terrorista es refugiado, millones de refugiados no tienen derechos. Con argumento tan fino podríamos ilegalizar al PP, dado que no es que tenga un corrupto, sino cientos.
Las reglas del sentido social no son fáciles de cambiar con actos voluntaristas. Pero por intentarlo, que no quede. Creo que avanzaríamos en humanidad y civilización si el marco de sentido del terrorismo fuese no el de la guerra, sino el de los males de la vida moderna. Me explico. Al año mueren más de 1.000 personas por el automóvil solo en España, y muchas de esas víctimas se deben a que no se respetan las leyes de tráfico. Pero a nadie se le ocurre pensar que debemos prohibir el coche. Nuestro estatus vital, la calidad de vida que asociamos a conducir, etc… hacen que estemos dispuestos a asumir un número considerable de víctimas. Las políticas de seguridad vial buscan reducir esta cifra, pero ninguna pasa por prohibir por completo el uso de los coches. Lo mismo debería suceder con los movimientos de refugiados e inmigrantes: políticas dedicadas a proteger sus derechos humanos, al tiempo que minimicen posibles riesgos.
Me gustaría que interpretásemos la relación entre terrorismo y derechos humanos como interpretamos las víctimas de la conducción imprudente. Estamos dispuestos a asumir que muera gente inocente por no cambiar nuestro estilo de vida. Si nos tomásemos tan en serio los derechos humanos como nos tomamos viajar en coche, estaríamos dispuestos a asumir el riesgo que entraña que haya redes delictivas que se aprovechen de los movimientos de personas. Estamos más dispuestos a asumir riesgos por viajar en coche que por salvar la vida de Aylan y otros tantos inocentes como él, que tuvieron la mala suerte de nacer en el lado equivocado de la frontera. Usamos la coartada de los derechos humanos para invadir países y que las compañías occidentales hagan negocio. Usamos la coartada del riesgo para privar de derechos humanos a millones de personas. Pero no nos importa correr un riesgo mucho mayor para seguir viajando en coche.
Por último, me queda resaltar lo insultante que resulta que aquellos partidos que se declaran auténticos valedores de los valores cristianos occidentales, no muestren los más mínimos principios de solidaridad y caridad que demandan dichos valores, como repetidamente les recuerda el Papa.