Temas de conversación para la cuarentena
Como se avecina una temporadita de salir poco de casa, les propongo algunos temas de conversación en familia, con amigos y en redes, para sobrellevar la cuarentena, el aislamiento y el cierre temporal del país, por si se les acaba el catálogo de series televisivas. Cosillas de las que podemos ir hablando, no para decidirlas ahora, pues debemos concentrarnos en lo urgente; pero sí para tenerlas medio pensadas cuando se nos vaya un poco el susto, y antes de que venga el siguiente shock.
Si para algo sirve una crisis es para desnudar nuestras debilidades, lo vulnerables que somos. En el caso del coronavirus, han bastado unos pocos días, un millar de contagiados y un primer paquete de medidas de choque, para que la barca empiece a crujir y aparezcan pequeñas vías de agua. Y hasta cunda algo de pánico a bordo. Sabemos que no nos vamos a hundir, pero joder cómo se mueve la barca, ¿eh? Y alguno hasta se caerá al agua. Así que si se aburren en casa, tenemos mucho de que hablar.
Del sistema de salud, en primer lugar. Es verdad que el virus pone sobre la sanidad pública una tensión extraordinaria; pero es que solo con apretar un poquito ya empiezan a soltarse algunas costuras, y más que saltarían si no fuera por los impagables profesionales sanitarios. Qué rápido se transparentan las carencias del sistema, viejas y nuevas carencias, años de recortes, desatención y privatizaciones en una sanidad de la que presumimos por el mundo, pero que funciona tan al límite que cualquier imprevisto la desarbola.
De nuestro modelo económico también, de lo frágiles y desprotegidos que nos dejan las políticas neoliberales. Y en el caso de España además lo dependientes que somos de sectores y actividades especialmente vulnerables, lo mismo a un virus que a un temporal; y el poco aguante que dicen tener las empresas ante adversidades. Capítulo aparte para el modelo laboral, tan basado en el presentismo que se bloquea si faltan los empleados; sometido en muchos casos a una inercia de movilidad, reuniones y viajes que se demuestran en buena parte innecesarias cuando no se pueden hacer; y donde conviven millones de trabajadores precarios y autónomos a los que cualquier ráfaga de viento deja desnudos.
Podemos hablar también del modelo social, especialmente en grandes aglomeraciones como Madrid, donde para la mayoría de familias el cierre de escuelas es solo la versión extendida de un problema recurrente: qué hacer con los hijos si no están en clase. En muchos hogares el día a día organizativo es tan exigente y tan cogido con alfileres, que una fiebre corriente, una otitis o una huelga educativa ya descomponen todo. El coronavirus da para hablar mucho sobre la tan traída conciliación, los cuidados con los que tanto se nos llena la boca, y esta organización económica, laboral y social que exige dejar a nuestros hijos desde el amanecer al anochecer en escuelas, extraescolares, abuelos y cuidadores privados. Y mientras no cambie ese modelo, no puedes cerrar colegios sin incluir en el mismo anuncio una lista de recursos a disposición de las familias.
Ya ven que el aislamiento da para mucho: para hablar de lo público, de cómo administrar los recursos, bajo qué prioridades. Pero también de cómo vivimos y cómo queremos vivir, si nos conformamos con una vida apretada y precaria que se tambalea a cada imprevisto (un virus, una recesión, una avería del coche o la enfermedad de un familiar).
Y de nuestra fuerza o debilidad como comunidad humana. Porque es verdad que en momentos de conmoción asoma siempre lo mejor de nosotros, y nos sorprendemos de lo que somos capaces, se acumulan las muestras espontáneas de colaboración y solidaridad. Pero no podemos confiar siempre en esa reconstrucción improvisada de los vínculos y redes, pues habrá veces en que no nos alcancen.
Más que nada porque el coronavirus puede ser solo la primera de venideras crisis y shocks sanitarios, económicos, sociales y por supuesto ambientales, ante los que más nos vale estar fuertes y preparados, como Estado y como comunidad.
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