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Tenemos que tomar decisiones

Dos vecinos se asoman a sus balcones en Madrid.

José Miguel Contreras

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¿Por qué en vez de cargarnos mutuamente de reproches sobre cuestiones ya pasadas e irreversibles, no nos concentramos en construir nuestro inmediato futuro? Hay otra alternativa. Podemos esperar a que el Gobierno lo decida en solitario y entonces nos ponemos a tirarnos trastos a la cabeza defendiendo o criticando sus propuestas. En el pasado, este debate cotidianamente lo resolvíamos sobre la base de nuestra posición partidista. Quizá deberíamos probar, por hacer algo nuevo, a optar por las mejores ideas posibles, las proponga quien las proponga.

En las próximas semanas, tenemos que decidir cómo vamos a poder vivir en los próximos meses. Pocas veces el futuro inmediato ha sido tan trascendente y tan moldeable. Por el contrario, pensar a medio y largo plazo suena a pérdida de tiempo. Ojalá en las dos o tres próximas semanas se confirme la previsión de tener controlada la propagación del virus y nuestro sistema sanitario pueda recuperar su estabilidad. Pero el día que estemos en ese punto, tendremos que haber decidido con anterioridad cómo vamos a organizarnos a partir de ese momento hasta que sea una realidad la vacuna universal y efectiva.

De forma inmediata, estamos obligados a determinar qué modelo sanitario hay que asumir para impedir una nueva propagación del virus. Necesitamos definir una política sobre la realización de test masivos a todos los niveles. Hay que dotar al personal sanitario de los recursos indispensables para desarrollar su actividad. Tenemos que acomodar instalaciones complementarias a las de cuarentenas individuales en hogares que inevitablemente se vendrán, a lo mejor en instalaciones hoteleras hoy inutilizadas. Hay que definir el uso de mascarillas y de otros protocolos de higiene en nuestra vida cotidiana.

Hemos hibernado nuestra economía. Hay que ponerla en marcha con tanta inmediatez como delicadeza. Es imprescindible reactivar todos los sectores industriales sin que se vea afectado el control estricto del contagio del virus. Las empresas tienen que poner en marcha nuevos sistemas de trabajo que no pongan en peligro la salud de todos sus empleados. Siempre se mantendrá la amenaza de que surja cualquier infección y que haya que volver atrás en pasos ya avanzados. Más difícil aún será resolver el funcionamiento de aquellas empresas de servicios cara al público que necesitarán controlar de una forma u otra a todos sus clientes y empleados.

Vamos a dar obligatoriamente pasos trascendentales vinculados a la tecnología. No hay sistema más efectivo para facilitar la libre circulación de los ciudadanos que incorporar aplicaciones digitales que aporten información del estado de salud de las personas y de su ubicación. Este tipo de recursos implicará tomar decisiones trascendentes sobre los límites de la intimidad frente a los derechos colectivos. La tecnología digital aparece como una extraordinaria respuesta para una gran cantidad de problemas que no hubieran tenido solución práctica hace apenas unos años.

También vamos a tener que asumir nuevos hábitos sociales hasta ahora inimaginables. La colaboración ciudadana será indispensable. El concepto de comunidad va a cobrar más sentido que nunca. La higiene será inseparable del mantenimiento de la salud. La incorporación de mascarillas en nuestro atuendo diario pasará a ser una condición inevitable. Los comportamientos en locales públicos implicarán nuevas normas de urbanidad. Cambiará el sistema educativo, la asistencia a locales de ocio, la práctica religiosa, la realización de deportes, la manera de trabajar, etc.

Finalmente, tendremos que asumir el debate político e ideológico desde otros parámetros. Es dudoso que algún partido vuelva a plantear que los servicios públicos están sobredimensionados y que hay que reducirlos. Será complicado aceptar a quien defienda que hay grupos vulnerables de la sociedad a los que no hay que proteger más de la cuenta. Va a ser difícil rechazar el valor de la unidad solidaria como país frente al egoísmo territorial, gremial o de clase.

Nos contaron que siempre había una posibilidad remota de que un meteorito cayera sobre nuestras cabezas. La preocupación sobre el asunto se disipaba con la tranquilidad que aportaba la estadística de que había muy pocas probabilidades de que justamente nos tocara a nosotros semejante mala suerte. Personalmente, prefiero en la actual situación pensar que esto es lo que ha ocurrido. A la vista de la experiencia, también tomo nota de que siempre será posible que vuelva a suceder. Al igual que tras el 11-S cambió la concepción de la lucha contra el terrorismo, a partir de ahora todas las sociedades deberán actualizarse radicalmente para evitar tener que hacer frente a una nueva emergencia sanitaria.

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