Trump ante el espejo
Un par de días previos al traspaso del poder, Donald Trump subió a su cuenta de Twitter una fotografía que capta el momento en el que, supuestamente, escribía su discurso de investidura. En la línea de texto nos da noticia de esto y sitúa la escena en Mar-a-Lago, un lujoso y decadente club de su propiedad en Palm Beach.
Trump posa mirando fijamente a la cámara con los ojos empequeñecidos, ojos del que está sumergido en su interior, en este caso y según manifiesta, buscando el relato del inicio de un período excepcional, el suyo. Detrás del escritorio, en la pared, se agrupan mayólicas con incrustaciones de oro en su mayoría y en una hilera vertical, a la derecha del magnate, se repite tantas veces como mayólicas caben en la columna, la leyenda “plus ultra” escrita en oro, por supuesto, con el eco magnánimo de Carlos I por España y V por el Sacro Imperio Romano Germánico, apodado el “césar”. A la izquierda de Trump, un águila le observa posada en un tronco también de oro. El oro es prácticamente incorruptible, es decir, no cede ante el tiempo ni ante los elementos y este carácter puede ser uno de los atractivos que ejerce sobre Trump ya que debe ser lo único que se le resiste a su pulsión invasiva. Por otra parte, no le es ajeno el rol mítico del oro como elemento grato a los dioses y, en tanto resplandor del poder, productor de temor.
Si observamos el cuaderno de notas, está alzado a una altura justa, mínima, para que no podamos observar sus apuntes. No es de nuestra incumbencia: puede estar la página en blanco o puede tener un puñado de líneas, igual da. No se comparte.
El cabello, dorado, oro, donde acaba su figura, ha sido retocado para la foto del mismo modo que deben hacerlo sus asistentes varias veces al día: una arquitectura sostenible solo con laca para tornar rígido el material sobre las orejas y avanzar hasta la nuca en una curva de rara morfología y mantener uniforme la cascada frontal.
Esta foto es un tweet. Y el discurso en el que nos dice encontrarse trabajando en ese momento, cuando lo pronunció el viernes nos sorprendió con una rigurosa antología, de los tweets que fue emitiendo durante la campaña.
“Los políticos han prosperado pero los puestos de trabajo han desaparecido y las fábricas han cerrado”
Mediante un sofisma básico, Trump, inaugura su presidencia erradicando la política de la Casa Blanca: es la política quien ha cerrado las fábricas.
“Recuperaremos nuestros trabajo. Recuperaremos nuestras fronteras. Recuperaremos nuestras riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños.”
Yo, Trump, con los míos, ha dicho a los americanos, vamos a devolver todo lo que la política, es decir, “Washignton”, se llevó. Soñemos.
Trump sigue “conversando” a través de Twitter. Barack Obama fue el primer presidente que alcanzó el poder con la ayuda de las redes sociales; Donald Trump es a su vez, el primero que gobierna, literalmente, desde las mismas.
El diseñador Otl Aicher dudaba mucho del mundo digital. Ponía como ejemplo extremo la primera invasión a Irak o la incidencia de las reformas económicas implementadas y controladas digitalmente: se nos devuelve el dato de las bajas o los costes en términos estadísticos: el destello verde en la pantalla informando que la munición alcanzó con éxito el target no habla de muerte, habla de eficacia. El número de desempleados, afectados y excluidos, expresa con exactitud datos crematísticos no humanos. Si no somos una variable atendible para este mundo, si quedamos fuera, si nos excluye, no es un mundo exacto sino erróneo. La vida no aspira a la exactitud sino al intercambio, al desarrollo, al acuerdo. En una democracia esto se hace a través de herramientas políticas que resuelvan los problemas de la comunidad, interactuando entre los sujetos con sus puntos de vista y sus razones particulares. La red social, como herramienta de comunicación solo es un punto de encuentro pero no de reflexión.
Trump, como todo gestor no político, aspira a la eficacia. No busca ningún acuerdo, pretende la sumisión. El peligro es que el capitalismo financiero tampoco busca el intercambio sino la exactitud clara del rédito a conseguir.
Trump no dialoga, sentencia desde Twitter como si se tratara de un “césar” digital que va emitiendo bandos de 140 caracteres. No lo vive como un puente porque no lo es; para él es tan solo un espejo que le devuelve su imagen dorada. El viernes, ya como presidente de los estadounidenses preguntó a la multitud: “¿Queréis que siga usando Twitter? ¿Queréis, verdad? Porque a ellos les molesta...”. Pareciera que los demás actores políticos, los analistas, la prensa, no toleran que se mire en el espejo. Pero ese no es el problema.
El problema es que no abrirá las fábricas, no generará puestos de empleo para todos y no conseguirá –si es que va en serio con esto– aislar la economía americana en un frasco dentro del océano financiero.
Si la izquierda, a día de hoy, no tiene una hoja de ruta clara para ese fin, no es confiable que Trump la tenga. Como en la foto del tuit en Mar-a-Lago, levanta el block de notas para que no la veamos.