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Un veraneo en Mojácar y los señuelos de la campaña

Edificio del Ayuntamiento de Mojácar (Almería). EFE / Carlos Barba

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Se vota en la economía de la atención y esto es algo que cualquier jefe de campaña de los partidos de izquierda debe tener presente. Porque la derecha lo sabe y lo practica. No sólo en nuestro país, sino en todo el mundo. Cuando González Pons invocó los veraneos en Mojácar del presidente Sánchez como evidencia de su complicidad con el insignificante fraude electoral, su estrambote provocó titulares y carcajadas. Mientras los periodistas se reían no hablaban de otras cosas. Algo parecido hizo Ayuso al asegurar que ETA está viva. ¿Por qué dijo una falsedad tan fácil de desmontar? Justamente por eso: las distracciones han de ser sencillas. Mientras los periodistas la desmontaban, ella evitaba que se hablara de su gestión de la Sanidad. Todos distraídos.

Los veraneos en Mojácar y las siete vidas de ETA no son bulos, sino distracciones, a las que hemos de buscar otro nombre. Cuando mi abuela veía Cristal solía decir: “Me distrae esta novela”. Le hacía pasar un rato agradable, distraerse es positivo. En la economía de la atención, lo que llamamos distracciones son, en realidad, señuelos. Según la RAE, un señuelo es una “figura de ave en que se ponen algunos trozos de carne para atraer al halcón remontado”, “una cosa que sirve para atraer otras aves”. También se usan los señuelos en la pesca. El objetivo es el mismo: atraer la atención de un animal desavisado para que vaya a ese lugar y no a otro. 

Hemos pasado la etapa de los relatos que avivaban las emociones. Nos hallamos en la exhibición de los trozos de carne que hacen salivar al halcón. Es más rudimentario: carnada que huele, figuras plateadas que destellan en el agua. En televisión se conoce la técnica: la ventanita que se abre en un rincón de la pantalla para mostrar al siguiente invitado o el próximo contenido se llama “cebo”. Está ahí para que piquemos. 

A nuestros globos oculares se les muestran señuelos veinticuatro horas al día. Y allí quedamos imantados: mira este vídeo, escucha esta canción, reenvía este meme, comparte este podcast, déjate desestabilizar por un like o por la ausencia de él, odia como un tuitero... 

El proceso consta de tres pasos. Primero, los señuelos cambian la conversación. Si el scroll infinito se puebla de contenidos sobre una nueva ley de vivienda aprobada por el Gobierno de España para aumentar la oferta de vivienda pública y atajar el problema de los alquileres inaccesibles, el señuelo redirige la mirada hacia el pececillo brillante de los okupas. Luego se añade el bulo de que la nueva ley los favorece: lo importante es no hablar de lo importante. El pez chico no debe andar pensando en el pez grande que se lo come, sino en su siguiente bocado, que parece al alcance. Por último, se reconduce la energía del votante hacia la ira. Olga Tokarzcuck escribe: “La ira implanta orden, nos muestra el mundo de una forma claramente resumida; con la ira recuperamos también el don de la clarividencia, tan difícil de alcanzar en otros estados”. Orden, sencillez, clarividencia: lo más inalcanzable en esta era de descontrol, complejidad y ansiedad. La promesa de los eslóganes binarios. 

Entretanto todo ocurre allí donde no miramos. En el triángulo del turbo -política, medios y redes- ya no  hay espacio para la construcción de un relato. El relato muestra; el señuelo oculta. Esta campaña va de mantener la atención del personal. “Concentrarse es decir que no”, aseguraba Steve Jobs. Para la izquierda, una campaña en la que no se hable de la gestión y la economía será un fracaso. Se trata de decir “no” al veraneo en Mojácar, desenmascarar rápido el señuelo y concentrarse de nuevo. Las decisiones de los votantes parecen irracionales en numerosos países porque lo son. Cuando exacerban nuestro cerebro animal con señuelos, la gente vota en contra de sus intereses. Para la derecha extrema que ha impuesto sus reglas a los conservadores, lo único relevante son los movimientos espasmódicos que hace la cola del pez cuando se dirige alegre a la carnada.  

La mala memoria de los peces es proverbial: dan igual los últimos cuatro años, todo sucede en dos semanas. Cada vez es mayor el porcentaje de ciudadanos que no tiene su voto decidido al comenzar la campaña. Son carne de cañón para los señuelos. Los mejores periodistas siguen creyendo que existe una realidad discernible y que su oficio se rige por reglas. Estos creyentes desdeñan comprensivos los estrambotes: cosas de la campaña electoral. No: están echando la caña al agua. Lo que ocurre en esas dos semanas resulta decisivo para repartir el poder.

Si los votantes dirigieran por un momento su atención al número de personas empleadas (el más alto de la historia), la inflación más baja de Europa, el prestigio internacional de España, los ERTE… dirían que les parece bien. Es lo que contestan en las encuestas, incluso los votantes del PP: apoyan mayoritariamente el aumento de las pensiones y del salario mínimo. El objetivo es que no se acuerden de que les parece bien. La derecha y la ultraderecha aprendieron a pelear por la atención cuando se dieron cuenta de que han perdido la batalla de las ideas. 

Esta crisis de atención resulta devastadora porque no somos conscientes de sus efectos, como no lo eran antaño los médicos que te recibían fumando en la consulta. Tengo la impresión de que en el futuro será posible establecer una correlación entre el auge de la ultraderecha nacionalista y el periodo álgido de la crisis de atención.  

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