Vox y el feminismo de resistencia
La Casa Ciudadana de Córdoba lucía este domingo un lazo morado en su balcón. No llevaba lema ni signo político alguno, estaba ahí como preludio del 25 de noviembre, el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia a las Mujeres. La Casa Ciudadana de Córdoba era uno de los colegios electorales de este 10N y Vox pidió a la Junta Electoral Provincial que retirara el lazo de su balcón. Lo consiguió.
Unas horas más tarde, el líder de la formación de extrema derecha, Santiago Abascal, prometía desde el balcón de su sede recurrir al Tribunal Constitucional todas las “leyes liberticidas y anticonstitucionales”. Es inevitable pensar en la Ley de Violencia de Género, en la Ley de Matrimonio Homosexual y en la Ley del Aborto que sustituyó los supuestos por los plazos, aunque las tres han llegado ya al Constitucional y solo la de la interrupción voluntaria del embarazo espera aún dictamen. Es difícil no situar la vista también en lo que el Congreso tenía ya entre manos: una Ley LGTBI, una Ley de Identidad Trans, la reforma de la Ley de Identidad de Género, o el desarrollo del Pacto de Estado contra la Violencia de Género.
La amenaza es la presencia de Vox, su ascenso y el aumento de su cota de poder. Pero la amenaza es también lo que implica para el debate parlamentario y social la irrupción de una formación abiertamente racista y machista como tercera fuerza política. Su discurso va a tener la forma de freno a los avances que venían casi imparables, y a los que incluso formaciones de derechas habían adaptado, con más o menos gracia y margen, sus discursos.
Las voces, que ya eran residuales los últimos años, que cuestionaban la Ley contra la Violencia de Género tienen hoy un canal de expresión propio con poder en el Congreso. El derecho al aborto, que las encuestas de opinión muestran totalmente asumido por la sociedad, tiene ahora un enemigo que batallará para que salga del Sistema Nacional de Salud, también las operaciones de cambio de sexo. La educación afectivo-sexual, los talleres en los que niñas y niños pueden escuchar sobre diversidad sexual o aprender formas sanas de relacionarse, apenas estaban implantados cuando Vox la ha puesto en su punto de mira.
Cuando tienes que esforzarte en mantener lo conseguido, avanzar es mucho más difícil. Dos 8M y muchos Días del Orgullo después parecíamos haber llegado a un punto de no retorno en la conquista de derechos sociales. Vox ha llegado ahora con fuerza para recordarnos que su tarea será achicar el terreno. Mientras gastamos tiempo en que no nos recorten campo de juego, es probable que tengamos menos margen y energía para ampliarlo.
Si tenemos que defender que el aborto siga siendo un derecho cubierto por la sanidad pública será más difícil incluir en la agenda la recuperación del derecho de las menores de 16 y 17 años a abortar sin consentimiento paterno. Si volvemos a discutir el propio concepto de violencia machista y a temer que un partido lleve al Constitucional cualquier medida del Pacto de Estado que necesite desarrollo legislativo, necesitaremos doble esfuerzo para extender la asistencia a las mujeres que sufren violencia sexual o para aumentar la protección de los menores.
El margen depende también del papel que jueguen el resto de actores. Podríamos pensar en un Partido Popular que, con el aliento de la extrema derecha en la nuca, prefiera configurarse como una derecha garantista y razonable que se sume a consensos sociales sobre igualdad y derechos LGTBI. Algo que cuesta imaginar pero que dejaría el discurso de Vox en los márgenes y permitiría que el campo de juego no se achicara como tememos.
El escenario actual no es nuevo, en realidad es lo que ha pasado, una y otra vez, en la historia de los derechos de las mujeres. Avanzamos y tratan de contenernos. La contención como maniobra de distracción. La amenaza de recortes y recursos como forma de centrarnos en la defensa y no en el avance. El feminismo ya está acostumbrado a eso de no abandonar ni la retaguardia ni la avanzadilla.