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Vox, en la frontera del odio

El número tres de Vox, Iván Espinosa de los Monteros

Alfonso Pérez Medina

Con el tono y los ademanes de quien acaba de dejar el cubata escondido debajo del atril, el número tres de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, preguntaba a sus seguidores en la plaza de toros de Las Rozas a quién llamarían para hacer frente a dos “quinquis” que se meten en tu casa. “¿A Casado, a Rivera o a Abascal?”. Tras la respuesta obvia y el alborozo general, contaba que alguien le había advertido de que se había olvidado de los otros dos candidatos a las generales, “Pedro y Pablo”, y el monólogo de cuñado en Nochevieja daba un giro inesperado para señalar que no, que esos eran “los dos atracadores”.

Llamar delincuentes a los adversarios políticos es lo más suave que han dicho los dirigentes de Vox en una campaña electoral en la que, siguiendo al pie de la letra el libro de estilo del 'trumpismo' más exacerbado, han puesto en el punto de mira a todos los que arruinaron el paraíso perdido por la globalización, que en su caso no es otro que la España católica, taurina y cazadora que dejaron los “cuarenta años de paz” del franquismo.  

Nutrido por el descontento de los indignados de derechas, el de Vox es un discurso dirigido contra el conjunto de la clase política con especial predilección por “los progres, los comunistas, los traidores a la patria y los proetarras”-, los medios de comunicación “manipuladores”, los inmigrantes que quieren “poner burka a las mujeres españolas” y las “feminazis” que practican el “yihadismo de género”.

Un relato que planea siempre sobre los límites del Código Penal, que castiga con hasta cuatro años de cárcel a quienes públicamente promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia contra un grupo por razones de raza, ideología, religión u orientación sexual. Por ese delito de odio la Fiscalía de Valencia ya investiga al número dos de la formación, Javier Ortega Smith, que denunció la existencia de “una invasión islamista” en Europa. “Nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo de la libertad, el enemigo del progreso, el enemigo de la democracia, el enemigo de la vida, el enemigo del futuro se llama invasión islamista”, afirmó.

En el mundo de Ortega Smith, el hombre que se subió al peñón de Gibraltar para plantar una bandera de España y que pidió a los Reyes Magos unas 'Monster High' con las caras de Susana Díaz, Carmen Calvo, Carmena y Echenique, cada vez más europeos “se están poniendo en pie porque están sufriendo en sus calles y en sus barrios la aplicación de la ‘sharia’ y no están dispuestos a que se derriben sus catedrales para ser sustituidas obligatoriamente por mezquitas”.

Su jefe, Santiago Abascal, ha roto la dialéctica tradicional de cuarenta años de democracia en la que los líderes de los partidos siempre se han considerado “adversarios” y han reservado el calificativo de “enemigos” únicamente a los terroristas. “España tiene un enemigo que tiene nombre de partido: Partido Socialista Obrero Español”, le gusta decir al líder de Vox en sus actos públicos. Después añade que los socialistas dieron “dos golpes de Estado durante la Segunda República” y que estuvieron “detrás de la provocación de la Guerra Civil”.

Nada ni nadie se salva del populismo de la extrema derecha, ni siquiera sus aliados de la “derechita cobarde” que traiciona “a la patria por sus intereses”, ni la “veleta naranja” que no distingue entre “atracadores y atracados”. El resto son los del “chollo progre”, los “comunistas liberticidas”, “la banda de la capucha del PNV”, “los burguesitos y golpistas catalanes” o “los que justifican a ETA”. Barra libre.

Vox difama como “buscadores de huesos y estrategas del revanchismo” a quienes reivindican la memoria histórica y buscan a sus seres queridos en una cuneta, como aseguró el diputado andaluz Benito Morillo. Insulta a las mujeres maltratadas, al decir que las cifras de denuncias están “infladas” y que quienes se dedican a protegerlas fomentan los “chiringuitos de las subvenciones”. Rezuma machismo y homofobia al apuntar que las mujeres liberales no se proclaman “putas, brujas y bolleras” porque eso está reservado a las “piojosas de ultraizquierda”, como escribió el portavoz en Andalucía, Francisco Serrano.

Algunos de sus candidatos resultan ser demasiado ultras incluso para ellos mismos. Como el cabeza de lista por Albacete, Fernando Paz, que tuvo que renunciar al puesto tras conocerse que en un acto organizado por Falange en 2016 atribuyó los asesinatos de judíos en Europa al “estado caótico, la falta de alimentación y a la extensión de tifus” en los campos de concentración. O el número dos por San Fernando de Henares, José Pedro Cuadrado, apodado ‘El Coplillas’, que se cayó de las listas tras difundirse un vídeo en el que defendía, superando en mal gusto al mismísimo Torrente, que “ser maricón es un cuento para votos recaudar”.

Analizando sus declaraciones en público causa pavor lo que pensarán sus dirigentes en privado. Porque el partido que sueña con una España sin autonomías, sin inmigrantes, sin matrimonio gay, sin aborto y sin independentistas es un peligro para todos los avances que se han conseguido desde la Transición. Y para la democracia misma.

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