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Yolanda Díaz y la derecha depredadora

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, interviene en la IV edición del foro económico 'Wake Up, Spain!'

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Resulta paradójico que en un momento en el que Sumar no es electoralmente una fuerza de choque como lo fue en su día Podemos y su pragmatismo se traduce en políticas propias de cualquier socialdemocracia clásica, el PP produzca un vídeo sobre una irreal Yolanda Díaz comunista y adicta a la moda. Lo significativo no es la caricaturización del adversario, el machismo y el clasismo presentes en esa campaña viral, lo preocupante es la crítica sin fundamento a una propuesta racional y moderada sobre la gestión de residuos textiles y el gran problema económico y medioambiental que supone la fast fashion, la moda rápida, una propuesta con la que está de acuerdo cualquier persona informada y también cualquier compañía textil responsable y sostenible, incluida la todopoderosa Inditex. Como viene siendo habitual, el PP eleva a derecho fundamental el consumismo desenfrenado y el capricho individual. ¡Tengo derecho a estrenar una camiseta cada día, tengo derecho a que esa camiseta me cueste 3 euros y tengo derecho a tirarla a la basura al día siguiente!

Como explica la periodista Marta D. Riezu en su libro La moda justa, la sobreproducción en moda es un fenómeno relativamente reciente, apenas tiene 50 años, y su objetivo es producir una oferta ilimitada, incesante y barata de ropa. Eso solo es posible a costa de estrujar a los proveedores, producir en países en desarrollo con condiciones laborales pésimas, plagiar las ideas de los creadores y desentenderse de los residuos, los millones de prendas que los consumidores de los países más ricos tiran a la basura y que acaban en basureros de Kenya. La industria de la moda provoca el 10% de las emisiones mundiales de carbono y emplea a 75 millones de trabajadores, la mayoría mujeres, de las cuales solo el 2% gana lo suficiente para vivir. Solo en 2021, la Unión Europea envió más de 112 millones de prendas de ropa de segunda mano a este país africano, 56 millones de ellas inservibles y al menos 37 millones fabricadas con materiales sintéticos, según una investigación de Clean Up Kenya (Limpia Kenia). Muchas terminan en vertederos, colosales montañas de basura que los países africanos no pueden gestionar ni reciclar. 

La pereza intelectual y el obsoleto radicalismo neoliberal de la derecha española más dura ignora esta realidad y sitúa el debate en la mera satisfacción de un capricho del ciudadano convertido en consumidor irracional. Los principios socialdemócratas sobre los que se ha construido buena parte de la historia europea se han convertido en comunistas en virtud de un individualismo atroz y un rechazo de cualquier forma de solidaridad, cooperación, justicia social y cuidado del planeta y de los otros. 

Olvidamos que, quizá, lo que más se podría echar en cara a las formaciones de izquierda es su reconocimiento de la inevitabilidad de la economía de mercado, la confianza en la existencia de un capitalismo de rostro humano. La diferencia es que políticos ultraliberales como Javier Milei sacralizan el mercado y las formaciones de izquierda lo consideran un sistema de funcionamiento inestable (contra el mantra de que se regula solo) y poco equitativo para los ciudadanos, pero al fin y al cabo un sistema aceptable que se corrige con una adecuada intervención del Estado. Esta intervención mínima, fruto de un contrato social, está basada en la universalización de las pensiones, la educación, la sanidad, en medidas fiscales de redistribución de la renta y riqueza, en la extensión del Estado de Bienestar y en la contención de las prácticas económicas más depredadoras que explotan a las personas y los recursos. Sin embargo, hasta esto resulta insoportable para la mentalidad ultraliberal que ni siquiera quiere entender que en un mundo de recursos limitados el decrecimiento no será opcional, ocurrirá sí o sí. La activista medioambiental Joanna Macy llama Great Turning a la transición de la economía del crecimiento a la sociedad de la preservación, y esa idea ya está en la estrategia de muchas compañías textiles que saben que su propia supervivencia pasa por reducir la escala de todo el sistema, legislar y dar pasos para lograr la circularidad y trazabilidad y la segunda vida de lo que en el PP llaman “la ropa vieja”.

La revolución tecnológica, el declive de la organización de los trabajadores y de la afiliación sindical, la transición demográfica de una sociedad de jóvenes a una sociedad de viejos son factores que han erosionado la vieja idea de socialdemocracia. Sohrab Ahmarien, periodista conservador arrepentido de su antiguo apoyo a Donald Tump asegura en su libro Tyranny, Inc. Cómo el poder privado aplastó la libertad estadounidense, que el ideal conservador americano de armonía y la estabilidad social ha sucumbido a la ruptura del equilibrio entre el capital y el trabajo, a los fundamentalistas del mercado y al abandono de la racionalidad del discurso político frente a la explotación de las emociones. La idea de que la libertad está en la realización inmediata de cualquier deseo individual, aunque eso suponga fulminar los derechos y la vida de otras personas. Entre una derecha depredadora y frívola y la lógica del cuidado y lo común, la elección parece fácil. Aunque lo llamen comunismo. 

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