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La batalla de los medios
Vivimos en un régimen democrático. Esta afirmación está fuera de duda. La sociedad se articula en agrupaciones según coincidencia política, económica, afinidad cultural y otros ejes que nos muestran un mapa de una sociedad moderna y dinámica de la que no todos los integrantes son conscientes. Y menos todavía si analizamos los recursos coercitivos que las diferentes facciones que conforman la sociedad tienen a su alcance para primar tales o cuales asuntos y políticas en la agenda parlamentaria y gubernamental.
Quienes gobiernan la economía, el mundo empresarial y laboral, la dirección que toma la estructura productiva del país, enfrentan las políticas que despliega el gobierno desde la posición de superioridad que da la posesión de los medios de producción y acusan al gobierno de inmiscuirse en la organización de su sacrosanta propiedad privada cuando no coincide con sus objetivos, perjudicando su libre albedrío ejercido en interés de la supervivencia y desarrollo de las empresas que alimentan el bienestar de las familias trabajadoras, de cuyos destinos se sienten, no responsables, sino propietarios como parte de sus haciendas, que ellos dirigen considerando que el bien de la empresa coincide con el de los trabajadores. Si hay que recortar salarios para garantizar el futuro empresarial, los trabajadores han de colaborar con su sacrificio para posibilitar la viabilidad de la propiedad, es decir del conglomerado que forman medios de producción, mercado y clase trabajadora. A su juicio el gobierno debiera ser un convidado de piedra que sancionase con su apoyo institucional las decisiones de la propietaria de los medios, favoreciendo la imposición de la voluntad empresarial y allanando las dificultades que el establecimiento de sus preferencias encuentre.
El sistema que adopta el modelo informativo desde el desembarco de las televisiones privadas de alcance nacional, también se adapta al sistema de propiedad privada y colabora decisivamente primando los intereses coincidentes de los propietarios del tejido industrial y comercial, divulgando positivamente, como síntoma de modernidad, las consignas que interesan a los latifundistas de los medios de producción, empeñados en una lucha sin cuartel por la obtención de beneficios año tras año superándose como parte de un sistema en el cual, al modo de la bicicleta, el incremento anual del beneficio es la fuerza motriz que impulsa a una sociedad que para su supervivencia, basada en el consumo, necesita cambiar las normas adecuándolas a la intocable inercia de la ganancia empresarial supeditando el trabajo parlamentario y gubernamental a este ideal intocable. Los viejos principios de independencia y veracidad bajo los que nacieron y prosperaron los medios informativos ya no son útiles para alcanzar los objetivos propuestos en esta nueva era en la que cada firma de comunicación se ha desprendido de su etiqueta de servicio público, que conserva como estrategia cada vez menos creíble, y para lo que de verdad ha de servir es para allanar las conciencias y principios haciendo ver, a veces contra natura, que las ideologías a las que presta su colaboración están fuera de toda duda y las usa como un departamento de agitación y propaganda, estableciendo una trinchera desde la que perjudicar a sus rivales políticos, promover modelos cívicos y dar cobertura a sus amigos y aliados manteniendo la apariencia de sostener el viejo y abandonado eslogan de independencia y veracidad.
Así que las distintas corporaciones empresariales se han repartido los medios y los han puesto a rendir al servicio de sus objetivos. De aquéllos sólo quedan en tierra de nadie los que mantienen su independencia del capital con las aportaciones de sus socios manteniendo en alto los viejos y auténticos valores contra viento y marea. El futuro de la información independiente y veraz radica en su supervivencia y prosperidad. En manos de los lectores inteligentes está la victoria o la derrota en esta batalla sin cuartel entre información y propaganda.
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