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Burocracia, impaciencia y falacias
Aunque burocracia y modernidad son dos conceptos firmemente unidos, Max Weber, que teorizó sobre el modelo de organización burocrático, lo calificó como “jaula de hierro”. Los actuales entornos y tendencias precisaban de una gestión pública distinta con otra serie de características. Sin entrar a discutir de nuevas técnicas de dirección pública para modernizar las instituciones, indispensables para adecuarlas a las necesidades sociales cambiantes, lo que nos queda de la burocracia es una connotación negativa por su rigidez y complejidad, o porque degenera, por perezosa inercia, en la ineficacia. Es posible que pocos recuerden otra acepción de burocracia en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) que aquella que la define como “administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas”.
Claro que importan las formas, no solo los contenidos. La legitimidad de las políticas públicas, además de basarse en los valores de rendimiento, debe hacerlo en los de procedimiento propios de un Estado de derecho, democrático y social y de la ética pública (igualdad ante la ley, participación, rendición de cuentas, equidad, bienestar, transparencia…).
El problema fundamental aparece cuando la burocracia olvida a los ciudadanos y cualquier otra cuestión que no sean los procedimientos. A lo que llamábamos papeleo se le ha sumado internet, que no solo no lo ha sustituido, sino que al papelerío de sobremesa, más terrenal, ha añadido el trámite ciberespacial. La dictadura de los procedimientos.
Hace casi doscientos años, “monsieur Sans-délai” fue finalmente convencido de la dificultad de superar el “vuelva usted mañana”, según nos contó Larra.
A la vez, somos siervos de un presente acelerado, donde la información y las circunstancias van cada vez más rápido, aunque se disipan a igual velocidad. La cultura de la inmediatez designa un aspecto cultural de la modernidad tardía, que se ha ido formando a partir de la revolución digital.
Andamos atrapados entre la cultura de la inmediatez (“lo quiero ya”), algo así como pretender llegar al futuro antes de vivir el presente, y la de la procrastinación crónica (“deja para mañana lo que pensabas hacer hoy”). Ello nos lleva a hacer las cosas deprisa y mal para acabarlas tarde y peor; o no llegar a terminarlas. No hallamos el equilibrio entre ambos extremos.
De entre los muchos ejemplos reales, apunto uno especialmente doloroso, enmarcado dentro del más general de la lentitud en la llegada de ayudas de cualquier tipo: el Ingreso Mínimo Vital. Mediante un procedimiento que parece diseñado contra los solicitantes, el 75% de las peticiones se rechazan y hay cien mil expedientes sin resolver. Sería deseable que, en el caso de La Palma, las ayudas lleguen antes de que vuelva a despertar el volcán (que ojalá no lo haga).
“Vacuna” ha sido elegida por FundéuRAE la palabra del año 2021. Que una palabra que lleva más de cien años en el DLE con un significado similar al actual sea elegida por su popularidad no es casual. Es el deseo de escapar del “confinamiento” (palabra del año 2020) y de esperanza para que la de 2022 no tenga que ver con la pandemia o que lo sea con su final.
Junto a esto, dos aspectos negativos. En primer lugar, la reaparición del negacionista (entre las palabras finalistas) a causa de los antivacunas. El inicio de la pandemia reavivó el uso de esta palabra para designar a quienes no creen en la existencia del virus y, en consecuencia, rechazan la utilidad de la inmunización mediante ellas. El premio a gilipollas del año está muy disputado.
En segundo lugar, las farmacéuticas obtienen beneficios que tienden al infinito a costa de la salud de los habitantes de los países que no pueden pagar esos precios y, por extensión, del resto. O se vacuna a todo el mundo o no acabamos con la pandemia.
Debido a la rapiña de las eléctricas y de los gigantes del comercio de datos, por poner solo dos muestras más, el premio para la empresa más despreciable del año por inhumana también estará muy reñido.
La pertinacia, de la que todos somos responsables en mayor o menor medida, en el trato cruel a los inmigrantes, quizá merezca in perpetuum el premio a la mezquindad humana. A nivel de política casera, pensé que era difícil superar la de Casado ante la UE para impedir la llegada de los Fondos Europeos a nuestro país. Almeida, para superarlo, suelta que “Almudena Grandes no merece ser hija predilecta de Madrid, pero para sacar los Presupuestos hay que hacer cesiones”.
La opinión general, preocupada por el cambio climático según las encuestas, reacciona airada contra el ministro Garzón porque ha hablado sobre algo que ya sabíamos, evidencia científica mediante: los efectos perniciosos de la ganadería intensiva, la bomba medioambiental que suponen las macrogranjas. La reacción en contra proviene de los lanzadores de bulos y de los influyentes explotadores de animales y naturaleza. Además de un pueblo dispuesto a tragarse sapos.
Marcuse estudió los mecanismos cada vez más refinados que emplea el poder para anular cualquier reacción de rebeldía. El autor de El hombre unidimensional y Eros y civilización, calificado en aquel momento como el referente de la nueva izquierda, consideraba también que las tendencias hacia la burocracia son opuestas a la libertad. La burocracia, en fin, se convierte en otro mecanismo del poder para inutilizar libertades y derechos.
Reconozco que empecé mal el año en este sentido. Me sobrevino un ataque repentino de prisa para resolver un asunto de cierta importancia y acudí a realizar el papeleo necesario al organismo correspondiente. El empleado que me atendió, nada influido por mi impaciencia ni por la cultura de la inmediatez en general, me terminó confesando que “el compañero que lleva estas cosas ha salido”, mientras miraba el reloj y negaba con la cabeza. Ante mi gesto interrogativo, me aconsejó: “Vuelva usted mañana”. Pues eso.
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