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Chávez, esa inútil arma arrojadiza

Hugo Chávez en una imagen de archivo

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Cuando se intenta hablar de un régimen extranjero, por ominoso y perverso que sea, siempre ha de hacerse con el respeto y la debida lejanía que debe tener todo aquel que no lo ha vivido, y que lo ve desde una distancia segura. Si bien es cierto, que la distancia proporciona perspectiva, también es cierto que elimina certezas. Y lo que ha sucedido en Venezuela durante estos últimos años bien puede ser definido, con la certeza más absoluta, como una catástrofe. Lo que en un principio fue un proyecto con filosofías de izquierda con el tiempo ha derivado, como es bien sabido, en un gobierno anárquico, totalitario y antidemocrático, dirigido por un nefasto personaje: Nicolás Maduro. Pero no olvidemos que el padre de la criatura es y será siempre Hugo Chávez Frías.

Nací en Venezuela, mis padres fueron inmigrantes españoles. Nuestra vida fue muy dura, llena de necesidades e incertidumbre, pero gracias a la generosidad del país que les acogió y por el que siento un profundo agradecimiento, pude estudiar, graduarme y salir adelante. Viví como un ciudadano más el ascenso al poder de Hugo Chávez, sentí la esperanza que el pueblo depositó en él, pero también fui testigo de su deriva autoritaria y de su acercamiento a regímenes políticos peligrosos, su escalada verbal desproporcionada, la debacle de colocar frente a los sectores estratégicos de la nación a acólitos ineptos y corruptos. Sus ansias de poder absoluto, el control de cualquier fuente de crítica o disidencia pervirtió el modelo que en su momento le sirvió de bandera para llegar al poder.

Pese a todo ello, Hugo Chávez fue un auténtico animal político, un personaje con un carisma indiscutible y con la habilidad camaleónica de mostrarse a veces cercano y campechano o lo contrario, altivo y displicente. Su capacidad de embaucar con diatribas diversas, su verbo incendiario y la habilidad de saber qué decir en el momento preciso, le valió para atraer a una cantidad ingente de personajes de todo calado, algunos de ellos auténticos intelectuales de izquierda, que veían en su movimiento social el surgimiento de algo novedoso e interesante. Así, se aglutinaron junto a él políticos, académicos, artistas y figuras públicas de mayor o menor relevancia. Mientras algunos se dejaban seducir por las ideas, para otros la atracción no era más que el interés por los generosos donativos y prebendas. Chávez formó una suerte de alianza latinoamericana y sus aliados contaron durante años con la generosidad de un líder con acceso a una exigua renta petrolera, de la que tenía el control total.

Por razones de mera supervivencia, hace unos años decidí venir a vivir a España. Un país increíble, con una enorme riqueza cultural, con una historia que se puede ver en cada calle y un pueblo maravilloso. He podido adaptarme a la forma de vivir del español de a pie, conozco sus preocupaciones y desventuras, también su inmensa generosidad. Y por todo esto, me duele cuando, quién reconoce en mi acento mi origen se atreve a espetarme la frase: “eres de Venezuela, debes alertar a todos sobre lo que Podemos hizo allí porque ahora están en el gobierno”. No, no tengo porqué contar mentiras. La gente que hundió a Venezuela en el hoyo profundo en el que ahora se encuentra no fue Pablo Iglesias, no fue la gente de Podemos, ni siquiera el señor Monedero tiene que ver con semejante catástrofe.

Mucho se ha hablado de la particular relación entre el presidente del partido Unidas Podemos, el Sr. Pablo Iglesias, con el antiguo régimen venezolano. Y de todo lo que ha se ha dicho hasta ahora no ha quedado claro un hecho fundamental, el Sr. Chávez y su gobierno mantuvo durante años una relación comercial y fructífera con diferentes gobiernos del mundo, en especial con el reino de España, la mutua y fluida cooperación se mantuvo incluso durante el cambio de régimen político en el que gobernó el partido popular con el Sr. Mariano Rajoy a la cabeza. Ahora bien, juzgar a un partido político de corrupto y fraudulento, por la afinidad que en tiempos pasados tuvieran sus líderes con el régimen de Hugo Chávez, es hipócrita, desproporcionado e injusto. Incluso, en aquellos momentos de altísima crispación política en los que el jefe del estado español, el ahora rey emérito Juan Carlos I, mandaba a callar en una reunión entre presidentes de estado, al combativo y siempre verborreico Hugo Chávez, las aguas volvían a su cauce subsanando la desavenencia “diplomática” con un apretón de manos, abrazo y contrato de colaboración de por medio. 

El argumento manido de que el partido de Pablo Iglesias quiera convertir al prospero pueblo español en una futura y ruinosa Venezuela es sencillamente absurdo. Que la política social que en sus comienzos aspiraba Hugo Chávez, cuando el proyecto político pretendía colocar el bienestar de pueblo como el eje de todos los planes del estado, sea una idea aspiracional común en todos los movimientos socialista de izquierda, no puede ni debe demonizar a un partido nuevo, que debe consolidarse y madurar en sus bases y estructuras si quiere sobrevivir a sus enemigos declarados, a los ocultos, y a su propia juventud.

En definitiva, la culpa de la ruina en Venezuela la tienen los venezolanos, sin más, por acción o por omisión. Y si hubiese otros responsables serian también todos los regímenes democráticos “amigos” que miraban para otro lado cuando en Venezuela salíamos a la calle en gigantescas manifestaciones para denunciar las felonías del gobierno megalómano chavista.  Pero nadie escuchaba, porque era mejor mantener al adinerado caudillo charlatán contento.

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