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Ciencia y Vacunas
Ante el anuncio de que podrían estar disponibles en un plazo razonable de tiempo algunas vacunas contra la Covid19, han surgido diversas y múltiples reacciones en la sociedad. Me gustaría reflexionar sobre dos que considero importantes y que además están íntimamente relacionadas. La primera es la inmediata y compulsiva reacción de las bolsas a nivel internacional que en una sociedad de mercado como la actual denota o presagia sustanciosas ganancias para algunos. Por otro lado, y como consecuencia de ese presagio, puramente economicista, otras personas y países han comenzado a hacerse una inquietante pregunta ¿habrá vacunas para todos?, ¿y si no puedo pagarla?
Analizar la primera reacción implica poner de manifiesto unos mecanismos económicos y legales que permiten una serie de actuaciones en esta sociedad de mercado donde todo o casi todo se compra y se vende y no solo objetos y servicios. En esta sociedad de mercado el principio económico que rige es el de que cualquier objeto o servicio que se cree solo está disponible para atender demandas solventes en lo económico, pero no para atender derechos o necesidades sociales y las vacunas no son una excepción. Solo bajo este principio de mercado se puede explicar que existan patologías “olvidadas” para la industria farmacéutica como: Mal de Chagas, la Rabia, la Lepra y otras.
La principal razón que siempre se esgrime para justificar la decisión de proporcionar vacunas solo a aquellos que cumplan los requisitos que marca el mercado se sustenta en que todo el proceso de creación de una vacuna desde la investigación básica hasta la fabricación y reparto de la misma, suponen unos costes que exigen unos retornos económicos a las farmacéuticas que no solo amorticen dichos costes sino que produzcan, además, unas ganancias importantes para que los grandes fondos de inversión internacionales consideren atractivas futuras inversiones en el sector.
Esta explicación de la industria farmacéutica, en lo que se refiere a la veracidad de los costes, ha sido cuestionada en múltiples ocasiones con abundantes datos, pero el lobby farmacéutico que es probablemente el más poderoso que existe actualmente, es capaz de “convencer e influir” a favor de sus intereses a los diversos estamentos políticos y económicos que regulan su actividad.
Una de las denuncias que siempre salen a colación por parte de las organizaciones civiles e instituciones públicas cuando surge este tema, es el de la gran opacidad con la que la industria farmacéutica establece su estructura de costes en todo el proceso de creación de un nuevo fármaco, que impide que terceros puedan acceder a esa información con un mínimo rigor que permita una cierta transparencia a la hora de comprar esos fármacos. Asimismo, las reglas que se imponen sobre la propiedad intelectual que marcan los tiempos de exclusividad de los que disfrutará el laboratorio que diseñó dicho fármaco son considerados en casi todos los casos abusivos.
Una falta de transparencia en los costes que no solo impide una mínima comprobación pública de su veracidad, sino que además impide que la propia sociedad sepa a ciencia cierta cuánto se está pagando por determinados tratamientos que son vitales para las personas, algo que es exigible según la OMS. Un ejemplo, a pesar de que la Ley del Medicamento española obliga a las administraciones sanitarias a garantizar la máxima transparencia en los procesos de adopción de sus decisiones en materia de medicamentos, existen casos como en el País Vasco, que se niegan a facilitar las cifras pagadas por las nuevas terapias contra el cáncer en una clara labor de obstrucción que solo beneficia a la propia industria farmacéutica.
No obstante, donde se da uno de los aspectos más injustos y poco claros es cuando se valora la inversión en investigación básica. Una investigación donde en una suerte de “adanismo” se ignora que todo el proceso científico está basado en lo que Isaac Newton dijo a un colega suyo, con la conocida frase de “…Si he podido ver más allá es porque me encaramé a hombros de gigantes” refiriéndose a todo ese trabajo tan importante y necesario que anteriores científicos llevaron a cabo. Un trabajo que además se ha podido materializar en numerosas ocasiones porque la sociedad mediante inversiones públicas, es decir pagadas por todos, ha hecho posible. La industria científica a pesar del creciente peso del capital y control privado sigue siendo una aventura colectiva que alcanza su mayor eficacia cuando asume y actúa en consecuencia con ese principio de cooperación más que con la pura competitividad, la cual prima llegar el primero pero no ser el mejor, asunto por cierto muy delicado ahora, de cara a la vacuna del Covid-19.
Se dice insistentemente que es en las grandes crisis cuando el humano se cuestiona su forma de actuar. Creo que este momento y esta situación podrían ser idóneos para que en el área de la investigación médico-científica se estableciese un debate que aflore todas las contradicciones que se dan entre algo que tiene su razón de ser en el servicio a las personas y al mismo tiempo obstaculiza con sus procedimientos que sus resultados lleguen a esas mismas personas de forma mayoritaria, algo que es insostenible desde cualquier punto de vista, racional o moral.
Asimismo, señalar que, sanitariamente hablando, la creación de la vacuna contra el Covid-19, si no se administrase de forma masiva perdería parte de su eficacia lo cual podría generar problemas de difícil resolución a posteriori.
Siguiendo con esa supuesta actitud positiva para cambiar comportamientos, sean estos individuales, sociales o institucionales, que la pandemia ha mostrado que no son los más adecuados, se debería aprovechar esta coyuntura para ese ansiado cambio. La ciencia como conocimiento epistemológico de la realidad es algo de lo que la especie humana se puede sentir orgullosa por los avances y logros conseguidos, la futura vacuna contra el Covid-19 es un ejemplo de esto. Lamentablemente, la ciencia como impulsora de valores humanos ofrece serias dudas y no vale decir que su campo de actuación no contempla esa variable porque cualquier actividad humana tiene un reflejo inmediato, también en esos valores.
Los impulsores de la actividad científica, cada vez menos controlada por el espíritu científico y por los científicos, buscan objetivos muy concretos que han vuelto a la ciencia un saber que se rige por una razón instrumental al servicio de intereses minoritarios y muy concretos, en unos casos económicos y en otros geopolíticos ¡Ojalá! Uno de esos cambios que se están demandando por la sociedad y no solo en el campo específico de la medicina sino en toda la ciencia, nos haga sentirnos más orgullosos, como especie humana, de nuestra capacidad científica no solo en el plano epistemológico sino en el axiológico de los valores humanos.
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