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La perfección como objetivo
Todos hemos hecho, visto o sufrido alguna o muchas chapuzas en nuestra vida, pero las que más me irritan son las producidas por dejadez e irresponsabilidad. No resulta fácil vivir en un mundo imperfecto cuando se es perfeccionista. No hasta que, poco a poco, vas comprendiendo que nuestras vidas y nuestras obras son efímeras, falibles y precarias.
Ahora bien, admitir lo anterior no significa que debamos caer en la desidia y el desinterés, abandonar el cultivo del intelecto y perder el gusto por el trabajo bien hecho, sino todo lo contrario: aunque no lo lleguemos a conseguir, siempre deberíamos tener como objetivo la perfección.
¿Qué sentido tendría la vida si no aspiráramos a ser buenos en todo aquello que emprendemos por curiosidad, necesidad, vocación o responsabilidad? ¿Qué aliciente tendrían nuestras vidas sin esa fuerza interior que nos incita a aprender y crecer profesional y espiritualmente?
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