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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

¿Por qué nos cuesta tanto a la gente blanca hablar de racismo?

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Helena Rodemann Rios

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Esta crisis del coronavirus está desatando, o más bien visibilizando, las grietas del racismo en que vivimos. Violencia institucional, violencia policial, falta de recursos, denuncias y multas, gritos e insultos, protecciones inexistentes. Asesinatos y muertes. Injusticia, desigualdad. Estas realidades hacia personas racializadas bajo la pandemia del coronavirus se están haciendo más evidentes, y ya existían antes del coronavirus. Es el día a día de la mayoría de personas habitantes de este planeta.

Sin embargo, cuando intento hablar con personas blancas sobre esta realidad de miles y millones de personas racializadas, la interacción es, prácticamente, nula. Y, cuando intento hablar con ellas sobre nuestro papel como blancas, peor.

Llevo muchos años iniciando conversaciones sobre el racismo y la blanquitud con personas blancas amigas. Preguntas como “y tú, ¿cuándo te diste cuenta de que eres blanco?” o “¿qué significa para ti ser blanca?”, o “¿te consideras una persona racista?”. Con estas preguntas intento ir deshilachando la narrativa y el discurso ausente.

Recuerdo una conversación con una amiga que me habló sobre su viaje a “África” y su trabajo “humanitario” en escuelitas. “Increíble lo que estamos haciendo allí, ayudando a los niñitos. Me merezco un pin por ser tan solidaria”. Al final de su presentación de autopromoción, le pregunté que qué opinaba sobre su privilegio blanco y cómo cree que influye en sus viajes a “África”. Me miró ojiplática, “¿qué?”. No supo responderme. No dijo nada. Directamente, cambió de tema.

Las reacciones de personas blancas sobre su blanquitud y sobre cómo participan en sistemas racistas pueden variar, pero suelen seguir un patrón. Normalmente puedo predecir lo que van a responder y cómo van a reaccionar.

Últimamente una de las respuestas más recurrentes a “cuándo te diste cuenta de que eres blanco” es desconocimiento e ignorancia. Algo como: “Qué interesante. No lo sé, nunca me lo había planteado”.

También desviación a través del “humor”. Después de proponer hablar sobre el racismo, por ejemplo, un amigo me respondió enviándome un par de audios imitando la “voz de Hitler” y haciendo bromas sobre el Holocausto. Es triste, pero no me sorprendió su reacción. Tanto la ignorancia como el humor denigrante son respuestas, lamentablemente, bastante comunes a preguntas sobre la blanquitud y el racismo.

A la gente blanca nos cuesta hablar de esto. Da igual el país. Nos cuesta, estemos donde estemos. Muchísimo.

Muchas ya han teorizado el porqué, y recomiendo leerlas a ellas antes que a mí. Las autoras que estoy leyendo y escuchando últimamente como Ochy Curiel, Karina Ochoa, Patricia Hill Collins, Pastori Filigrana, Beverly Daniel Tatum, Robin DiangeloPastori Filigrana, por ejemplo, ofrecen puntos de vista detallados que ayudan a entender nuestro analfabetismo racial.

Uno de los motivos por el cual nos cuesta, según estas autoras, es la confusión. Por un lado, confundimos términos como prejuicio, discriminación, racismo, y opresión. Confundimos entender el racismo como una estructura sistémica y sistemática de opresión con un odio intencionado hacia personas racializadas. Confundimos ser racista con ser “mala” persona y no como un sistema de prejuicio más poder que privilegia a unas al oprimir a otras.

Por otro lado, también argumentan que las personas blancas somos ignorantes del racismo porque jamás hemos tenido que vernos ni definirnos en términos raciales. Estamos acostumbradas a vivir en segregación, y la cultura hegemónica nos enseña que podemos nacer, crecer, jugar, trabajar y morir sin relacionarnos, ni convivir, ni tener de referencia a una persona racializada. Y que no pasa nada. Nuestro marco de referencia, como teoriza el sociólogo antirracista Joe Feagin, define blanco como norma y aspiración, y nunca hemos tenido que examinar lo que significa ser blanca ni racista, precisamente porque vivimos en una sociedad que ni dice que lo es.

Muchas personas blancas con las que hablo sobre esto se dan cuenta de que son blancas cuando viajan a otro país cuya mayoría es “no-blanca”, por ejemplo. A menos que tengan experiencias educativas intencionadas y explícitas que identifiquen su “otredad”, nunca han tenido que planteárselo.

Este desconocimiento se traduce también en falta de interés, comentan algunas de las autoras. Las personas blancas nos creemos exentas de la socialización racial, o nos creemos exentas de cualquier conversación sobre el racismo. No creemos que vaya con nosotras así que, “¿para qué nos importa? No nos interesa. Eso es cosa de otros”.

Vivimos desconectadas de nuestra historia y tenemos una amnesia colectiva de nuestro pasado colonialista y colonizadora. Creemos que no tenemos nada que ver.

Y si tenemos las conversaciones, nos lo solemos tomar como algo personal. Nos sentimos atacadas. No sabemos sostener sentirnos juzgadas. Hacer el trabajo de asumir nuestra parte y complicidad en la desigualdad es doloroso, incómodo, y raro, y muchas no estamos dispuestas a esto. Así que, fabricamos estrategias de solidaridad blanca para autojustificarnos. Confundimos la culpa con la responsabilidad, nos ponemos a la defensiva, nos obsesionamos con nuestra intenciones de nuestros actos sin darnos cuenta del impacto real que generan. “No era mi intención” y otros autoengaños para demostrar lo buenas personas que somos.

También, las más ingenuas, asumimos que todo el mundo tiene nuestra experiencia, y nos choca y sorprende cuando nos llegan relatos de personas con otra. Nos lo tomamos como algo anecdótico, como algo que se habrá merecido.

Muchas ya han apuntado a como esto denota una falta de escucha tremenda, y una falta de voluntad en entender la experiencia de las personas racializadas. Llevan siglos visibilizando todas las injusticias que viven por culpa del racismo y, aún así, nos cegamos y nos negamos a verlo. Porque así estamos más cómodas. Así estamos más seguras.

También, y aquí hablo desde mi experiencia, nos cuesta hablar de racismo porque nos da miedo la crítica. Nos aterra cagarla. Sobre todo si nos consideramos personas antirracistas, de izquierdas, feministas, progres, lo que sea, no queremos equivocarnos. Estamos acostumbradas a sentiros legítimas en nuestra voz como feministas. No entendemos nuestro papel ni cómo formar parte. Nos faltan herramientas, nos falta recorrido. Nos falta.

Pero estas carencias, dificultades, desconocimientos, ignorancias, confusiones, y esto quiero enfatizarlo muchísimo:

NO

NO

Que nos cueste y que nos falten herramientas no nos excusa de la responsabilidad y de la obligación de hablar y actuar en contra del racismo.

Repito este punto porque me parece increíblemente importante recordármelo:

Que me cueste y sea difícil hablar del racismo no me da permiso para no hablar de ello ni me da permiso para no hacer nada.

Precisamente, una de las características del privilegio blanco es tener la opción y poder escoger no participar en conversaciones sobre el racismo. Y este privilegio, como todo privilegio, nos beneficia a nosotras a costa de oprimir a otras. Y, como blancas, esta decisión de no participar en conversaciones sobre racismo refleja una indiferencia cruel e inhumana. Es profundamente opresiva e injusta.

Soy cómplice del sistema racista porque recibo toda una serie de privilegios por mi color de piel. El peso de mis argumentos, la validez de mis emociones, mis oportunidades y limitaciones, todo, absolutamente todo, está influenciado e interpretado a través de la realidad de mi cuerpo. Un cuerpo que no elegí, un color de piel que no elegí, sí. Pero el que no haya elegido mi color de piel no me exime de hacerme responsable de todas las elecciones que hago y tengo permitida hacer gracias a él.

Así que, si somos personas blancas y creemos en un mundo sin desigualdad e injusticia, nos toca tener y participar estas conversaciones sobre ser blancas, sobre el racismo. Nos toca, y nos toca tener estas conversaciones con otras y romper la solidaridad blanca que antepone sentirnos cómodas y seguras ante cualquier tema sobre nuestra blanquitud y el racismo.

Porque, como dice Ochy Curiel, a la gente blanca nos toca ubicarnos en nuestro privilegio blanco. Es la gente blanca la que está contratando o despidiendo en los trabajos. Es la gente blanca la que está tomando las decisiones. Es la que tiene acceso a los recursos. La que ejerce la violencia. Y reflexionar y actuar desde la autocrítica es obligatorio si queremos tumbar la desigualdad y las injusticias que experimentan las personas racializadas por nuestra culpa, ignorancia, desconocimiento, y prejuicios.

Y cómo tenemos estas conversaciones es casi tan importante que el hecho de tenerlas.

Cuestionar cómo nos comportamos y cómo participamos forma parte de la deconstrucción de nuestro privilegio blanco. Por ejemplo, nuestro privilegio blanco (y masculino patriarcal, añadiría) nos ha normalizado el opinar antes de escuchar, atacar antes de cuestionar, y a interiorizar la inercia a ocupar espacios antes de haber sido invitadas a ellos. La mentalidad de “conquisto, luego existo”, según Karina Ochoa. A las colonialidades del ser, saber, género y poder, añadiría otra más: la colonialidad del hacer. Deshacer nuestra actitud colonial ante las conversaciones y reflexiones sobre nuestra blanquitud también forma parte de la lucha contra el racismo.

Soy plenamente consciente de la contradicción en la que me sumerjo al hablar de la blanquitud y del racismo siendo blanca. Navego la incoherencia de hablar de algo que hay que des-protagonizar a la vez que lo protagonizo. Lo sé, y me adentro al torbellino. Por convicción, porque a la gente blanca nos falta muchísimo trabajo por hacer.

Con esto acabo con un punto importante para mí: el agradecimiento. Gracias a las que me han abierto este espacio a que pueda compartir mis palabras. Gracias a todas las referentes, pensadoras, luchadoras que me han abierto el camino hacia mi propio aprendizaje. Vuelvo a enfatizar que estas reflexiones ni son mías ni son únicas, son de grandes pensadoras y maestras racializadas que me llevan acompañando estos años desde la paciencia y el amor. Gracias.

Acabo con una frase de Ochy Curiel: “Yo soy negra porque TÚ me hiciste negra. Y quiero que tú respondas por eso”. En ese camino estoy, Ochy, gracias por ofrecer y compartir tus reflexiones y tiempo. Sigo presente. Aquí sigo.

Puedes leer más sobre el sistema racista enPikara Magazine.Pikara Magazine.

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