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Arrimadas reniega de la estrategia de Albert Rivera y de su propio pasado para intentar salvar a Ciudadanos

Rivera y Arrimadas en una imagen de archivo

Carmen Moraga

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Inés Arrimadas se ha visto obligada a hacer un nuevo quiebro político para intentar salir adelante en el nuevo ciclo electoral que se abre en febrero. La líder de Ciudadanos ha reconocido que fue “un grave error” “regalar al PP la presidencia de cuatro autonomías” tras las elecciones de 2019 —Andalucía, Madrid, Murcia y Castilla y León—, sin haber sido la fuerza más votada en ninguna de ellas, y justo cuando el partido de Casado atravesaba un importante declive electoral y ellos subían como la espuma en las encuestas. La decisión, tomada por Albert Rivera y la Ejecutiva a la que ella misma pertenecía, dio oxígeno al PP y convirtió a su partido en 'la muleta' de la formación conservadora.

Ahora, después haber perdido el poder en Murcia como consecuencia de la fracasada moción de censura, y de comprobar cómo el PP les ha echado primero del Gobierno en Madrid y ahora del de Castilla y León, ha confesado que se equivocaron de estrategia. “Eran gobiernos que trabajaban bien y en los que había estabilidad”, ha lamentado Arrimadas, que ha acusado al propio Casado de estar detrás de esas decisiones por intereses “personales”. El principal, “tapar la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid” y apuntarse él un tanto en su carrera hacia La Moncloa, apuntó Arrimadas en una entrevista en El País.

La líder de Ciudadanos, sin embargo, olvida que hace tan solo tres años, en septiembre de 2018, Ciudadanos decidía también romper el pacto de investidura en la Junta de Andalucía que el líder regional, Juan Marín, había cerrado al inicio de esa legislatura con el PSOE de Susana Díaz. La excusa fue que la presidenta regional no estaba cumpliendo las medidas del acuerdo y había “defraudado a los andaluces”. Su decisión precipitó el adelanto de las elecciones autonómicas que fueron fijadas para el 2 de diciembre. Pero entonces a Ciudadanos todo le sonreía. El partido se preparó para afrontar unos comicios que iban a marcar la hoja de ruta a un Albert Rivera mimado por el empresariado e idolatrado por su propia formación. El candidato del PP, el sorayista Juan Manuel Moreno, al que Casado no tuvo más remedio que apoyar para que repitiera para no agitar más las aguas internas de la formación en la que acababa de aterrizar, no acaba de despegar.

Un anhelado sorpaso en Andalucía que no llegó

Los dirigentes de Ciudadanos incluso acariciaron la idea del sorpaso al PP y Rivera se dedicó a hacer ampulosas declaraciones dando prácticamente por hecho que su partido lideraría el nuevo Gobierno. “Si hay un solo escaño más que propicie el cambio, Marín pediría al PP y al PSOE que apoyen su investidura”, señaló en una entrevista con RNE. El PSOE volvió a ganar las elecciones pero no pudo sumar con la izquierda. El PP obtuvo unos pésimos resultados, perdiendo siete escaños, mientras Ciudadanos subía a más del doble, de 9 a 21 escaños. Marín se proclamó ganador y presionó al PP pero al final tuvo que capitular y dejó que Moreno Bonilla presidiera el Gobierno. Él terminó ocupando la vicepresidencia y varias consejerías fueron gestionadas por su partido. El pacto cerrado entre ambas formaciones necesitó del apoyo de Vox, que irrumpió en el Parlamento andaluz nada menos que con 12 escaños. La legislatura ha llegado ahora prácticamente a su fin y el panorama para Ciudadanos es desolador.

Si Andalucía sirvió como primer laboratorio de pruebas, meses después, tras los dobles comicios municipales y autonómicos del 26 mayo de 2019, Rivera, que acababa de lograr para su partido todo un hito en las generales de 28 de abril, en las que subieron de 32 a 57 escaños, también optó para formar coaliciones de Gobierno con el PP de Pablo Casado. La orden que dio claramente a los suyos fue que tenían “que dar prioridad” a esos gobierno con la derecha mientras despreciaba alianzas con el PSOE de Pedro Sánchez, contra el que no paraba de arremeter por sus pactos “con los nacionalistas e independentistas”.

En Castilla y León, Rivera pudo dar la mayoría al PSOE pero el líder de Ciudadanos no quiso y Francisco Igea acató sus deseos y negoció a regañadientes un pacto de investidura con el popular Alfonso Fernández Mañueco. Un Gobierno que desde el principio funcionó bien a nivel político pero no a nivel personal. A pesar de algunos baches por los que atravesó, todo apuntaba a que la coalición resistiría si no hasta 2023, sí unos cuantos meses más. Pero no ha sido así. Casado ha preferido precipitar allí también los comicios con el argumento de que los de Arrimadas estaban orquestando junto con el PSOE una moción de censura contra Fernández Mañueco, unas acusaciones que han desencadenado una guerra total y a pecho descubierto entre el PP y Ciudadanos. Allí todas las encuestas señalan otra debacle en febrero para el partido de Igea, ratificado sin primarias como candidato.

Fallida moción de censura en Murcia y desaparición en Madrid

En Madrid ya sufrieron la desaparición después de que la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, también rompiera el pacto de coalición y echara a Ignacio Aguado y los consejeros de Ciudadanos del Gobierno para celebrar nuevos comicios el pasado 4 de mayo. La dirigente del PP, que en 2019 no ganó las elecciones sino que lo hizo el PSOE de Ángel Gabilondo, arrasó esta vez en las urnas y su imagen no deja de crecer desde entonces. Los pronósticos para Ciudadanos de cara a la repetición electoral de 2023 no pueden ser más trágicos. Levantar de cero al partido después de perder de una tacada 26 escaños que Aguado logró hace tanto solo dos años y medio va a ser una misión imposible para la líder de la formación, que ni siquiera tiene en la cabeza un nuevo candidato o candidata para afrontar ese difícil reto.

El detonante de esas elecciones fue lo ocurrido en Murcia, en donde Arrimadas fraguó una moción de censura con los socialistas que fracasó tras la traición de varios de los suyos. El resultado fue la pérdida de poder y la entrada de Vox en el nuevo Ejecutivo. Ahora tampoco tienen esperanzas de remontar. Allí también ganó el PSOE en 2019 al PP, por la mínima pero ganó. Ciudadanos era la llave para propiciar un gobierno de centro izquierda o centro derecha. Rivera optó también por perpetuar a un PP enfangado en la corrupción, y cerraron un gobierno de coalición con Fernando López Miras, el sucesor de Pedro Antonio Sánchez.

A todo esto hay que añadir la pérdida de Melilla, ya que Arrimadas decidió expulsar del partido al único presidente autonómico que lograron en 2019, Eduardo de Castro. La dirección del partido le acusó de haber ocultado su condición de imputado en un procedimiento penal “de extraordinaria gravedad” -supuesta prevaricación-. Unas acusaciones que De Castro negó por lo que no renunció a su cargo institucional, en el que permanece, mientras recurría el expediente sancionador. Además, tras estas acusaciones, el presidente autonómico presentó una denuncia ante la Fiscalía de Madrid contra Edmundo Bal por considerar que había vertido “injurias graves” sobre su persona al llamarle “corrupto” públicamente durante la campaña de las autonómicas de Madrid en las que fue el candidato.

Solo resiste el pacto en Andalucía y el del Ayuntamiento de Madrid

La realidad es que ahora, al margen del pacto en el Ayuntamiento de Madrid, solo resiste el acuerdo con el PP sellado en Andalucía, que según Ciudadanos “no corre peligro”. “Nos ha costado cuarenta años sacar al PSOE de Andalucía y creo que Juanma Moreno Bonilla no va a jugar con esto”, señaló Arrimadas hace unos días tras acusar a Casado de estar obsesionado por acabar con su partido. Los sondeos, sean cuando sean los comicios, no pintan nada bien para Marín —también ratificado como candidato en una primarias exprés— pero el vicepresidente de la Junta no descarta ya una lista conjunta como fórmula para sobrevivir. Si Ciudadanos desaparece en Andalucía, Vox se convertiría en el aliado del PP —ahora solo lo apoya externamente— y presionaría para entrar esta vez en el Gobierno, como tiene pensado hacer allí donde pueda.

Esa política de pactos, abandonando definitivamente el centro y apuntalando a un agónico PP con la ayuda de Vox, junto a la decisión de no querer abrirse siquiera a contemplar una abstención en la investidura de Sánchez, acarreó al exlíder de Ciudadanos duras críticas, bien por parte de algunos históricos fundadores de su partido, como el catedrático Francesc de Carreras que aseguró “no reconocerlo” y le tildó en un artículo de El País de “adolescente caprichoso”; o bien desde las filas de sus socios europeos, los liberales de Alde —ahora Renew Europe— que censuraron su tolerancia hacia la extrema derecha.

Al final, esa estrategia diseñada por Rivera y ejecutada por su ex número dos, José Manuel Villegas, acarreó al partido un severo coste político y el 10 de noviembre, tras repetirse las elecciones generales, Ciudadanos se desplomó y paso de 57 escaños a tener tan solo 10, que han terminado siendo 9 tras la marcha de uno de los diputados -el sevillano Pablo Cambronero- al Grupo Mixto. Desde entonces, Ciudadanos no solo no ha levantado cabeza con Inés Arrimadas al frente del timón, sino que todo ha ido a peor.

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