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Feijóo no logra ejercer de vacuna contra Vox ni dar mayor autonomía a los barones en sus 15 meses al frente del PP

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, espera al de Vox, Santiago Abascal, antes de su reunión en el Congreso el pasado martes.

Aitor Riveiro

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Casi todo el poder territorial del PP se cimenta en acuerdos con la extrema derecha. Seis de sus presidentes autonómicos han sido aupados por Vox desde el pasado 28 de mayo. Cinco de ellos con gobiernos de coalición. Y con Alberto Núñez Feijóo al frente del partido. Quien llegara hace año y medio a Madrid presumiendo de ser una vacuna ‘antivox’ se ha convertido en el principal valedor de los pactos con la extrema derecha. Y, pese a sus discursos autonomistas, quien los ha impuesto al menos en dos ocasiones a sus barones regionales.

Fue así casi desde su llegada. Los barones del PP liquidaron la etapa de Pablo Casado en una larga reunión que comenzó un miércoles y terminó el jueves de madrugada. España transitaba el mes de febrero de 2022. Unos días antes de que los líderes territoriales señalaran a Feijóo como sucesor, el adelanto electoral en Castilla y León le salió rana a Alfonso Fernández Mañueco, quien para quitarse a Ciudadanos del Consejo de Gobierno tuvo que meter a Vox.

Las elecciones fueron previas a la muerte política de Casado. El acuerdo de coalición se firmó ya con Feijóo recorriendo España para presentarse ante cada una de las direcciones autonómicas del PP como paso previo al congreso extraordinario que lo iba a aupar a la planta noble de Génova, 13 sin competir contra ningún rival. 

Era el líder virtual del PP cuando Mañueco asumió el primer vicepresidente de Vox: Juan García-Gallardo. Y el presidente formal del partido cuando Mañueco tomó posesión. Un acto del que Feijóo se ausentó. Alegó para ello una serie de reuniones exprés con los agentes sociales anunciadas casi de un día para otro.

Feijóo confiaba entonces en poder hacer lo que su predecesor intentó, sin éxito. Casado rompió con Vox durante la primera moción de censura fallida que la extrema derecha planteó contra Pedro Sánchez. “Hasta aquí hemos llegado”, dijo. Abascal dijo entonces, otoño de 2021, sentirse “perplejo”, la misma palabra que usó el pasado 17 de agosto cuando el PP dejó a su aliado fuera de la Mesa del Congreso.

Durante unos días, pocos, ambos partidos jugaron al desencuentro. Pero la visita de sus respectivos líderes al Palacio de la Zarzuela recondujo las relaciones. El martes 22, a primera hora, Feijóo y Abascal hicieron las paces. Justo a tiempo para que el jefe de Vox pudiera anunciar al rey que sus 33 diputados apoyarían al del PP en su intento de investidura. Pese a tener la aritmética en contra, Felipe VI mandató a Feijóo.

El precio a pagar por el PP fue muy bajo: apenas unas palabras de agradecimiento. Feijóo no ha dejado de presumir desde entonces que ha logrado el apoyo de Vox “sin exigencias”. De hecho, los de Abascal han renunciado a un hipotético Gobierno de coalición que, sin embargo, han exigido hasta la extenuación a nivel autonómico y municipal tras el 28M.

Pero sí hay coste para el PP, y especialmente para Feijóo: ya no podrá decir que él huye de los bloques y que mantiene una senda política al margen de la extrema derecha.

Un “encaje” para Vox

Que el PP estaba condenado a entenderse con Vox lo tenían claro en el PP antes de las elecciones del 23 de julio. El discurso de Feijóo pasaba de un párrafo a otro de atacar a los de Santiago Abascal a reconocer que los metería sin dudar en su Gobierno si necesitara sus ‘síes’ para ser investido presidente. “Si le tengo que pedir a Vox el sí, lo lógico es que forme parte de mi Gobierno”, dijo en un acto del periódico El Mundo. E insistió: “Si necesitamos a Vox, estamos dispuestos a buscar encajes”. 

Una palabra, “encaje”, que Feijóo ha recuperado ahora para hablar de solucionar el “problema territorial de Catalunya”. Feijóo puso incluso una cifra a ese “encaje”: el 12% del voto. Aunque luego se tuvo que desdecir. Porque ese “encaje” no tiene que ver con los votos de Vox. O no solo. Depende de la correlación de fuerzas. 

El primero en entenderlo fue Carlos Mazón. El hoy presidente de la Generalitat valenciana corrió como nadie para cerrar un acuerdo de coalición con Vox cuando escuchó al portavoz nacional del PP, Borja Sémper, intentar poner “líneas rojas” a los pactos con la extrema derecha. 

La presencia de Sémper tampoco es gratuita en este sentido. Su reincorporación en enero de 2023 formó parte de una estrategia nada disimulada de intentar poner tierra de por medio con Vox ante la doble cita electoral prevista para este año. El político vasco abandonó la primera línea política, y del PP, en 2020. “El discurso del PP tiene que ser muy diferenciado de lo que representa Vox”, dijo entonces en una entrevista con elDiario.es.

Y aunque el hoy vicesecretario de Cultura de Feijóo y portavoz del partido ha intentado efectivamente mostrar una distancia con la extrema derecha en sus declaraciones, la realidad es que casi todos los acuerdos de gobierno con Vox se han firmado con él en la dirección del PP.

Tras el acuerdo en la Comunidad Valenciana, y decenas de ayuntamientos, llegaron las censuras a obras de teatro, películas de cine o banderas. María Guardiola vio una oportunidad de desembarazarse de los ultras. Puso su palabra por encima de todo. Prometió ante las cámaras que nunca gobernaría con Vox. Pero un viaje de ida y vuelta a Madrid le torció el brazo. La dirección nacional del PP de Alberto Núñez Feijóo e impuso el pacto, e incluso lo negoció.

El coordinador general, Elías Bendodo, primero, y el vicesecretario de Organización Territorial, Miguel Tellado, después, han formado parte de todas las negociaciones, como ya hiciera en el pasado Teodoro García Egea, secretario general de Casado. Fue cuando dos de los barones más relevantes de la derecha, el andaluz Juan Manuel Moreno y la madrileña Isabel Díaz Ayuso, retuvieron el poder en 2018 y 2019 tras perder las elecciones gracias al voto de los diputados ultras. 

Vox ha pasado de obtener 50 diputados en 2019 a solo 33 en 2023. Pero tiene más poder que nunca de la mano del PP de Feijóo. Justo antes de los recientes comicios de julio, el dirigente dijo en RNE: “Mi objetivo no es ponerme de acuerdo con Vox”. Y añadió: “En Galicia no ha obtenido Vox ni un diputado”. Una frase que Feijóo ha dicho muchas veces desde que llegara a Madrid, en abril de 2022, y que ahora ha perdido buena parte de su sentido.

Líderes autonómicos con poca autonomía

Esta misma semana, Feijóo dijo en otra entrevista que a él se le había “criticado por dar autonomía a las autonomías” del PP. Es decir, por supuestamente haber terminado con una de las señas de identidad del partido: el control de todo el aparato territorial desde la sede nacional, en la madrileña calle de Génova.

La forma en la que llegó Feijóo a la presidencia del PP fue, efectivamente, novedosa. Su salto a Madrid se asienta en una reunión de líderes autonómicos ajena a los cauces orgánicos y estatutarios del partido, donde se dictó el destierro de Pablo Casado. Y cuando el gallego asumió la jefatura, buscó el equilibrio expreso entre las regiones. El PP entró en un terreno inédito, un proceso de ‘baronización’ alentado por la nueva dirección. Pero el guirigay negociador posterior a las elecciones del 28 de mayo cercenó lo que pudiera quedar de ese intento de Feijóo de, en sus palabras, dar “autonomía a las autonomías”. 

Si la dirección nacional fue quien torció el brazo para que María Guardiola tragara con Vox, según dijo el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, la larga mano de Génova también ha estado presente en el último proceso negociador posterior al 28M, el de Murcia, donde también el PP que dirige Fernando López Miras ha incumplido su propia palabra y ha asumido un Gobierno de coalición con la extrema derecha, a la que le han dado, entre otras, una vicepresidencia con competencias en materia de seguridad.

A diferencia de lo que hizo Jorge Azcón en Aragón, que esperó al 23J y selló el acuerdo en la primera semana de agosto, López Miras ha mantenido el pulso hasta el último instante posible, al borde de la repetición electoral.

Todas las declaraciones previas, tanto del recién reelegido presidente de Murcia como de su equipo, indicaban su determinación a volver a las urnas antes que aceptar un Gobierno de coalición con Vox. Antes y después de las elecciones. Antes y después de que Vox diera su apoyo a la investidura de Feijóo. Incluso en las horas previas al anuncio del acuerdo. El PP de Murcia, tanto en público como en privado, defendió hasta el último segundo esa autonomía de la que el partido presume.

Pero hubo acuerdo. Pacto de Gobierno de coalición. Y con intervención directa de las direcciones nacionales de ambos partidos. Feijóo, en una entrevista en Antena 3 esta misma semana, lo defendió. “Es bueno un pacto entre PP y Vox”, dijo. Y añadió: “Porque 11 millones de personas nos han votado”.

El presidente del PP relacionó así el acuerdo de Murcia con el resultado del 23J. Y confirmó en público lo que ya había dicho en privado: que renunciar a pactar con Vox “sería un suicidio político”. Esta misma semana, Feijóo se reunió con Santiago Abascal en el Congreso. Por primera vez, ambos informaron previamente del encuentro, y se permitió a los medios tomar imágenes de los momentos previos a la cita. Un antes y un después en las relaciones de Feijóo, y del PP, con Vox.

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