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El rey Felipe sufre en Catalunya la mayor contestación desde que llegó al trono

Manifestantes contra la presencia del rey Felipe en Barcelona, el 25 de febrero de 2018.

Andrés Gil

Febrero de 1981. Quedaban menos de tres semanas para el golpe militar y el rey Juan Carlos visitaba Gernika. Las protestas de los representantes de HB, que interrumpieron el discurso del monarca con el canto del Eusko Gudariak, evidenciaron la tensión que se vivía en Euskadi con la institución monárquica.

Aquel episodio dejó una profunda huella en las memorias de quienes lo vivieron, y marcó la relación de Juan Carlos con Euskadi, donde la mitad de la población no participó en el referéndum sobre la Constitución española –se abstuvieron el 54,5% de los vascos– de 1978.

Febrero de 2018. El rey Felipe llega a Barcelona para un acto tan protocolario como inauguar una feria, el Mobile World Congress. Y se topa con protestas ciudadanas y con la negativa de la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, y el presidente del Parlament, Roger Torrent, a acudir al besamanos la víspera del acto de apertura del congreso de móviles.

La tensión política con el rey, así, no sólo se está viviendo en Catalunya en la calle, sino también en las instituciones.

Felipe VI ya recibió abucheos en la manifestación de finales de agosto por los atentados de Barcelona y Cambrils. Y, según han comentado quienes lo vivieron, los gritos de “fuera, fuera” le hicieron mella.

Pero después de aquello, de aquellos gritos del 27 de agosto, llegó la convocatoria del 1-O y el dIscurso del rey del 3 de octubre. Un discurso que ha terminado significando un punto de inflexión: abrió la puerta al 155; se empleó en la cruzada anti-independentista de tal modo que suscitó el apoyo cerrado de PP y Ciudadanos, la frialdad del PSOE y la censura de Unidos Podemos y los comunes. Y, por último, generó el hito sobre el que el ecosistema político, económico y mediático ha comenzado a construir el relato de salvador de España y a equiparar su desempeño contra el “golpe independentista” como el de su padre, Juan Carlos, contra el golpe del 23F.

Para muchas opiniones publicadas, el 3 de octubre es el 23F de Felipe, cuando se fajó para apuntalar la arquitectura constitucional de 1978 en la que ocupa la clave de bóveda y se dio varias capas de barniz de legitimidad dinástica.

Para los catalanes, según el barómetro del Centre d'Estudis d'Opinió elaborado entre el 16 y el 29 de octubre de 2017, la monarquía está bajo mínimos.

Según la encuesta, el 60,3% de los catalanes no tiene ninguna confianza en la institución monárquica. Y sólo los votantes del PP de Catalunya expresan mucha confianza en el rey. No en vano, en pleno trabajo de campo del CIS catalán, el Ayuntamiento de Girona, ciudad que da nombre a la Fundación de la princesa Leonor, declaró persona non grata a Felipe VI por su declaración del 3 de octubre sobre Catalunya.

El rey Felipe sufre en Catalunya la mayor contestación desde que llegó al trono en junio de 2014 tras la abdicación de un Juan Carlos rodeado de escándalos. Según ha trascendido de la conversación que tuvo el monarca con Ada Colau este domingo, la alcaldesa le reprochó “falta de empatía” y el rey le contestó que su papel es “defender la Constitución”. Y es, precisamente, su interpretación de cómo defender la Constitución, el traje del 78 y la unidad de España lo que está llevando su popularidad en Catalunya a mínimos.

¿Cómo está su popularidad en el conjunto del Estado? No se sabe. El CIS hace 33 meses que no pregunta a los españoles por la opinión que tienen sobre su rey.

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