Sin fuerzas para dar el salto
Detrás de la valla que separa Melilla de Marruecos, del lado africano, hay actualmente unos 400 inmigrantes subsaharianos esperando la oportunidad para poder saltar y cruzar a Europa. Pero muy pocos reúnen las condiciones físicas para hacerlo. La barrera está formada por dos vallas de más de seis metros de altura y para llegar a ella los inmigrantes primero tienen que caminar durante horas por el monte Gurugú y conseguir zafarse de la policía y los militares marroquíes. Y si finalmente lo logran y saltan, del lado español les espera la Guardia Civil para llevarlos hasta el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (Ceti).
Las imágenes que han trascendido en las últimas semanas de inmigrantes zafándose con toda su fuerza de los agentes españoles al poner el pie en Melilla, dieron la excusa al presidente de dicha ciudad autónoma, Juan José Imbroda, para tachar a los subsaharianos de “violentos”. “Ahora entran agrediendo a los guardias civiles, que se ven obligados a acudir al hospital por culpa de los inmigrantes”, acusó Imbroda el pasado 24 de octubre. Desde la Delegación del Gobierno de Melilla, también se insinuó que los subsaharianos están organizados para realizar los ataques a la valla y que incluso tienen ayuda del exterior para hacerlo.
Eldiario.es ha convivido durante cinco días en el monte Gurugú con estos inmigrantes, que no suman más de 400, y no un millar como también han dejado entrever las autoridades melillenses. La mayoría de ellos están muy mermados físicamente, tanto por las heridas que les han hecho los agentes marroquíes como por la falta de una buena alimentación. Muchos, según cuentan los que se han quedado, han decidido regresar a sus países. Son muy pocos los que guardan unas condiciones físicas óptimas, (fuerza, agilidad y altura principalmente), como para poder llegar a la valla librándose del ejército marroquí y luego saltarla.
“Yo he intentado saltar cuatro veces y no lo he conseguido ninguna”, cuenta Yigu, un maliense empeñado en que a la quinta ocasión sea la vencida. Yigu mide más de 1, 90, es joven y corpulento. Esta semana estaba intentando reunir un grupo que le acompañase en su nuevo intento. No les queda mucho tiempo. Las condiciones climatológicas, la lluvia y el frío, hacen que a partir de noviembre los subsaharianos desisten de intentar saltar.
Yigu lo ha intentado cuatro veces, pero hay muchos que llevan meses en el monte Gurugú y aún no se han acercado a la valla, que recorre en total 12 kilómetros. Como Ousman, que tiene 15 años y es de Costa de Marfil. Su cuerpo de niño le impide ni siquiera intentarlo. “Las autoridades españolas podrían abrir la valla una hora y así podríamos pasar”, pide, con toda su inocencia. Otros, los que están más fuertes, tienen ya los puntos localizados donde el salto es supuestamente más fácil. Los últimos intentos han tenido lugar por la mañana, pero eso supone toda una larga noche de caminar por el monte, de agazaparse ante los ruidos que anuncian la llegada de los agentes marroquíes y de pegar una carrera en el último tramo antes de trepar por la barrera. Los grupos suelen estar formados por unas 60 personas. “Cuanto más somos, más posibilidades hay de librarse de la policía y de estar protegidos entre la multitud”, cuenta Ahmed, otro de los subsaharianos.
Pero cuando lo logran, sólo vemos la imagen del lado de España: Esos hombres descamisados y “violentos” que intentan zafarse de los agentes españoles para continuar corriendo. Lo que no vemos son los que fracasan, los que intentan saltar pero las pedradas de los agentes marroquíes les hacen caer al suelo y, los golpes de luego, sobre todo en pies y piernas, dejarles malheridos durante meses.