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La defensa acumula estrés por la exigente dieta de vídeos impuesta por el tribunal del procés

Los abogados Ana Bernaola y Jordi Pina, en el juicio.

Iñigo Sáenz de Ugarte

El abogado Benet Salellas preguntó al guardia civil después de echar un vistazo a sus papeles. “Por tanto, no vio utilizarlas (las porras) contra la cabeza de los votantes”. “No lo vi”, fue la respuesta del agente. Al lado de Salellas, la letrada Marina Roig movía la cabeza en un gesto de perplejidad, algo así como 'no me puedo creer lo que está diciendo'.

La escena tiene trampa por incompleta. Falta la referencia a lo que han podido ver los abogados antes del juicio del procés en el Tribunal Supremo, o incluso lo que están observando durante la vista, que no son otras que las imágenes que muestran la violencia policial el día del referéndum. Estas son las semanas en que declaran los testigos. Los vídeos tendrán que esperar al periodo documental en el que las partes presentarán imágenes y documentos en favor de sus tesis.

Un juicio no es un programa televisivo donde se puede interrumpir una entrevista para recordar al político lo que él dijo tiempo atrás. Aun así, es una pequeña paradoja que hasta ahora –excepto un puñado durante las declaraciones de los acusados– casi no se hayan visto imágenes de unos hechos que fueron registrados en infinidad de vídeos ofrecidos por medios de comunicación y redes sociales.

Las defensas han protestado en varias ocasiones para reclamar que en este caso se permita visionar vídeos de las escenas de las que acaban de hablar los testigos. Se basan en el principio de contradicción que debe caracterizar estos interrogatorios.

El presidente del tribunal, Manuel Marchena, lo ha impedido y les ha asegurado que el tiempo de los vídeos llegará y que podrán verse todos los que necesiten. “Sé que hay una escenografía en este juicio todos los días sobre los vídeos”, dijo hace unos días en lo que venía a ser una forma de acusarles de montar un número. “Esos vídeos se van a ver”. No hay que olvidar que ese comentario se produjo después de que un defensor se quejara de que un comisario no estaba describiendo unos hechos –de los que además no había sido testigo–, sino describiendo un vídeo que sí había visto.

La fiscalía está consumiendo día tras día en llamar a declarar a decenas de guardias civiles que relatan situaciones violentas y otras nada dramáticas –en esos casos, ellos añaden algo de dramatismo de cosecha propia–, por lo que se supone que habrá la misma manga ancha para las defensas.

Se ha llegado a un punto en que los abogados, antes de empezar a preguntar a un testigo, citan los vídeos que querrán que se proyecten en su momento y pasan a la primera cuestión. Como si fuera un trámite más. Esta semana, Jordi Pina –defensor de Jordi Sànchez, Jordi Turull y Josep Rull– fue más lejos y se llevó tres capones de Marchena, el último, el más sonoro.

En un interrogatorio, Pina acabó describiendo las imágenes que estaba viendo en un portátil hasta que sin cortarse le recordó al guardia civil que tenía delante el vídeo: “Es que lo estoy viendo”. Marchena estalló: “Lo que podemos hacer es que testifique usted en vez del testigo. Esto no es serio, señor Pina. Usted normalmente se comporta como un letrado serio, pero en este momento no se ha comportado como un letrado serio”.

Nunca es inteligente en un juicio enfurecer al presidente de un tribunal, más que nada porque Marchena es además el ponente de la sentencia que someterá al criterio del resto del tribunal. Pina pidió disculpas rápidamente. Hubo antes dos momentos en que Pina leyó sólo una parte de un certificado médico de lesiones o dijo a un testigo que iba a repetir una pregunta ya realizada antes y avisándole de que estaba bajo juramento. “Solo el presidente del tribunal puede recordar al testigo sus obligaciones”, le avisó Marchena.

Las declaraciones de los guardias civiles sirven para cuestionar el relato de los acusados de que el movimiento independentista fue más pacífico que una romería popular o que estuvo inspirado en la resistencia no violenta. Lo cierto es que sí hubo violencia, confirmando así el análisis que había hecho la cúpula de los Mossos y que comunicó a Carles Puigdemont y a los consellers. “La conjunción en la calle posiblemente acabaría produciendo enfrentamientos entre policía y ciudadanos”, dijo el jueves el comisario de los Mossos Juan Carlos Molinero. “Nuestra experiencia es que era más que seguro que el 1 de octubre iba a haber incidentes. Era evidente que el clima de tensión entre ambos bandos llevaba a una situación crítica”, había explicado el comisario Ferran López.

Un mosso estuvo tres semanas de baja por las lesiones sufridas en Sabadell cuando ayudaban a la Guardia Civil en un registro unos días antes del 1-O. En ese incidente, los mossos hicieron de cebo en la entrada del edificio para que los otros agentes salieran con el detenido por el garaje.

Asesinos, hijos de puta, fascistas, cabrones, fuerzas de ocupación... Son los insultos que recibieron los guardias civiles, según su testimonio en el tribunal. Describieron también puñetazos, patadas, en un caso un intento de estrangulamiento. Los guardias se presentaron como víctimas, resguardados por el hecho de que no se podían ver en ese momento vídeos que confirmaran o desmintieran su declaración: “Nuestra actuación estuvo por debajo de la agresividad que recibíamos”, dijo uno que sufrió “un pequeño esguince en un dedo”. Otras aportaciones de los agentes: “La gente se tiraba al suelo y me daba patadas desde el suelo”. “No se tiró a nadie al suelo, alguien se pudo caer en nuestra presencia”. “Quedé un poco aturdido por golpearme contra el suelo, pero no perdí el conocimiento. Tuve dolor en la zona cervical, en el cuello, y en la muñeca”. Esto último del sargento al que arrojaron una silla metálica a tres metros de distancia.

Curiosamente, la mayoría de los guardias civiles dijo que no había utilizado sus porras (en el argot policial, tienen el nombre más inocente de “defensas”), y sólo algunos dijeron que se vieron obligados a usarlas para defenderse, “para repeler las patadas”.

Con quien las defensas lo tuvieron fácil fue con el guardia civil que llevaba una cámara en el casco el 1-O en Sant Martí de Sesgueioles (Barcelona). El tipo no era precisamente un genio, porque olvidó que estaba grabando cuando comentó sus logros profesionales diez minutos después en el furgón policial. Llamó “hijos de puta” a los votantes y dijo que “metía la porra pá' dentro como si no hubiera un mañana”. También presumió de que había roto una costilla a una persona.

A preguntas del abogado Andreu Van den Eynde, el agente dijo en el juicio que pronunció esas palabras para liberar el estrés acumulado. “Tiene que entender lo que acabábamos de soportar. Cada uno libera sus tensiones como le sale o como puede”, dijo.

Los defensores también están acumulando mucho estrés en el juicio. Todos esperan liberarlo cuando llegue el momento en que Marchena abra las puertas para que entren todos los vídeos. Va a ser todo un espectáculo.

“Me llamó la atención la cantidad de gente que nos estaba grabando. Conté como mínimo quince. Me pareció un poco exagerado”, dijo un guardia civil.

Bienvenido al siglo XXI, señor agente.

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