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Lo peor no es que no tengamos Gobierno, sino la paliza que nos darán con “el relato”

Pedro Sánchez y su jefe de gabinete, Iván Redondo, en la toma de posesión.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La gente tiene que ser fuerte. En los próximos días y semanas, escuchará con frecuencia la palabra 'relato' en mitad de un maremágnum de propaganda de los partidos implicados en las negociaciones para formar un Gobierno. Habrá más mentiras que hechos comprobados. Ávidos de noticias, los periodistas ayudarán a propagar las especulaciones más discutibles y las ofertas hechas de antemano para ser rechazadas. Es posible que cada día que pase, las posibilidades de éxito sean menores, no mayores, pero en realidad eso no lo sabe nadie. Una de las ventajas del futuro es que aún no ha ocurrido. Todo el mundo puede hablar en nombre de él.

A veces, no negocian, sino que preparan el terreno para poder acusar al socio/rival de ser el responsable del fracaso de las conversaciones. Cuando tu prioridad es esa, ya sabes que no hay que ser muy optimista sobre el desenlace.

La noticia del viernes era que Podemos prácticamente había dado por cerradas las negociaciones con el PSOE. El método consiste en dar la palabra a los militantes –inscritos, en la terminología del partido– en una consulta con dos preguntas que delatan las intenciones de los líderes. Opción 1: lo que propone Podemos con una mirada llena de bondad. Opción 2: lo que ofrece el PSOE de forma aviesa y retorcida. Qué intriga, qué incertidumbre.

Como en otras consultas del partido, todo se reduce a una pregunta: ¿está de acuerdo con la posición mantenida por el líder del partido?

Los inscritos votarán a favor de la primera opción. A partir de entonces, los negociadores de Podemos tendrán esa limitación autoimpuesta. Dirán que han hecho lo que han podido y concedido la decisión definitiva a los militantes. Verá, es que tengo las manos atadas. Ofrézcame algo mejor para que les convenza de lo contrario.

No es muy diferente a lo que ha hecho Pedro Sánchez, que no es prisionero de la opinión de los militantes del PSOE, sino de sus propias declaraciones. En su entrevista en TVE el jueves, no es que el presidente considerara inconveniente un Gobierno de coalición con Podemos. Sería un desastre. Por las discrepancias sobre el conflicto catalán (ellos recurrieron el 155, ellos hablan de “presos políticos”), “sería un Gobierno que se va a paralizar por sus propias discrepancias internas”.

Nadie quiere un Gobierno paralizado, ¿no?

Para intentar liberarse de responsabilidad en caso de desastre y repetición de elecciones, Sánchez implica también en la jugada al PP y Ciudadanos. “La crisis de investidura sólo se puede resolver entre los cuatro principales partidos”, dijo en esa entrevista. Es su forma de reclamar su abstención en una segunda votación, que es exactamente lo mismo que él se negó a hacer en 2016 con tanta intensidad que fue una de las razones que le costaron el cuello en Ferraz y su dimisión como líder del partido y diputado del Congreso. Sánchez quiere que otros hagan lo que él consideraba un insulto al PSOE y a su gestión al frente del partido cuando se lo pidieron en 2016.

Pablo Casado y Albert Rivera lo tienen muy fácil para responder a Sánchez. Sólo deben utilizar las palabras que el ahora presidente utilizó en una situación similar: “La lista más votada no es sinónimo de mayoría”.

Todo indica que Sánchez no quiere a Iglesias en su Gobierno, pero esa clase de vetos personales tienen mala venta (por la misma razón que Iglesias no dice en público que él debe ser vicepresidente en el Consejo de Ministros; él sabe que le beneficiaría enormemente, ahora que Errejón aspira a extender su partido madrileño a toda España). La oferta realizada a Iglesias –para que no parezca un insulto personal a su líder– es que Podemos ofrezca independientes “de reconocido prestigio” (¿reconocido por quién?) o miembros del partido con lo que se suele llamar “perfil técnico”.

¿Quiénes son estos últimos? El PSOE lo sabe, porque siempre ha tenido de estos en sus Gobiernos. Son ministros que no hablan de política, sólo de su cartera y en raras ocasiones, y a los que al final de su mandato conocen muy pocos votantes y ponen buena nota aun menos. En definitiva, gente que no molesta.

O también gente que está ahí para hacer lo que pide su presidente. Como Nadia Calviño, que descartó esta semana acabar con la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy. “Revertir la reforma laboral no va a mejorar las condiciones de trabajo de los chicos jóvenes que están trabajando para Deliveroo o Glovo”, dijo Calviño en una de esas declaraciones astutas tan típicas de los profesionales de la política de toda la vida. No es totalmente falsa, pero por otro lado plantea las preguntas que se hace alguien que sospecha que le están tomando el pelo: ¿hay reformas laborales que solucionan los problemas de todos los trabajadores?, ¿si esa ley es lesiva para muchos de ellos, no se puede tocar porque no influye en concreto en esos jóvenes?

La idea de que los tecnócratas no hacen política es no ya discutible, sino sencillamente falsa.

“Esta no es una cuestión de orgullo personal ni de egos, sino una cuestión de Estado”, dijo la ministra portavoz, Isabel Celaá, una vez más utilizando Moncloa para hablar en nombre del PSOE. La frase que llevas preparada desde antes de que comience la rueda de prensa.

La primera parte pinta a Podemos como un grupo de personas obsesionadas con su posición personal, a diferencia de Sánchez, que ya sabemos que está en esto por lo mucho que se preocupa por nosotros. La segunda parte intenta definir la posición del presidente en funciones, y cuando los políticos emplean la expresión “cuestión de Estado” es porque sólo admiten un 'sí' por respuesta.

Son unas negociaciones –si somos tan generosos como para definir así lo que estamos viendo desde abril– concebidas para echar la culpa al otro de su fracaso. Mucho relato y pocas nueces.

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