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La izquierda española se apunta al 'balconing'

Pedro Sánchez, durante la entrevista de La Sexta en La Moncloa.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han subido a sendos balcones del hotel y creen que lo pueden conseguir. Desde esa altura, la piscina se ve muy pequeña, pero con un buen impulso están seguros de que llegarán. La política es para los valientes. El otro no se atreverá a saltar y a mí, valor me sobra. Tengo todas las cartas a mi favor y las suyas son malas. Sale perdiendo siempre. No puedo ceder ahora. Es el momento de saltar.

Ya están los dos en el aire. El suelo se acerca.

Desde abajo, sus votantes les miran. Antes estaban llenos de dudas y ahora empiezan a temer lo peor. También los hay entre ellos los que creen que la política consiste en todo o nada, y si es nada, seguro que todo cambia la próxima vez.

Sánchez e Iglesias han pasado más tiempo dando entrevistas que negociando la investidura. Siempre para presentar al otro como el que lo arruina todo con sus reclamaciones exageradas. Ya ha pasado el tiempo de las quejas o insinuaciones. Ahora es el momento del ataque. Tanto es así que las descalificaciones son ya tan profundas que dejarán huella en las relaciones entre ambos partidos. Dentro de un año, es posible que las relaciones entre Ciudadanos y Vox sean mejores que las que haya entre PSOE y Podemos. En especial, si una repetición de elecciones en noviembre da el poder a la derecha.

El líder socialista pisó el acelerador en una entrevista el jueves en La Sexta. Apuntó directamente a la persona con la que aparentemente había tenido unas relaciones tan provechosas en la anterior legislatura. “El principal escollo para que haya un acuerdo entre Unidas Podemos y el Partido Socialista es la participación del señor Iglesias en el Gobierno”, dijo Sánchez. Ya no es necesario intuir el veto del PSOE a la presencia del líder de Podemos en el Consejo de Ministros. Ha quedado patente después de algunos desmentidos y, ejem, mentiras.

La principal razón aducida procede de la crisis catalana y de la sentencia del Tribunal Supremo. Sánchez ve imposible llegar a acuerdos con los independentistas catalanes y no busca su apoyo en la investidura. Por lo visto, tampoco los cree posibles con Podemos en lo que se refiere a Catalunya, porque Iglesias llama “presos políticos” a los responsables del Govern juzgados en el Supremo. El presidente llega hasta el punto de dudar de las convicciones democráticas de Iglesias: “Yo necesito un Gobierno con un vicepresidente que defienda la democracia española, que diga que este país tiene un Estado social y democrático de derecho, que el Poder Judicial es independiente del Poder Ejecutivo y que aquí no se persigue a nadie por sus ideas y que no están encarcelados por sus ideas”.

Con este argumento, Sánchez casi calca buena parte de los ataques del PP y Ciudadanos a su propio Gobierno de la pasada legislatura, aquellos en que decían que el PSOE ni siquiera era un partido constitucional. Hay tantas paradojas en este abrupto comienzo de legislatura que hemos perdido la cuenta.

Iglesias había prometido “lealtad” a un Gobierno presidido por Sánchez sobre la crisis catalana. Los socialistas pueden preguntarse qué dirá cuando salga la sentencia Jaume Asens, diputado de En Comú Podem, que el día anterior al comienzo del juicio ya lo tenía claro: “Este juicio es un esperpento tiránico con apariencia de justicia”, dijo el 11 de febrero a Cuarto Poder. Tienen motivos para dudar de que Iglesias vaya a desmentir o criticar a Asens cuando llegue el veredicto.

En este punto, Sánchez habla claro. Al menos, se ha acabado la etapa de las excusas, como las defendidas por la vicepresidenta Carmen Calvo. “Sería poco entendible tener en el Gobierno al líder de otro partido al que Sánchez tuviera que dar instrucciones”, dijo a eldiario.es. Es lo que sucede en Alemania, Austria, Bélgica u Holanda. En realidad, la mayoría de los países europeos –no menos de 17– cuenta con un Gobierno de coalición. En varios de ellos, están los líderes de los partidos que los forman. En Europa, hay cosas que los políticos entienden muy bien.

Durante la entrevista televisiva, se produjo la segunda votación de investidura en el Parlamento riojano. La única diputada de Podemos, Raquel Romero, provocó con su voto la derrota de la candidata socialista, lo que puede obligar a repetir las elecciones. La coincidencia dio lugar a una imagen perfecta para los intereses del PSOE. En pantalla partida, aparecían imágenes del pleno en Logroño y al lado el rostro de Sánchez. Triste. Compungido. Moviendo levemente la cabeza de un lado a otro. “Madre mía”, se le escuchó muy bajito. Sólo lo hubiera mejorado con una lágrima corriendo por su mejilla.

Los círculos de Podemos en Logroño y Haro estaban más furiosos que tristes con la decisión de su diputada. “La militancia ha sido completamente ninguneada, desoída”, denunciaron en un comunicado que califica de “vergonzoso espectáculo circense” todo el proceso de negociaciones. En su discurso en el Parlamento, la diputada de IU Henar Moreno fue más dura con la representante de Podemos con la que compartió candidatura: “Ha decidido usted tirar a la basura toda la ilusión que se generó el 26 de mayo”. Parece que es complicado ser socio de Podemos.

¿Con Ciudadanos o sin Ciudadanos?

Sánchez no fue tan claro cuando se refirió a sus contactos con PP y Ciudadanos. Negó de forma tajante haber negociado con la derecha, como le acusan desde Podemos, pero al mismo tiempo contó lo que ofreció a Albert Rivera, que se supone que es lo mismo que dijo a Pablo Casado: “Yo le dije al señor Rivera en la única conversación que he tenido (con él), hace ya más de un mes. Dime también qué pides por la abstención. Negociemos la abstención. Yo no tengo ningún problema”.

Si eso no es una negociación, se parece mucho a una negociación, abortada muy pronto por el rechazo absoluto de Rivera a respirar el mismo aire que Sánchez.

El PSOE mira a demasiados sitios al mismo tiempo para conseguir la reelección de Sánchez y el único premio hasta ahora es el apoyo del diputado del partido de Miguel Ángel Revilla. El ministro Ábalos dijo el jueves que “ahora corresponde al PP en justa reciprocidad” abstenerse en la votación de investidura, como hizo el PSOE con la reelección de Rajoy. Recordemos que Sánchez renunció a su escaño y se fue a su casa antes que tomar esa misma decisión que su partido exige ahora al PP.

Mientras tanto, Pablo Iglesias no debe de tener muchas esperanzas de que sea posible a estas alturas el pacto con el PSOE, con él en el Gobierno, cuando el jueves por la mañana lanzó un tuit haciéndose eco de una acusación sin muchas pruebas al CNI de no haber impedido el atentado de Barcelona cuando podía haberlo hecho. Nada menos. Y además Iglesias se refirió a “ciertos vetos para que nada cambie”. Vetos a ya-sabe-usted-quién.

Sánchez e Iglesias vuelan por el aire y cada vez ven la piscina más cerca. Creen que se han dado el impulso necesario desde el balcón. Están seguros de que el otro pagará un precio muy alto por su temeridad. A mí me irá mejor. Yo caeré en el agua y del otro no van a quedar ni los huesos.

No hay que descartar que ninguno de los dos caiga en la piscina.

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