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CRÓNICA

El virus que cambió nuestras vidas pone a prueba a los gobiernos en Galicia y Euskadi

Feijóo en una imagen de archivo durante un mitin en Ourense

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Presidentes de mesa a metro y medio de los vocales, mascarillas, dispensadores de geles hidroalcohólicos junto a las papeletas, cabinas sin cortinas, marcas en el suelo para evitar aglomeraciones y hasta carpas que harán de colegio electoral. Votar en tiempos de pandemia tiene estas cosas, además de otras muchas. El virus ha dominado nuestras vidas, la política y hasta los procesos electorales, pero lo que no parece que vaya a cambiar es el signo de los gobiernos vasco y gallego.

Las elecciones de este domingo serán las primeras que España celebre bajo el impacto de la COVID-19 y, aunque los sondeos descartan un vuelco en ambas comunidades, sí se percibe temor a una baja participación como consecuencia de los rebrotes detectados en ambos territorios. En la última semana ha aumentado la incertidumbre sobre los resultados. No tanto como para cambiar el color de los gobiernos, pero sí para que los que salen como “favoritos” –el PNV en Euskadi y el PP, en Galicia– contengan la respiración hasta el último minuto. Mucho más Alberto Núñez Feijóo que Íñigo Urkullu. No en vano o el candidato del PP gana por mayoría absoluta –que sería su cuarta– o tendrá que salir de la Xunta ante la imposibilidad de tejer alianza alguna con el resto del arco parlamentario. Al lehendakari le basta con sumar con sus socios del PSE para reeditar la actual coalición de gobierno, y eso no parece estar en duda. 

Así que si se confirman los pronósticos, esta noche habrá pocas sorpresas, ya que Fejióo y Urkullu obtendrían sendas mayorías absolutas. El gallego, en solitario, y el vasco, como ahora, en alianza con los socialistas, que mejorarían su marca de hace cuatro años, si bien seguirían por detrás de EH Bildu, que también avanzaría respecto a 2016.

En Euskadi, la alianza de PP y Ciudadanos en la que se empeñó Pablo Casado en contra de buena parte del partido, sufriría un serio revés, a tenor de los últimos datos demoscópicos, mientras que el PNV podría igualar o superar los 32 escaños que logró en 1984, su mejor registro. No hay previsión de que Unidas Podemos mejore sus resultados de hace cuatro años. Más bien lo contrario, lo que sin duda obligaría a una reflexión de la dirección nacional, que en esta campaña aspiraba a una improbable alianza de la izquierda con los socialistas y con Bildu que sacara al PNV de la lehendakaritza. Un escenario que incluso en el caso de que se diera sería estrictamente matemático porque el PSOE ya ha descartado la suma como alternativa. Su apuesta pasa por renovar el acuerdo con los nacionalistas vascos.

Menos cábalas tendrá que hacer Núñez Feijoó, a quien las encuestas pronostican un triunfo incuestionable. Unas dicen que con un par de diputados más de los 41 con los que actualmente cuenta, y otras, que un par menos. En todo caso, una resultado más que holgado y por encima de los 38 diputados que otorgan la mayoría absoluta y que le permitiría erigirse en modelo a seguir dentro de un PP en el que no todos están de acuerdo con la estrategia de confrontación y excitación permanente desplegada por Pablo Casado.

La única incógnita en Galicia es si el PSdG recuperará la segunda posición a costa del hundimiento de Podemos, que podría perder más de la mitad de los 14 diputados que logró hace cuatro años o será el BNG quien se beneficie de la debacle de los de Pablo Iglesias. Ni Ciudadanos ni Vox obtendrían representación en el Parlamento gallego. Los liberales solo salvarán la cara en en el País Vasco gracias a su entente con el PP porque, a pesar del fracaso de la alianza, se sentarían por primera vez en la Cámara de Vitoria.

Miedo a una baja participación

Pase lo que pase, el PNV en Euskadi y el PP en Galicia cruzan los dedos para que la situación epidemiológica no empeore, y por tanto gallegos y vascos decidan masivamente quedarse en sus casas por miedo a un contagio y se produzca un vuelco en principio inesperado. De ahí que en los últimos días hayan dedicado sus intervenciones a convencer al electorado de que ir a votar este domingo no supone peligro alguno, sino todo lo contrario. Si Feijóo ha llegado a decir que ir a un colegio electoral es tan seguro como comprar en una farmacia, Urkullu lo ha comparado con ir a la playa. Cinco minutos más de campaña y hubieran sido capaces de defender que votar este domingo genera anticuerpos contra la COVID-19.

Son estas, en todo caso, unas elecciones particulares. Por las medidas de seguridad, por los rebrotes, por el temor a ser infectado, porque se ha privado del voto a quienes presenten síntomas de la enfermedad en Euskadi y porque lo que está en juego no es sólo la composición de dos Parlamentos autonómicos, sino si la gestión de la crisis sanitaria que ha hecho el Gobierno de Pedro Sánchez tendrá o no impacto en los resultados.

Hay una lectura nacional que a nadie se le escapa y que tiene derivadas en todos los partidos. De ahí que Pablo Casado haya pretendido dar a los resultados una proyección estatal como si los comicios fueran un anticipo de las generales para las que aún quedan cuatro años. Su propósito es hacer de las elecciones una especie de test rápido sobre el presidente del Gobierno que penalice a Sánchez por su gestión de la crisis. 

Si las urnas juzgarán o no la gestión del Gobierno ante la emergencia no está claro, si bien el PSOE está convencido de que ha superado el examen, que la epidemia está bajo control y que además el COVID ha puesto de manifiesto dos modelos muy distintos de gestionar las crisis: el del PSOE y su propósito de “no dejar a nadie atrás” con medidas sociales para proteger a los más desfavorecidos y el del PP, que los ciudadanos pudieron comprobar en 2008, que es el del “sálvese quien pueda”. Este ha sido su eje de campaña y esta será la lectura sean cuáles sean los resultados de sus candidatos en Galicia y en Euskadi. El examen, defienden en Ferraz, no es tanto para el Gobierno como para los presidentes autonómicos, pese a la interferencia de la pandemia. 

Del otro lado, del PP aseguran que si se confirma la mayoría absoluta que pronostican las encuestas a Núñez Feijóo, hay unos mediocres resultados para el PSdeG y una mejora en el número de diputados del PP en Euskadi, unido a la una consolidación de la mayoría del PNV en detrimento del PSE, los electores habrán refrendado a los gobiernos autonómicos frente “al Gobierno de España, que saldría debilitado”.

Ningún sondeo ha dibujado el escenario al que aspira el PP en todos sus argumentarios, salvo en lo que respecta a Feijóo y su más que probable cuarta mayoría absoluta, lo que supondría un fortalecimiento del gallego, pero también un debilitamiento del modelo de partido de los de Casado, García Egea y Álvarez de Toledo. El debate sobre el liderazgo del presidente de los populares estaría servido y empezarían de nuevo las especulaciones sobre el futuro nacional de Feijóo, uno de los barones más críticos con la estrategia de la dirección nacional.

Si a una holgada victoria del PP gallego se sumase, además, el estrepitoso fracaso que auguran los sondeos para la coalición de populares y liberales que impulsó Casado con Arrimadas, esta misma noche habrá barones que reclamen la asunción de responsabilidades. Y no será solo la cabeza de Carlos Iturgaiz la que pidan. 

El marianismo y el aznarismo también compiten

La cita vasca tiene también por tanto un componente crucial para el futuro de Casado, no así para el Gobierno de España ni para Pedro Sánchez, ya que supone el primer examen para la coalición con Ciudadanos, además de un ensayo de cara a la pretendida refundación nacional de la derecha. Una conjunción que anhela el presidente de los populares como única forma de volver hacer del PP un partido de Gobierno, algo impensable mientras Vox mantenga el porcentaje de voto nacional con el que hoy cuenta.

Lo cierto es que la candidatura vasca de PP +Cs que lidera Iturgaiz viaja en sentido contrario a la que encabeza Feijóo. Cuenta con unas perspectivas iguales o peores a las que las que tenía el defenestrado Alfonso Alonso, ya que podría perder hasta 5 de los 9 diputados que tiene hoy.

Y a nadie se le escapa que si Galicia representa el marianismo y la experiencia de gestión, Euskadi no es más que la reserva ideológica del aznarismo. Dos almas que también se miden este 12J en las urnas y que en función del resultado dibujarán en buena medida el futuro inmediato de la derecha tradicional, cuya estrategia ha estado en los últimos tiempos condicionada en todo momento por la presencia de Vox en el tablero nacional. 

Precisamente el partido de Santiago Abascal es el que en peores condiciones llega a estas elecciones debido a su falta de implantación territorial y a la ausencia de candidatos potentes. Un cóctel que puede romper el exitoso ciclo electoral que comenzó para la ultra derecha con las andaluzas de 2018 y que le situó en las últimas generales como tercer partido en el Congreso de los Diputados, por delante de Unidas Podemos y de Ciudadanos. La imagen de esta noche sin embargo no augura nada bueno para Vox, que de hecho se conforma con obtener la mínima representación en ambas cámaras autonómicas. Los sondeos no le dan ni un diputado en Galicia y tampoco en Euskadi.

Podemos trata de maquillar su retroceso

Los pronósticos tampoco son demasiado entusiastas para Unidas Podemos, que en campaña ha tratado de mitigar su posible retroceso en ambas autonomías con su presencia en el Gobierno de España y el anhelo de poder sellar tripartitos con el PSOE y con los nacionalistas. Un escenario que, como se ha dicho ya, ha rechazado de plano el socialismo en Euskadi y que en Galicia, no parece viable a tenor de los resultados que se esperan. Iglesias anhela acuerdos con Bildu y con el BNG para tejer un vaso comunicante entre las comunidades y el Congreso de tal modo que esas alianzas pudieran dar mayor estabilidad a un Ejecutivo de mayoría parlamentaria exigua y de paso convertir a Podemos en una especie de puente entre los nacionalistas y el PSOE para la configuración de acuerdos entre la izquierda progresista.

Inés Arrimadas se enfrenta a varias contradicciones la de ir junto al PP y con el PP en estas elecciones y la de ser socio circunstancial del PSOE en el Congreso en todo lo que ha tenido que ver con la pandemia y hacer campaña contra los socialistas en Galicia y en Euskadi. A la esquizofrenia política de la líder de los naranjas, se suma que los primeros comicios como presidenta de Ciudadanos se celebran en sus dos territorios más adversos, dos comunidades históricas con una fuerte implantación nacionalista y donde su presencia es poco relevante porque nunca han tenido representación ni en Galicia ni en Euskadi. Y todo mientras afronta una convulsa crisis interna en la que trata de librarse de los restos del “riverismo” que hundió la marca en las últimas generales y trata de reconducir el rumbo para arribar el centro

Hasta aquí las posibles derivadas y lecturas de una anómalas elecciones. Los resultados, en unas horas.

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