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Benitín antes de Pérez Galdós: vida libre, tertulias y amoríos del “poeta” que Madrid necesitaba

Samuel Martínez

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“Pérez Galdós escribió la gran novela de Madrid”. Antonio Arroyo Almaraz es profesor de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Se refiere a que, en sus muchas novelas y artículos, el autor canario —hijo adoptivo de Madrid— describió como nadie en literatura a las gentes, los barrios, las calles y la idiosincrasia de la ciudad. Pero antes de eso, antes de que Galdós escribiera su Misericordia o su Fortunata y Jacinta, fue un chico de provincias que llegó a una capital llena de tertulias, mujeres e intelectuales que lo deslumbraron. “Era muy frecuente verlo en el Café Universal”, tercia Arroyo Almaraz, “donde se reunían muchos paisanos canarios suyos”. Y ahí, Benitín, como lo llamaba su familia, no era precisamente un lanzado ni un animal social. “Tenía una personalidad muy reflexiva y callada. Era muy observador”, explica el profesor. No era raro verlo, en esas tertulias del Café Universal, manipulando una hoja de papel de la que sacaba una pajarita o la figura de una mujer. El Galdós de los veintipocos años escuchaba, atento, lo que se decía a su alrededor mientras se entretenía practicando papiroflexia.

Más allá de la anécdota, hay que imaginar a un chico que arribaba a Madrid para estudiar Derecho, aunque ya en Canarias había demostrado su interés por el periodismo y las letras en general, atendiendo a sus colaboraciones con distintos periódicos isleños y a algunas obras satíricas y teatrales, como Quien mal hace, bien no espere, que escribió con solo dieciocho años. En palabras del profesor, “son un conjunto de obras importantes para la edad con que las escribió”. El caso es que, cuando Galdós tuvo edad de acceder a la universidad, la de La Laguna está cerrada y sus padres, Dolores Galdós y Sebastián Pérez, se vieron obligados a buscar una alternativa. “Sin embargo, puede que esa fuera solo una de las razones”, avisa el profesor: “Al parecer, 'mamá Dolores' no vio con muy buenos ojos el acercamiento entre Benitín y Sisita, una prima llegada de las Américas, y decidió poner tierra –y mar– de por medio”. Con todo, y gracias a la cobertura económica de su hermano Domingo, Benito Pérez Galdós pudo echarse el petate al hombro y viajar a Madrid, la ciudad donde escribiría su nombre con mayúsculas en la historia de las letras españolas.

Pero al décimo hijo del matrimonio Pérez Galdós no le gustaba el Derecho. “En los primeros años en Madrid”, comenta Arroyo Almaraz, “Benito prefería flanear por las calles de la ciudad, acercarse a las tertulias y, por supuesto, visitar con frecuencia la biblioteca del Ateneo de Madrid”. Y todas esas sesiones de lectura en la docta casa entroncan con una de las cualidades que mejor explican la figura de ese Pérez Galdós joven: el autodidactismo. “Él se estaba formando constantemente”, resuelve el profesor. Leía y leía en la biblioteca y luego escribía y escribía. Todas esas lecturas de juventud —en especial las de Balzac y las de Dickens, algunas de cuyas obras compró en un viaje a Francia— moldearon al escritor tanto como sus entrevistas y conversaciones con las gentes de Madrid y lo habilitaron para convertirse, andando el tiempo, en ese poeta que toda ciudad necesita, tal y como recita Arroyo Almaraz recordando lo que escribió en su día María Zambrano en La España de Galdós. Y no solo eso. “Después de Cervantes, el gran novelista español es Galdós y, hasta hoy, no hay nadie que lo iguale”, concluye.

Mujeres, periodismo y novelización de la vida

Pero además de leer, escribir y pasear, Pérez Galdós tenía otras aficiones. “Desde luego, era muy mujeriego”, sonríe el profesor. Incluso, al parecer, se ganó el sobrenombre, entre sus amigos y contertulios, de 'el chico de las putas'. “Puede que fuera por las figuras de papiroflexia que hacía en el Café Universal, que muchas veces eran mujeres”, apunta el profesor, “pero también es cierto que la zona de la Puerta del Sol, donde se encontraba el Café, era muy concurrida por prostitutas”. De todos modos, es por todos conocido el éxito de Benito Pérez Galdós con las mujeres. “La correspondencia con Pardo Bazán ha sido muy comentada y, desde luego, fue una mujer importante en algunos momentos de su vida, aunque es cierto que hubo otros amores más importantes en la biografía de Galdós”. En lo que hace hincapié el profesor es en que era un hombre que caía bien –“incluso sus novelas caían bien”– y en que tenía dotes de seductor.

Y todo eso que vivía, que aprendía y que leía Pérez Galdós lo acabaría convirtiendo en novela. “Él es quien eleva la novela a la categoría de arte literario, unas cotas a las que antes solo llegaban la poesía y el teatro”. Y lo hace desde el periodismo. El profesor destaca que, en muchas ocasiones, los artículos que escribía el canario en los periódicos eran una especie de ensayo o embrión de sus novelas. “Galdós es muy importante en el periodismo”, pero el periodismo también es importante en la vida de Galdós. Insiste: “Cuando escribe los Episodios Nacionales —la novelización de la historia de España del siglo XIX— busca fuentes que hayan estado presentes en los distintos acontecimientos”. Y eso es, efectivamente, una actitud periodística.

Pérez Galdós, en definitiva, supo entender la vida como una novela y fue fundamental en la novelización de la propia vida. Prueba de ello es su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), que tituló La sociedad presente como materia novelable. Pero eso ya son cosas del Galdós consagrado, del Galdós literato y eterno.

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